La tragèdia del mestre.
Es indudable que los maestros, los padres concienzudos y todo el que pretende educar y no solo seducir o pavonearse debe tener vocación renunciativa. Enseñar es suicidarse un poco: se transmiten conocimientos o actitudes para que el neófito se valga por sí mismo. Es decir, para que se aleje del maestro al que cada vez necesita menos. Los profesores que aspiran a verse siempre rodeados de sus discípulos como la gallina de sus polluelos o los padres que se enorgullecen de que sus vástagos a los 40 años aún les pidan permiso para volver después de medianoche no han cumplido bien su función formativa. Han potenciado su influencia, pero no han liberado a los influidos.
Y es que hay muchos que solo consideran verdaderos maestros a quienes les tatúan una ortodoxia, no a los que les dejan volar. Qué digo una ortodoxia, más bien una ortodoncia, porque lo único que les satisface es aprender a morder. Consideran que esa es la gran lección y cuando el educador renuncia a la dentadura postiza se sienten traicionados. “¡Cuánto me ha decepcionado usted, con la admiración que yo le tenía! Después de que me empeñé en tomarle como modelo...”. Pero hay cosas que no pueden enseñarse, se tienen o no. La principal es la libertad de espíritu, o sea, vivir y escribir sin respiración asistida. Señal de ejercerla es que la peregrinación de discípulos extasiados se convierte en jauría feroz. Es el precio por enseñar de verdad.
Fernando Savater, El verdadero maestro te va a decepcionar, El País 15/10/2022
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