El pensament abductiu encara no és programable.








La IAG es la búsqueda de la inteligencia humana, pero no sabemos lo que es la inteligencia humana. Tan solo tenemos algunas pistas sobre la naturaleza de la misma. Un buen ejemplo de ello aparece en la que quizá sea el primer relato de detectives de la historia: Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe. En él, el detective aficionado Auguste Dupin (una suerte de proto Sherlock), una criatura híbrida de la Ilustración y el romanticismo decimonónico. Un ser racional pero también intuitivo. En sus andanzas, observamos que no solo emplea el análisis de los datos, sino también las conjeturas. No es un pensador algorítmico, sino también heurístico. Su razón es fría y caliente a un tiempo.

Algunas décadas más tarde, el extraordinario científico y filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce leyó los relatos de Poe con una gran fascinación. Aquellas lecturas abonaron sus reflexiones acerca de cómo pensamos. Incluso llegó a capturar hasta cierto punto el estilo conjetural de Dupin en forma de símbolos lógicos. Para Pierce, aquel pensamiento, en suma en pensamiento más propiamente humano, no es tanto un cálculo como un salto, una suposición, un abandono hacia lo desconocido sin haber resuelto todas las incertezas.

Peirce no llegó a conocer los ordenadores digitales, atrapado como se hallaba en el siglo XIX, pero su reflexión anticipó lo que iba a hacer de la inteligencia artificial un problema fundamental: si el propio pensamiento humano se basa en una serie desconcertante de conjeturas, ¿cómo vamos a poder programarlas? Por lo que sabemos ahora, y de forma simplificada, nuestro conocimiento se construye con tres patas:

Inferencias deductivas: inferimos verdades particulares a partir de verdades
generales. Todos los hombres son mortales Sócrates es hombre. Por lo tanto, Sócrates es mortal.


Inferencias inductivas: inferimos verdades generales a partir de verdades
particulares. Socrates es un hombre y es mortal. Platón es un hombre y es mortal.
Aristóteles es un hombre y es mortal. Por lo tanto, probablemente todos los
hombres sean mortales.

Ambos tipos de inferencias tienen sus ventajas y desventajas. En lo tocante a las desventajas, las deducciones no añaden conocimiento nuevo, sino que confirman la conclusión a partir de las premisas proporcionadas. El conocimiento ya se hallaba en el contenido de las proposiciones, y la conclusión se limita a hacerlo explícito. Por consiguiente, la deducción es útil para esclarecer convicciones enfrentadas cuando se han cometido errores en el razonamiento.

En cuanto a la principal desventaja de la inducción es, como ya dijo Hume, su incapacidad para detectar la causalidad. La inducción es pura correlación. La inducción permite a la inteligencia comportarse como un detector de regularidad.Sin embargo, el mundo real es un entorno dinámico. Se halla en cambio constante de maneras tanto predecibles como impredecibles. No hay sistemas de reglas que puedan acotarlo todo. Y aquí llegamos a la tercera pata:

Inferencias abductivas: los razonamientos abductivos son silogismos en donde las premisas sólo brindan cierto grado de probabilidad a la conclusión. Son generalmente conjeturas espontáneas de la razón. Requieren del concurso de la imaginación y del instinto. La abducción es como un destello de comprensión, un saltar por encima de lo sabido. Puro Dupin.

Desde entonces, hemos superado varios inviernos. Cíclicamente, aprece una ola optimista sobre la inteligencia artificial que no tarda en dejar a su paso una aridez en la que no germina ninguna solución. Con la llegada de los macrodatos, una nueva ola llegó. Desde hace apenas un lustro, estamos descubriendo que tampoco ha traído los sedimentos necesarios para alcanzar la IAG. Winter is coming, otra vez.

Sí, disponemos de traductores más precisos, generamos miles de imágenes únicas, diagnosticamos enfermedades, ganamos a algunos juegos de mesa. Todas tareas aisladas y perfectamente parametradas por reglas algorítmicas. Poderosas herramientas de inferencias deductivas e inductivas.

Pero no estamos ni remotamente cerca de lograr el pensamiento heurístico de Dupin o la abducción de Peirce porque ni siquiera sabemos cómo funciona ni existe una teoría para diseñar una arquitectura que pueda imitarlos. O como lo resume el experto en aprendizaje automático Erik J. Larson en El mito de la inteligencia artificial, recientemente editado por Shackleton Books:
Hacemos cosas, pero eso no significa que podamos programar todo lo que hacemos: piensa en escribir un programa que escriba una novela del orden del Ulises de James Joyce. Ese programa carecería de sentido. En su lugar, escribiríamos la novela directamente (si fuéramos Joyce).

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