Contra "Un elogio del nihilismo"

 



Publico aquí la carta que m'adreça Ignacio Castro Rey com a resposta al meu article "Un elogio del nihilismo"


Carbón de Reyes y elogios del sistema

 



Chiringuinihilismo, decía una amiga para nombrar nuestro liviano trotar en los veranos. Para casar, en suma, una venerable actitud contemporánea con la jovialidad gamberra de cualquier deriva secreta. Pero la verdad, gozar de toda clase de chiringuitos -incluidos, por supuesto, los más prohibidos- no exige ninguna clase de ideología. Ya puestos, es posible que nadie peque mejor que los que tienen un atávico fondo religioso. En esas estamos.

Dicho esto, con todo el cariño del mundo, también con todas las exageraciones propias de mi patología, lamento decir que el documento de mi amigo Manel me pareció "desolador" casi de principio a fin. Y bastante ajeno, por cierto, al espíritu con el que intenté, en un esfuerzo inenarrable, facilitar una discusión anómala y profunda en torno a un libro que pensé merecía la pena. Pensé también que ya veníamos reídos de casa y que podíamos entrar en una discusión inusual, arriesgada. Lo que sigue, sin embargo, no es nada ad hominem, sobre una persona que todos queremos, sino argumentos contra unos argumentos que me parecen cómplices con el aburrimiento civil de siempre. Argumentos que en el fondo circulan por doquier, cerrando las filas.

He de decir además que algún día tuve alguna sospecha, anterior a la reunión del Picón. ¿No necesitábamos un poco de ejercicio, estresarnos y forzar la musculatura para bajar peso, el nivel de colesterol en la sangre y que fuese posible alguna escalada, distinta a nuestra habitual obediencia? Lo digo también por si la zona de confort progre falla algún día o no es hoy del todo saludable. Si vamos a esas escasas reuniones exigentes preparados de antemano para que no ocurra nada, para ser después exactamente iguales y seguir pensando lo mismo, ¿hacía falta el largo y complejo libro de Todd, también el viaje a Galicia para ese instinto conservador del progresismo medio? Sigo pensando que para tan loable fin ya teníamos las cañas y las coñas, las cenas entre amigos, las películas de Almodóvar... Ante la reunión temí que podía no sobrar un escenario de "altura", una remota casa antigua con fuego encendido, donde se reúna un selecto grupo de damas y caballeros para confirmar que todo va bastante bien y seguimos cumpliendo con nuestro complejo de culpa. Así al final todos nos sentiríamos unidos por el selfie del encuentro. Biden, Macron y Netanyahu siguen matando a mansalva, mientras nosotros nos condolemos por las víctimas y hacemos como que leemos libros profundos. En el fondo, sólo para confirmar nuestras respectivas posiciones de resignación laica y colaboracionismo.

Volví a temer algo así al oír hablar de Gladiator II. Hacer reír a la gente, divertir, frivolizar, repetir lo que ya se había repetido. ¿Lo importante era llegar a la comida con la sensación de que todo iba bien, de que seguimos siendo los elegidos y, al fin y al cabo, no siendo perfecta, tampoco se está tan mal en nuestra "nihilista" zona de confort? Entre otras, las palabras de Tom y Xaime, sus crónicas de la defunción final de una época y el retorno de los demonios, me devolvieron a la fe en el riesgo que asumíamos.

Una cosa que apenas menciona Manel, muy presente sin embargo en el libro de Todd, es el narcisismo de nuestros hábitos, su sordera tranquila. De lejos podría ser que el Picón sirviese para confirmar que, después de todo no vamos tan mal, puesto que sentimos culpa por los cadáveres de Gaza y además tenemos estos debates de altura. Como otras veces, parecería que la "cultura" sólo está destinada a avalar sofisticadamente, after the facts, los cambios sociales un poco vergonzosos que han sido impuestos por el miedo.

Pero no. El propio Manel habla de recoger lo ya dicho "para que no se lo lleve el olvido". Y tampoco son "ocurrencias" lo que nos envía. Lo escrito corresponde con un pensamiento que circula bien, conectado con la conformidad general de la izquierda y largamente meditado. Hay en ese Elogio del nihilismo la intención de defender algunas "verdades" urgentes, casualmente acopladas al bienestar socialdemócrata imperante en el progresismo. Como si quedase alguna "convicción" necesaria en nuestras vidas sencillas, quizá la de erradicar toda nostalgia, y no fuera tan fácil un fluir nihilista e inmanente.

Tenemos ideas; las creencias nos tienen, decía Ortega. No hay más que creencias, y también Manel tiene las suyas. La vida corriente es demasiado dura para que podamos evitar tener que adorar algo. Sólo hay que procurar, decía Foster Wallace, que aquello que adoramos -el consagrado Yo, dinero, el poder, la fama, el nihilismo- no nos devore.

