Donald Trump, el triomf del pare protector
Racista, xenófobo, misógino, homófobo y sin embargo 60 millones de norteamericanos lo han hecho presidente. Lo fácil sería demonizarlos, pero quizás lo más oportuno es preguntarse por qué.
Centrándonos en las claves psicológicas –otros tomarán las políticas– quisiera señalar tres factores que considero esenciales para entender este fenómeno.
En primer lugar, y seguramente la razón más importante, es que Trump ha captado muy bien el estado de desamparo de muchos sujetos que han quedado a la intemperie tras el huracán de la globalización. Personas que han perdido su empleo y se han visto abocados al paro o la fragilidad laboral. 60.000 fábricas y cerca de cinco millones de empleos industriales bien pagados han desaparecido en los últimos años. A esa pérdida ha seguido la de su casa, que han debido sustituir por caravanas o viviendas precarias.
Pero la pérdida seguramente más grave ha sido la de su dignidad y orgullo. Su particular sueño americano se ha convertido en la pesadilla de los parias abandonados por aquellos que deberían protegerles. Se calcula que un 10% de los votantes de Obama lo han hecho ahora por Trump y muchos otros se han abstenido o han votado otras opciones.
Trump ha desplegado una retórica que apunta directamente al retorno a un estado feliz y grandioso donde EE.UU. devolvería a los auténticos estadounidenses el orgullo de ser sus hijos: Make America great again.
Ante el desamparo surge, decía Freud, el recurso al padre protector que constituye la raíz de la religión. Trump, un hombre grande y exitoso, ha sabido encarnar mejor que nadie ese anhelo, anclado en el miedo, de salir de un destino que los iba empequeñeciendo e invisibilizando. Sus diatribas contra grandes compañías como Ford y Apple y contra grandes fortunas, a las que amenazó con hacerles pagar más si no fabricaban sus productos en los EE.UU., reforzaba esa figura del padre protector.
El segundo factor es el personaje mismo de Trump que, junto a esa versión acogedora, encarna también otra figura del padre señalada por Freud en su ensayo Totem y Tabú, el padre del goce excesivo, sin cortapisas, que guarda para sí todas las mujeres. “Cuando eres una estrella, te dejan hacerles cualquier cosa. Agarrarlas por el coño”. Esta frase de Trump, junto a otras muchas de desprecio a las mujeres, pone a cielo abierto su condición de gozador obsceno, condición de la que no parece arrepentirse ni sentir vergüenza ni culpa.
El habla con las tripas, muestra así su “autenticidad” y deja que los que le escuchan puedan dar rienda suelta a sus sentimientos reprimidos. Encarna así la normalidad –lo que él llama “un conservador con sentido común”– que se opone a lo excepcional de las elites, desconectadas de la realidad de sus votantes.
Su misoginia y xenofobia no sólo no han sido castigadas, sino que incluso el 54% de las mujeres blancas lo han apoyado. Su exceso ha sido leído como una legitimación y una reivindicación de orgullo hecha desde el éxito de alguien que sí parece haber realizado el sueño americano. Otros antes, como Berlusconi y sus velinas, ya consiguieron amplio apoyo popular al encarnar esa figura de la potencia fálica. Trump es un buen representante obsesionado por sus retratos y torres erectas.
El tercer factor es el rechazo que suscita Hillary Clinton con su secretismo, cambios de criterio tacticistas y “malas compañías” (Wall Street). Representa bien a aquellos que se han beneficiado generosamente a costa de los nuevos parias. Y por otro lado, su ambigüedad ante los propios excesos de su marido seguramente le han pasado factura entre las mujeres: ¿perdonó por amor o por ambición?
¿Resultado inesperado? La cabina de votar (Brexit, Colombia) parece ser el único lugar donde la mirada global no alcanza y allí cada uno puede decir lo que piensa, su rabia y su cólera, sin responder públicamente. Nos ha revelado que lo peor es posible. Mejor entonces saberlo y buscar otro destino para ese odio y esa angustia.
José R. Ubieto, Sujetos a la intemperie, La Vangaurdia 11/11/2016
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