Pendre's seriosament el fet d'haver nascut.






Arendt, que era judía, se exilió de Alemania en 1935, tras haber sido detenida en Berlín. Buscaba sobrevivir, porque si su amante, Martin Heidegger, había escrito que el hombre es un ser para la muerte, ella reivindicaba que lo es para la vida. Estaba convencida de la importancia de vivir, de ahí que escribiera en su diario: "Todo sucede como si, desde Platón, los hombres no pudieran tomarse en serio el hecho de haber nacido, sino tan sólo el hecho de morir". Al sentirse perseguida y marginada por sus orígenes, se descubrió a sí misma como judía y como errante, desarraigada, expulsada de su propia tierra y hasta de su idioma nativo.

Sus dos obras más importantes son Los orígenes del totalitarismo y La condición humana. En ellas analiza la historia del siglo XX con la intención de formular una teoría política explicativa. Pero el texto que le dio mayor fama fue el conjunto de reportajes elaborados para el New Yorker sobre el juicio de Adolf Eichmann, editados en libro con el título de Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal.

Arendt defendía que el mal generado por los nazis necesitó de la decidida colaboración de miles de personas que no tenían conciencia de hacer el mal: cumplían órdenes. “Cuando hablo de la banalidad del mal lo hago solamente a un nivel estrictamente objetivo, y me limito a señalar un fenómeno que, en el curso del juicio, resultó evidente. Eichmann carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso”, escribió.

La expresión “banalidad del mal” alude a la banalidad de los colaboradores, a su inconsciencia. Toma pie en lo que Kant llamaba “el mal radical” que es, según escribió Arendt en su diario, “lo que no hubiera debido producirse, aquello con lo que uno no puede reconciliarse, aquello que bajo ninguna circunstancia se puede aceptar como un destino y aquello frente a lo que tampoco podemos callarnos o pasar de largo". Sin olvidar que “quienes eligen el mal menor olvidan rápidamente que están escogiendo el mal”.

Planteaba dos asuntos que resultaron muy polémicos: por qué las víctimas se sometieron sin apenas resistencia y el papel de los consejos judíos, a los que acusaba de haber colaborado con el nazismo y facilitado las deportaciones.

En 1951, obtuvo la nacionalidad estadounidense, el mismo año en que publicó Los orígenes del totalitarismo. Arendt reflexiona en el libro sobre su experiencia directa del nazismo, pero también sobre el estalinismo soviético.

En ambos casos se impone una idea superior que justifica los comportamientos represivos. Para los nazis, se trata del racismo, como ley de la naturaleza, mientras que el estalinismo parte de las leyes de la historia que prefiguran, se supone, el progreso.

Arendt distingue tres actividades del hombre: la labor, que tiene que ver con las acciones encaminadas a la pervivencia; el trabajo, que modifica y adapta el entorno, y la acción política, que establece los modos de relación en la convivencia.

Es en este tercer tipo de actividad donde cabe hablar de libertad. Labor y trabajo, en cambio, pertenecen al ámbito de la necesidad. El hombre tiende a liberarse de ella y proyecta utopías liberadoras, pero “hay un largo camino entre la gradual disminución de las horas de trabajo, que ha progresado de manera constante desde hace casi un siglo, y esta utopía”. Y por el camino “se ha exagerado el valor del progreso, ya que se midió tomando como base las inhumanas condiciones de la explotación que prevalecían durante las primeras etapas del capitalismo”.

Lo que verdaderamente se ha logrado es una sociedad de masas, precisa Arendt, que ya no requiere la cultura y se conforma con el pasatiempo. El resultado no es una desintegración sino una putrefacción y los promotores de la situación son una clase particular de intelectuales "cuya función exclusiva es organizar, difundir y modificar los objetos culturales” para el consumo de la masa.

En la sociedad de masas, hija del libre mercado, se procede sin disimulo a manipular los hechos por parte de “los creadores de imagen y la política gubernamental”. Con ello no se pretende “mejorar la realidad, sino sustituirla. Y gracias a las técnicas modernas y los medios de comunicación, este sucedáneo es mucho más visible para el público de lo que jamás fue su original”.

Así que la “libertad de opinión es una frase si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos”, porque “¿acaso un embustero no se agarra a sus mentiras con gran valor, sobre todo en el terreno de la política, donde puede estar motivado por el patriotismo o por otra clase legítima de parcialidad grupal?”.

Francesc Arroyo, La vigencia de Hannah Arendt: judía errante, elespanolcom 04/01/2025


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