El caso es que, si Todd nos analiza como un antropólogo que intenta estudiar una sociedad determinada, en definitiva primitiva como cualquier otra, "Elogio del nihilismo" entra dentro de su órbita como un reflejo defensivo del poderoso estado "primermundista" que hemos alcanzado, con sus tótems y sus tabús. Con una actitud así, irónica y distante frente a toda crítica radical a nuestra inercia, se tiene tal vez derecho a preguntar qué libro crítico -que no sea Cincuenta sombras de Grey- sería bien acogido. ¿La ética de Badiou, La comunidad que viene de Agamben, 24/7 de Crary, el Manifiesto conspiracionista? Es posible que hasta "La industria cultural" de 1944, escrita por Adorno en Dialéctica de la Ilustración, o La rebelión de las masas anterior, ya fuesen demasiado para la seguridad nihilista que se pretende. Tal vez ocurre que la nada segura que ansiamos debe temer cualquier algo incierto.

Lo que Manel nos envió es un elogio sofista de un "nihilismo" que tiene las manos manchadas de impunidad y de sangre. Curiosamente, en este texto breve y erudito se habla poco de violencia. Sobre todo de la que ejercemos nosotros, los occidentales que hemos renunciado a toda creencia -en el sentido fuerte de la palabra- para así tener las manos libres en un desenvuelto pragmatismo. Pero el libro de Todd no es un capricho del momento, ni un brillante ejercicio académico en torno a Weber: más bien se levanta abruptamente contra la violencia -1000 muertos diarios sólo en Ucrania- que ejerce el Occidente actual. Y esto a pesar de que Todd, como si fuese un buen judío, pase casi de puntillas sobre lo peor y más significativo, la violencia que ejerce Israel como una franquicia nuestra, empeñada en reordenar democráticamente a sangre y fuego lo que llamamos Oriente Medio.

Entretanto, ¿a quién le importan las etimologías o los malentendidos filosóficos? También la definición de "nihilismo" que se saca de un tal Zamora Bonilla es dudosa. Ni Trump ni Biden, ni Kamala, han enviado a la muerte a miles de mujeres y hombres en Ucrania y Palestina, desde mucho antes de la invasión rusa, con una "pérdida de confianza" en aquello de lo que emanan los valores absolutos. Más bien han matado a mansalva, y lo seguirán haciendo, imbuidos por el valor absoluto de un nihilismo indiferente, que puede decidir sin pestañear incluso una muerte masiva por hambre. Manel apenas habla de narcisismo, pero nuestro nihilnarcisimo significa también dormir a pierna suelta la misma noche que asesinamos a oscuros seres que representan el mal. El positivismo poshumano en el que se mueve este Elogio siempre le pasa el mal a otros, lejos de las azules lindes de nuestro pujante desarrollo neocolonial. Nadie discute que otros poderes teológicos haya realizado similares matanzas en el pasado. Pero la frialdad estratégica de los holocaustos contemporáneos, de Hitler a Zelenski y a Netanyahu, emanan de una religión cero nihilista que tiene en la impunidad el único argumento moral.

Leemos: "Buena parte de la intelectualidad, que juzga lo actual con trazos apocalípticos". ¿Buena parte? ¿Quiénes? Aparte de Chomsky, que alguien nos diga por favor tres nombres, sean del suelo patrio o matrio: ¿Markus Gabriel? ¿Harari? ¿Sabater? ¿Muñoz Molina? ¿Pérez-Reverte? ¿El propio Zamora Bonilla? En todo caso, La derrota de Occidente no es un largo libro erudito que se enrede con las cien variaciones filosóficas de la palabra "nihilismo". Simplemente vincula la violencia que está desgarrando Europa con un vacío religioso minuciosamente diseñado, relleno de inmediato con la furia armada de una sordera narcisista que únicamente se calma con iniciativas genocidas. El fenómeno que le interesa a Todd, sin citar mucho a los rusos ni a Nietzsche, es la violencia que despliega irremediablemente una moralidad cero. Al faltar la potencia cognitiva de lo religioso, el mass killer es sólo el epítome de un nihilismo hiperactivo y bestial que en general se vuelca sobre los otros. ¿Para qué buscar en la etimología, en los malentendidos conceptuales, los errores de Todd? Para enredar, uno de los objetivos militares de nuestra cultura.

