Entre el record i l'oblid.







La memoria “constituye, crea y estructura la sustancia de la historia personal de cada uno”, tal como decía Aristóteles, que fue el primer filósofo griego -siguiendo el camino abierto por Platón- en determinar la importancia de los recuerdos para la experiencia y la generación de la personalidad. Somos el cúmulo de las cosas que hemos hecho, vivido, experimentado y errado. Pero, también, olvidado.

Sumar un recuerdo tiene un impacto en nuestra personalidad, pero si esa misma personalidad olvida algo, ¿vuelve a ser la misma que era antes de aprenderlo o se genera una nueva versión? ¿Hay algún lugar del inconsciente en el que el recuerdo siga latente? ¿Qué nos afecta más, perder recuerdos siendo conscientes de la pérdida o sin serlo? ¿Qué nos pasa cuando recuperamos recuerdos?

Todas estas preguntas se las han hecho durante siglos filósofos, psicólogos, neurocientíficos, biólogos y artistas, ya que la memoria y el olvido son cuestiones transversales en diversas disciplinas. Si bien ahora son principalmente competencia de la biología porque entendemos que la generación y destrucción de recuerdos se dan en el cerebro, hace algunos siglos todavía pensábamos que este asunto era competencia del alma.

Sobre ello habló largo y tendido Platón, que partía de la base de que el alma era eterna y, por tanto, podía atesorar recuerdos de vidas pasadas. “Habiendo nacido muchas veces, y visto efectivamente todas las cosas, tanto las de aquí como las del Hades, [el alma] no hay nada que no haya aprendido”. De esta manera, la llamada 'Teoría de la Reminiscencia'explicaba las nociones sociales, la moralidad y ciertos comportamientos que tenemos 'de serie' los seres humanos.

Pero esta moneda tenía otra cara que aterrorizaba al mundo griego: el olvido. Conocemos el alma porque está unida al cuerpo, a lo tangible, pero si se desprende de este es susceptible de ser olvidada por completo. Y como es eterna, nuestra alma -es decir, nuestra esencia- sobrevivirá en el olvido hasta el fin de los días.

Pero la cosa no acaba ahí. Al perder el alma, perdemos todos los conocimientos adquiridos por esta durante todas sus vidas pasadas. Ese temor no es tan extemporáneo como podría parecer. Al ser humano le sigue preocupando no trascender, caer en el olvido una vez muerto. Como también nos aterroriza perder nuestra memoria. Pero, aunque Platón atribuía la pérdida de conocimiento a las malas decisiones del alma, hoy sabemos que todo ello se gesta en el cerebro.

Amnesia, Alzheimer, demencia, disociación... Hoy la pérdida de memoria o recuerdos tiene nombre, diagnóstico y -en algunos casos- tratamiento. Las causas pueden ser físicas o emocionales. “La mente es muy compleja y tiene sus mecanismos de protección”, asegura Enric Soler, profesor de psicología en la UOC. Sus conocimientos de la materia vienen de sus estudios, pero también de su propia experiencia. Soler sufrió amnesia disociativa, un tipo de olvido selectivo, normalmente vinculado a experiencias traumáticas. En su caso fueron abusos sexuales en la infancia.

“Cuando se vive un episodio de trauma y no se está preparado para afrontarlo, la personalidad se fractura en diversos trozos”, apunta Soler. Algunos fragmentos de quiénes somos se quedan escondidos en el subconsciente y la que sigue funcionando es la llamada 'Personalidad Aparentemente Normal', que es la que permite hacer frente a aspectos instrumentales de la vida.

En otras palabras: a ojos externos, parece que todo va bien, pero la parte de la personalidad que rige el desarrollo emocional está bloqueada. “Es como tener una parte del corazón necrosada. Se puede vivir así, pero no plenamente”, explica Soler. Sin saber por qué, quienes tienen un recuerdo bloqueado tienen dificultades para relacionarse, confiar o desarrollar autoestima. Y es que el cerebro no sólo nos protege apartándonos del trauma, sino limitando nuestras funciones sociales para evitar que volvamos a exponernos al peligro.

Pero si hay una amnesia disociativa, esta parte de la personalidad deja de funcionar puesto que su cometido ahora es protegernos de un recuerdo doloroso que no debe salir a la luz hasta que nuestra Personalidad Emocional se haya desarrollado plenamente. Por eso, en el caso de los abusos sexuales infantiles, el recuerdo puede tardar décadas en salir a la luz. “Siempre hay un detonante. En mi caso fue ver a mi abusador por la tele”, confiesa el psicólogo.

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