La revolta de la dreta populista.
La lucha de clases no sólo definió la conflictividad social durante gran parte de los dos últimos siglos. De alguna manera también contribuyó a “estructurar” la sociedad y hacerla legible, distribuyendo los campos del antagonismo y sus coordenadas, la posición de los adversarios y sus identidades, los términos infalibles en los que podía leerse la realidad (alienación, conciencia, explotación, contradicción, etc.). Ironías de la historia que el pensamiento dialéctico trataba de desentrañar, reforzándolas a su modo.
Hace ya algún tiempo que todo eso llegó a término. Pero el fin de la lucha de clases no significa que se acabara la desigualdad, la explotación o la división social, como quisiera hacernos creer la cultura consensual (“la democracia-mercado es el fin de la historia”). Significa más bien la derrota irreversible uno de los contendientes en liza, la clase obrera, que durante un segundo toco el cielo mediante sus luchas: la destrucción de las mismas estructuras sociales que definían al proletariado como proletariado.
Entonces supimos que el Apocalipsis no era la lucha de clases, sino más bien su desaparición. Junto con la misma realidad, saltaron por los aires todas las brújulas, los aparatos de medición, los mapas y las escalas. El mundo se volvió salvaje, disperso, confuso, indescifrable, deforme. Aparecieron auténticos monstruos, imposibilidades lógicas pero bien reales que desafian toda razón, toda coherencia, toda previsión.
Uno de esos monstruos imposibles es el objeto del libro de Thomas Frank ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, que ha aparecido este año en Francia y, recientemente, en España (1). Thomas Frank lo llama “Contragolpe”. Es un cambio sísmico, un movimiento telúrico: la “revolución conservadora” que empezó hace más de tres décadas en EEUU, no precisamente un lugar sin consecuencias en el mundo globalizado. Su resultado más visible es la transformación del Partido Republicano en “heraldo de los más pobres”. Y no se trata sólo de que el Partido Republicano se proclame desde hace algún tiempo “defensor de la gente corriente” y “del hombre común”, sino de que efectivamente una parte muy significativa de las clases populares lo apoye entusiasta y activamente, cavando así más y más hondo su propia tumba.
La máquina de guerra republicana es una paradoja andante: promueve el neoliberalismo salvaje y apela a valores sustantivos (“El buen republicano es leal, honesto y muy cristiano”) ¡que el mismo neoliberalismo socava! Privatiza todos los recursos comunes y manipula más tarde el miedo al desarraigo y la desposesión. Fomenta la precarización generalizada de la vida y lamenta luego la pérdida de referentes. Critica la “decadente” industria cultural y hace un uso hiper-sofisticado de las nuevas tecnologías. Da la vuelta a la lucha de clases: todos los conflictos que antes se inscribían en el contexto de estructuras políticas, sociales y económicas ahora se codifican como “conflictos culturales” (cultural wars) que oponen a los “buenos americanos” y a la “arrogante élite progresista”. La propaganda republicana traduce la percepción de fragilidad e incertidumbre propia de la globalización en pánico social y paranoia securitaria, ofreciendo al desamparo explicaciones de su malestar, vías para darle salida, causas donde trascenderlo y enemigos contra los que dirigirlo. “Tenemos un programa: el Reino de Dios”, dice una activista ultraconservadora entrevistada por Frank: ¿quién da más?
¿Cómo es esto posible, qué ha pasado? Frank rechaza las respuestas fáciles sobre la “alienación de las masas” o el american way of life. Despachar a los monstruos con epítetos y etiquetas fáciles supondría creer que los viejos aparatos de medición aún funcionan, que los fantasmas terminarán por esfumarse si no les prestamos demasiada atención, que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Pero la mera indignación moral y la condena política son tan bienintencionadas como inútiles. Por el contrario, Frank se arriesga a sondear palmo a palmo toda la extensión del monstruo, pero haciendo zoom a partir de un punto concreto, material, afectivo: su misma tierra natal, Kansas. Allí, según el propio Frank, “el cambio es decisivo, extremo”: justo el mejor lugar para una observación radical, intrépida y encarnada. Todo lo contrario de la típica “voz en off” crítica que no sabemos de dónde sale. Este libro es un viaje personal y subjetivo al mismo centro del huracán que ha sacado de sus goznes al estado donde nació y creció el autor, la tierra que critica apasionadamente porque ama apasionadamente.
De hecho, uno se pregunta en ciertos pasajes del libro si de alguna manera Thomas Frank no ama al monstruo. Tal y como se quiere a un hijo descarriado. Eso explicaría un punto de ternura en cierto humor, su consideración ante la devoción de los activistas ultraconservadores, su percepción vívida e inmediata de la potencia de movilización del Contragolpe, sus momentos de admiración hacia la capacidad ultraconservadora de desafiar los consensos establecidos, lo políticamente correcto. Y es que no se trata de un monstruo cualquiera, sino más específicamente de un Doppelgänger, la figura del “hermano gemelo malvado” tan presente en la mitología, el cine o la literatura. Pero, ¿un doble de quién? Por supuesto, de la antigua “izquierda emancipadora”. Como ella, apela a los pobres, moviliza su “odio de clase”, reivindica contra la “tiranía de los expertos” el imaginario (tan americano) que habla de comunidad, destrezas manuales y “power to the people”, rechaza el lenguaje terapéutico de la realización personal y construye mitos que galvanizan voluntades e incitan a la lucha colectiva… ¡pero todo ello sólo para reivindicar finalmente que bajen los impuestos a los más ricos!