Elogio del nihilismo se sitúa para ello en el gesto anti-trágico de tantos intelectuales que intentan encontrar un lugar habitable bajo el sol de nuestra empoderado supremacismo. En otras palabras, en el gesto hedonista que busca aliar cierto anarquismo vital con nuestro triunfal capitalismo desvitalizador, el que nos ha desactivado en la catatonia de la "interdependencia". No es la muerte la que escuece, dice Manel, sino la vida. Pero se debe referir a las vidas no mortales, esas -¿la de E. Musk y compañía?- que no saben nada de la muerte ni tienen cerca una vida dañada. No hablemos otra vez de las catástrofes que nos rodean, sólo de la vida diaria de tantos espectros civiles, muertos en vida en medio de nuestro nivel de muerte media. ¿En serio podemos creer que toda esa gente, también las víctimas valencianas del barro y la desidia, no piensa en la muerte y no necesita convicciones fuertes para poder con la infamia democrática que les asedia? ¿Y los adolescentes, ya no se duelen? No sé si nuestro consumo de ansiolíticos, tapando un índice de suicidios que Todd asegura que Putin ha reducido en Rusia, le da la razón a la hermenéutica de Manel.

Según otro de los clásicos citados, para ir por la vida no hacen falta muchas convicciones. Curiosamente, él las tiene, vigorosamente defendidas frente a "cierta filosofía jactanciosa" que se empeña en pensar las claves de la "complejidad" que nos ha convertido en ganado. ¿Qué es pensar, con o sin Descartes, sino reducir lo complejo a unas pocas claves? Y no es que el escrito de Manel apueste por cualquier corrosión del carácter, pues él -carácter- tiene bastante. Apuesta por corroer todo carácter que busque la trascendencia de la rebelión, la rebelión de la trascendencia. Esto además, hay que decirlo, en una nación que -salvo contadas excepciones- ha vendido su alma al narcisismo turístico, malbaratando cualquier espíritu de subversión -también el de Unamuno- con el diablo doméstico de las redes y las series, la sexualidad normativa y las drogas ligeras. Y esto no sólo en versión madrileña o gallega, sino también -al parecer- catalana. Así pues, hemos de morir de las enfermedades crónicas que, fundidas con la salud obligatoria, el sistema reserva para los elegidos por el bienestar. ¿No es posible ni deseable un efímero despertar apocalíptico antes de la prometida solución final de este nihilismo horizontal, armado hasta los dientes?

Sócrates estaría encantado, Sartre y Foucault también, con el peligro de lo trascendente y metafísico para nuestras "vidas sencillas". Cuidado con corromper a la juventud con ideales excesivamente alejados de nuestra obediencia bovina. En un documento que hoy no se conoce, Mit Brennender Sorge, ya se caracterizaba al pangermanismo nazi -furiosamente anticristiano- como una inmanencia muy imbricada en las matanzas masivas que están en el programa del nihilismo contemporáneo. Apostar por lo intranscendente en estas circunstancias, ¿no es apostar por renovar una ansiada banalidad del mal, esa desenvoltura sonriente que necesitan los automatismos de una tecnocracia?

¿Intelectuales? ¿Jóvenes? Tiene gracia, dicho sea otra vez de paso, que sean unos cuantos viejos -Badiou y Agamben, Todd, Lula, Sanders o Mujica- los que se atrevan a poner en solfa el jardín democrático frente a la jungla despótica de las afueras. Los viejecitos humanistas, no los guaperas tipo Ocasio-Cortez, Boric, Meloni, Kamala, Trudeau, Harris o Sánchez... ¿Será que la integración forzosa que ha logrado el nihilismo que Manel defiende dejó en restos de residencia el coraje de una visión humanista que se libere de la "superstición de la cronología" (S. Weil), de su autista religión del progreso?

¿Cuál es la "convicción moral" (Z. Bonilla) de Ursula, Macron o Trudeau? Con este último, Canadá ha extraído en doce años más metales preciosos de México que los españoles en tres siglos. En realidad, ¿a qué enano mimético le importa que detrás de la rapiña que le aplasta haya "justificaciones filosóficas firmes" o solamente la usura que dirige toda rapiña? La conformidad de Manel con el capitalismo occidental, que antes de Ucrania y Gaza ha arrasado Irak, Libia y medio mundo, es parte de esta arrogante socialdemocracia -de izquierda y de derecha- que Deleuze caracterizó así: ¿Cuándo no ha dado la orden de disparar si la miseria amenazaba con salir de su ghetto?

