És possible un escepticisme dogmàtic?

El Roto

La emisión del programa Escépticos en ETB2, como no podía ser de otro modo, ha provocado debate. A las adhesiones entusiastas se han contrapuesto críticas de diferente tenor. Me ha parecido interesante y digna de reflexión la observación que hace el periodista Javier Vizcaíno en su blog: aplaude la emisión de un programa con ese contenido, pero objeta la que él considera actitud dogmática del escepticismo científico.

¿Hay escépticos dogmáticos? Quienes defienden esa idea se refieren a personas que, considerándose a sí mismas escépticas, realizan afirmaciones tajantes para acallar o desmentir las dudas o reservas que manifiestan otras personas en relación con asuntos acerca de los cuales la ciencia no ha llegado a ninguna conclusión definitiva o la conclusión ha sido negativa.

Al parecer de los críticos, un ejemplo de esa actitud es el que se pone de manifiesto en el debate sobre los efectos sobre la salud de las radiaciones electromagnéticas. En lo que se refiere a ese particular, hay muchas personas que desconfían o, incluso, están convencidas de que las radiaciones electromagnéticas de frecuencia inferior a la de la luz (ondas de radio, de telefonía, microondas, etc.) causan daños, y sin embargo, la mayoría de los estudios científicos han concluido que no los causan. Según los críticos de los “escépticos”, estos no admiten la duda y se muestran tajantes acerca de la inocuidad de esas ondas.

Lo cierto es que la misma idea de que un escéptico sea dogmático es, en sí misma, un oxímoron. Por definición, un escéptico no puede ser dogmático, y si una persona que se dice escéptica enuncia dogmas, entonces es que esa persona no es escéptica. Simplificando un tanto, el escepticismo consiste en una actitud tal para con los enunciados, que para considerarlos válidos, exige que sean demostrables mediante pruebas, experimentales o estadísticas, objetivas.

De hecho, el escepticismo es la otra cara de la moneda de otro de los atributos de la ciencia: la tolerancia. En ciencia estamos obligados a aceptar que se propongan hipótesis alternativas a las conclusiones, teorías y leyes aceptadas por la comunidad científica; estamos obligados a considerar su posible validez. En ese sentido, la tolerancia es imprescindible para el avance de la ciencia, pues sin ella no se incorporarían ideas y paradigmas nuevos. Pero la posible aceptación de una hipótesis alternativa al conocimiento establecido requiere, ineludiblemente, que se supere el criterio escéptico; esto es, que se aporten las pruebas que demuestren su validez.

Lo contrario del escepticismo es la fe o, para algunos, la credulidad. Quien cree algo no exige su demostración mediante pruebas objetivas. Simplemente piensa que el enunciado en el que cree es verdadero, sin que su creencia deba ser puesta a prueba. El dogma es una proposición que se considera innegable, y por ello, se trata de una de las posibles formas de creencia o de fe. Por esa razón, si alguien que se dice escéptico responde a una duda que se le plantea con una afirmación tajante, esa persona demuestra que, en realidad, no tiene nada de escéptica. La distinción es importante, porque no se debe caracterizar al conjunto de los escépticos por la actitud de algunas personas que, aunque se consideren a sí mismos como tales, en la práctica demuestran no serlo.

En ocasiones la crítica a la ciencia y, en concreto, al escepticismo científico deriva del hecho de que a los científicos se nos atribuye una actitud de superioridad intelectual, una cierta arrogancia. Y también se nos reprocha nuestra (supuesta) pretensión de que la ciencia vaya a ser la solución a todos los problemas. Esto es, aunque no se utilice el término, a los científicos se nos acusa de incurrir en “cientifismo”.

Frente a esas críticas, yo reivindico el valor del método científico, su superioridad con relación a otras formas de conocer o aprehender la realidad. Pero una cosa es pensar que el método científico es la mejor herramienta para entender el universo, nuestro entorno y a nosotros mismos, y otra muy diferente es atribuir a los científicos concretos una mayor autoridad intelectual que al resto de las personas. En todo caso, y siempre con reservas, sólo en su específico campo de trabajo cabe atribuir a un científico alguna superioridad, que es la que se deriva de su mayor conocimiento y comprensión de las materias propias de su campo. Y no ha de olvidarse que, incluso en ese ámbito, es perfectamente posible que los postulados que defiende no sean compartidos por otros miembros de su misma comunidad científica.

¿Es la ciencia la clave para resolver todos los problemas de la humanidad? Por supuesto que no. Muchos de los problemas que tiene la humanidad, -seguramente los más graves-, son de índole socioeconómica y su posible solución requiere de aproximaciones que hoy se encuentran muy lejos del ámbito de influencia de las ciencias naturales. Han de ser tratados mediante herramientas propias de otras disciplinas: el derecho, la política, la ciencia social, etc.

Pero no obstante lo anterior, también es preciso señalar que los científicos somos optimistas epistemológicos. El optimismo es otro de los atributos de la ciencia. Los científicos pensamos que los problemas tienen solución, pero nos referimos, claro está, a los problemas propios de nuestra especialidad. No se trata, por lo tanto, de un optimismo ingenuo, naíf, que afecta a todas las esferas de la actividad humana, sino que se circunscribe a los límites del campo del conocimiento propio de cada uno.

Y por último, ¿somos arrogantes los científicos? ¿es la ciencia arrogante? La respuesta a la primera pregunta es que los científicos somos como el resto de seres humanos. Los hay engreídos, arrogantes, déspotas y vanidosos. Pero también los hay humildes, compasivos, modestos y benévolos. Los científicos, las personas que nos dedicamos a la ciencia, somos como el resto de la gente; los hay de toda condición. Otra cosa muy diferente es la ciencia. La ciencia, por razones metodológicas, se caracteriza por su humildad. Lo es porque cuando la actividad científica es genuina, esa actividad y sus resultados siempre han de estar abiertos al contraste, a la posibilidad de ser confirmados o, si es el caso, refutados. Es esa humildad la que le proporciona su poder. Solo la posibilidad de contrastar los resultados y conclusiones obtenidas por otros hace de la ciencia un instrumento verdaderamente poderoso.

Pero dicho todo lo anterior, no debemos engañarnos. Hay muchas personas que tienen una idea negativa del escepticismo, de la ciencia y de los científicos. Es posible que esa idea se deba, en parte, a un conocimiento insuficiente del método científico y de los valores de la ciencia; y en la medida en que sea así, es importante actuar para corregir ese desconocimiento. Pero también es necesario desterrar del mundo de la ciencia actitudes susceptibles de generar rechazo y desconfianza entre la gente. También en este aspecto, la ciencia, los que la practicamos y difundimos, hemos de ser humildes.

Juan Ignacio Pérez, ¿Escepticismo dogmático?, Cuaderno de Cultura Científica, 07/10/2011

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