¿Resonancias o traducciones literales? Es la pregunta que martillea en la cabeza de uno durante la lectura del libro de Frank. ¿Cómo es posible que un relato sobre la revuelta ultraconservadora en Kansas resuene tantísimo con lo que hemos vivido en España los últimos años, es decir, la aparición de una nueva derecha con una gran sintonía con los malestares sociales y una mayor capacidad de producir realidad? (...)
La nueva derecha es también una reacción horizontal y desde abajo que, en lugar de abrir preguntas críticas sobre la sociedad en que vivimos, captura la rabia en el tablero de ajedrez de la política-espectáculo.
En Estados Unidos, el tablero de ajedrez son “Las dos Américas”: los estados que votan a los demócratas y los estados que votan a los republicanos. Da igual por ejemplo que los índices más altos de divorcios se encuentren en los estados que votan masivamente a los republicanos, es decir, los estados “morales” de la “América buena”. Aquí, en España, la propaganda de la nueva derecha manipula con mucha eficacia el imaginario victimista de “Las dos Españas”. “España se rompe” y, con ella, la igualdad constitucional de los españoles (“¡Viva 1812!” grita Esperanza Aguirre). La responsibilidad apunta exclusivamente a la presión centrífuga de los nacionalistas periféricos (con la “complicidad” de la izquierda). No encontraremos ni por asomo el menor análisis sobre cómo el contexto de globalización capitalista hace trizas los atributos clásicos de la soberanía del Estado-nación: fronteras, moneda, ejército, cultura…
La revuelta de la derecha populista ocupa el vacío de lo político y el vacío de las calles. Tanto en Estados Unidos como en España. Hace tiempo que la izquierda oficial decidió que habían llegado los tiempos “postpolíticos” de la mera administración de los efectos de la economía global. Se volvió retórica, cínica, autista, hipócrita, elitista, pija o simplemente gestora. No es casual que la nueva derecha critique que el PSOE “vive fuera de la realidad”, sin contacto con “los verdaderos problemas de la gente”, “los españoles corrientes que trabajan”. De hecho, la única baza posible de la izquierda oficial a estas alturas es jugar en el mismo tablero de política-espectáculo que la derecha: entre los últimos gestos simbólicos del gobierno ZP, recordemos la corbata de Miguel Sebastián, la regañina a Rouco Varela, los “palabros” de Bibiana Aído, la sonrisa de Leire Pajín, Chacón embarazadísima como ministra de Defensa, el puño en alto y la Internacional en el Congreso… Así no es de extrañar que las frustraciones cotidianas sintonicen mejor con la onda agresiva de la nueva derecha que con el “talante” soporífero de la izquierda retórica. ¡Si la política es espectáculo que al menos tenga algo de acción!
La nueva derecha instrumentaliza malestares reales que no se politizan autónomamente, que no encuentran espacios colectivos para hacerlo, que no elaboran una voz propia. Explota la victimización y a su vez revictimiza. Anger is an energy.
La izquierda oficial parece creer que con la crisis la fuerza del Contragolpe se ha agotado. ¿No se ha visto obligado el mismísimo Bush a una intervención estatal sobre los mercados que desmiente la ideología de la “mano invisible”? ¿No ha pedido el mismísimo Presidente de la Patronal española un “paréntesis en la economía de mercado”? Pero como recuerda Mona Meinhof una cosa son los “teóricos del liberalismo” y otra muy distinta los “pragmáticos del liberalismo”, grosso modo, los empresarios. Los prágmáticos del liberalismo jamás le han hecho ascos a la intervención estatal siempre que sea a su favor. ¿Cuál será entonces la tarea del Contragolpe en esta crisis que ahora empieza? Iremos viendo. Pero sin duda una de ellas consistirá en reconvertir la desesperación y el miedo en guerra contra los chivos expiatorios externos e internos (anomalías geo-estratégicas, inmigrantes, disidentes…), distraer la atención mientras se reconstruye la hegemonía neoliberal, en definitiva: despolitizar. ¿Podrá la gente cualquiera declinar la crisis en otra dirección, inventar los lenguajes, las estéticas, los tiempos y los modos colectivos de organización capaces de politizarla autónomamente, en suma, reinventar la conflictividad social más allá de la forma clásica de la lucha de clases?
Amador Fernández-Savater, Nueva derecha y malestar social, Público 29/01/2016
¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos, de Thomas Frank, Acuarela Libros&A. Machado (octubre, 2008).
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