Que Dios no envíe todo lo que podemos aguantar, decía mi madre. El debate en España en torno al libro de Todd ha sido prácticamente inexistente. Para no contaminar al fluido Imperio que nos conduce, ni siquiera existe -al menos hasta ayer- traducción inglesa. ¿Qué sentido tiene despachar en cuatro hojas un libro que parece por todas partes cancelado? ¿No es eso prolongar la labor de la censura? A veces parece que la función de la izquierda filosófica, una vez que la derecha ha dejado todo lo económico atado y bien atado, es cerrar cultural y conceptualmente todas las salidas. ¿Para que tengamos que adaptarnos, sin nostalgias reaccionarias, a un cambio cuyo curso se supone históricamente inevitable? En tal caso, Thatcher tendría otra vez razón en su profecía: la economía es sólo el medio; el fin es la transformación minuciosa de las almas. ¿Seguimos entonces en eso, en el buen camino que hace de Tony Blair el mayor logro [sic] del neoliberalismo Tory?

Otras cosas. Primero, San Manuel Bueno, mártir es una "novelita". Segundo, de ella los laicos elegidos debemos aceptar que una vida sencilla -¿como las nuestras?- es la que menos necesita de un "dopaje trascendente". Sin duda, es muy preferible el dopaje inmanente, el de la conformidad nihilista que permite sonreír -estilo Kamala- mientras pisamos cadáveres. Con tal dopaje progresista, laico y feminista, las chicas y los chicos de las gloriosas FDI, a veces con banderas LGTBI frente a la barbarie de los sucios musulmanes -patriarcales y heterosexuales-, pueden bailar música techno y comer hamburguesas después de enterrar vivos a decenas de cuerpos sin nombre. No hay nada como un buen nihilismo, venga de donde venga, para que la culpa sea cero. Entiendo que el llamamiento de asumir "algunas convicciones morales" compatibles con el nihilismo va en esta dirección impecable.

Creo que a la manera inglesa, más que catalana, nuestro querido amigo parece convertido al buen sentido cívico de asociar las creencias y las convicciones fuertes a un peligro para la prudencia social y la convivencia pacífica que se necesita en esta libidinal economía horizontal. Ya lo decía el propio Todd: si el nihilismo es la religión triunfante, puede ocurrir cualquier cosa, todo está justificado. Me alegra que La derrota de Occidente y algunos momentos del debate del Picón hayan estresado un poco, por unas horas, ese horizonte de conformidad global.

Supongo que la felizmente variopinta población de aquella reunión de diciembre podría dividirse en: a) Una pequeña minoría partidaria de cierta visión "pesimista" de nuestra gloria democrática; b) Una cierta mayoría dubitativa, silenciosa y expectante; c) Otra pequeña minoría dispuesta a que nada importante cambie en el autismo laico alcanzado. Entiendo que las ocurrencias de Manel intentan engrosar las filas de este último nihilismo, en Chicago y en Coruña espectacularmente funcional. Algunos seguiremos, con cierto grado de violencia inclusiva, reforzando un pesimismo histórico que permita pensar una hermandad con los atrasados de las afueras. Y realimentando, de paso, la bendita animalidad instintiva que permite sentirnos vivos.

Lo de menos es que en tal Elogio haya posibles errores filosóficos de segundo orden. No sé muy bien quién es el imprescindible pensador llamado Zamora Bonilla. Tampoco sé muy bien, aparte de un señor muy insular, quién es Hume. Sí sé que el libro más significativo de Nietzsche no es El crepúsculo de los ídolos y que su autor no es el defensor de ninguna clase de nihilismo. El pensador que asociaba al superhombre con la figura del niño, no con la del león -véase el "Prólogo a Zaratustra"- suscribiría al detalle la frase de una entrevista que últimamente nadie ha leído: "Sólo un dios puede salvarnos todavía". ¿Qué dios? Contened la sonrisa piadosa y buscad por favor, por algún lado, la idea de un desamparado "vuelto hacia lo abierto". Algo ver tendrá con la poética de esos cementerios vacíos de los que hablaba Xaime, con los demonios de un retorno.

Mientras tanto, asociar la recuperación de los valores con la extrema derecha es lo que hace este sistema de extremo centro, las feministas tipo Yolanda, Kallas o Trudeau: encandilar a un colectivo cautivo para reconquistar el mundo. Lástima que hayan surgido otras potencias que nos recuerden que el mundo no es nuestro.

En fin, ya me diréis, unas y otros, cómo se puede continuar para fustigar nuestro aburrimiento. Hay algunas ideas en el tablero, apoye económicamente o no la Deputación al seminario del Picón. Pronto hablaremos de cómo seguir para mantener la cuerda tensa.

Recuerdos para todos y gracias de nuevo a Manel por darle forma a lo que más de uno piensa. Aunque otros no nos decidamos a volver sobre Ridley Scott y su versión trepidante de Gladiator, le agradecemos la posibilidad de continuar con el debate sobre dónde estamos y cómo salir de esta conectividad mórbida.

Nada más por ahora, queridos. Un abrazo y hasta pronto,

Ignacio



                                      Picón, 4 de enero de 2025

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