Hans Magnus Enzensberger: "Crec en el solipsisme".


Hans Magnus Enzensberger

El siglo pasado conoció ilusiones y desastres que tuvieron como epicentro, para Europa, guerras devastadoras, y para España, el peor de nuestros dramas, la Guerra Civil. Hubo ilusiones también, claro, como aquel Mayo del 68 o como la revolución cubana, que se diluyó como el Titanic para desencanto de quienes creyeron que allí comenzaba una nueva historia.

Entre los primeros que vislumbraron el desastre después de la ilusión está Hans Magnus Enzensberger, el poeta y ensayista alemán que en 1978 publicó El hundimiento del Titanic, un poema irónico y rabioso que tiene su raíz en aquella experiencia cuyo emblema principal quedaría tan desgastado como el póster del Che Guevara.

Anagrama, su editorial española, ha publicado de nuevo ese viejo libro; da escalofrío leerlo ahora, porque, como suele ocurrir, la poesía es mejor testimonio que un acta notarial de los acontecimientos, y El hundimiento del Titanic explica como un temblor lo que pasaba entonces en la construcción de aquellas ilusiones luego defraudadas. Coincide la reedición de ese libro con la llegada a la mesa de novedades de otra muestra del desencanto frente al tiempo de Enzensberger: Reflexiones del señor Z. o migajas que dejaba caer, recogidas por sus oyentes. No es difícil sugerir que el señor Z. de su relato sincopado es el propio Enzensberger, este hombre de 87 años, alto, elegante y sumamente irónico, que nos recibe en su estudio de Múnich (Alemania) bien iluminado en el que él atesora las luces de su amplia y diversa sabiduría. Tiene un espíritu juvenil y risueño, y habla español aún, aunque ya no lo practica como cuando viajaba a aquella isla de antiguas ensoñaciones o cuando departía en España con sus colegas los poetas españoles.

Aquí estuvo también, por ejemplo, cuando la Transición empezaba a dejar cristales rotos y, mucho más tarde, cuando el 15-M dibujó el contorno político que dio de sí, por ejemplo, el fenómeno Podemos. En aquel mayo español se vino a quedar en un hotel de la plaza de Santa Ana (por donde vivió, en 2006, su amigo Günter Grass) para estar cerca de los campamentos de los jóvenes contestatarios. Allí fue, a la Puerta del Sol, tocado con su sombrero blanco, su traje beis estilo Gran Gatsby y su camisa de rayas, como un veterano al que la edad le resbala. Entonces aquel fervor lo entusiasmaba. Pero ni él ni el señor Z. de su reciente libro encuentran ahora muchos motivos para el entusiasmo sobre lo que sucede en el mundo. De hecho, este último libro suyo es una especie de breve enciclopedia escéptica sobre la estupidez contemporánea

PREGUNTA. El señor Z. dice en el libro que a ciertas edades es muy delicada la pregunta “¿cómo le va?”. Pero ¿cómo le va a usted?

RESPUESTA. Desde el punto de vista de la salud, bien. Sigo fumando moderadamente. En ese sentido no soy excesivo, ¡no necesito cocaína!

P. El desastre de Cuba es uno de los motivos de El hundimiento… y en El señor Z. trata algunos desastres de la estupidez. “Lo peor no termina nunca”, dice.

R. Ese es un proverbio italiano que dice eso, “en lo peor no hay final”… Siempre hay una posibilidad de ir peor aún, pero eso también es un consuelo: porque todo podría ser peor que ahora, aún no ha terminado de ser peor…

P.El hundimiento del Titanic lo escribe contemplando lo que usted creía entonces que estaba siendo el final de la euforia cubana… ¿Qué le produjo la sensación de que Cuba se podría hundir?

R. Hubo un momento inolvidable de euforia, algo exuberante en 1959, pero ya en los años sesenta la cosa no funcionaba porque había un señor que lo hacía todo y creía hacerlo todo bien. Hay una parte bastante española en Fidel Castro. Él es un gallego, de cabeza dura; su familia en Galicia era de terratenientes, prepotente. Y así hizo el trabajo, con prepotencia. Por eso no funcionó.

P. En ese poema cita una frase de Jean Paul Sartre: “Guevara es el ser humano más completo de nuestro tiempo…”.

R. Pobre Che Guevara. Él firmaba los billetes del Banco Nacional sin tener conciencia de que ese peso no valía nada… En ese sentido fue también un ignorante. Y con respecto a lo que dijo Sartre, siempre hay que recordar que entre los intelectuales hay tonterías de las que son capaces sobre todo los intelectuales. ¡El hecho de que sean intelectuales no significa que sean más listos que los demás! ¡Las tonterías son muy variadas, es muy rica la lista! Y hay un departamento de tonterías de los intelectuales. Las suyas son mayores porque ellos han trabajado muy arduamente en la fabricación de la tontería.

P. El libro alerta, por ejemplo, contra el exceso de información. Y contra Internet, contra el uso incesante del teléfono…

R. Sí, en ese sentido hay una parte reaccionaria del señor Z. Naturalmente estos aparatos no le gustan: no tiene móvil, lo rechaza, por tanto no tiene Twitter, ¡no, por favor, qué horror! En él hay todos los aspectos: el sabio, pero también el provocador, el gurú, el payaso… ¡Sí, está entre Sócrates y Jeff Koons! [risas]. Y sí, esta es una enciclopedia que alerta contra la estupidez humana. Pero tengo la cortesía de escribir libros breves; creo que es más amable que imponerle al público libros de mil páginas. La vida no es tan larga, ¡sería una presunción poner a disposición de las personas volúmenes tan pesados! Lo último que escribí fueron poemas de tres líneas durante 365 días del año, estaban firmados con seudónimo y los publicó Frankfurter Allgemeine Zeitung. El seudónimo es Kilroy, el nombre colectivo con el que firmaban los soldados norteamericanos en la II Guerra Mundial. Es una especie de calendario de haikus. Me acuerdo de uno: “Es fácil imprimir billetes, pero imprimir confianza es imposible”.

P. Y se los aceptó un periódico. Es notable teniendo en cuenta lo que dice el señor Z.: “Muchos consideran la lectura de los periódicos una depravada pérdida de tiempo”.

R. Pero el periódico es una especie de droga. Sin un periódico al día mi vida sería impensable; puedes no soportar a un articu­lista, pero todo periódico tiene interés, incluso aquello que ni te gusta ni usas. Por ejemplo, son importantísimos los crucigramas, y hay que prestarles mucha atención desde el punto de vista editorial: hay que cuidar las preferencias de los lectores. Y a mí no me interesa la moda, pero hay mucha gente a la que le gusta. Los diarios son un almacén extraordinario de cosas que interesan a gente muy diversa.

P. ¿Y a usted qué le interesa de los pe­riódicos?

R. Los corresponsales. Está la prensa amarilla, esa que tiene una gran tirada, pero que no contiene noticias, sino entretenimiento, así que no tiene que ver con el estado de las cosas. EL PAÍS es uno de los periódicos del mundo con una gran red de corresponsales. Ese es un lujo que muchos periódicos no tienen; es muy importante ver cómo se cuenta la realidad desde un punto de vista propio desde Moscú, desde Wa­shington o desde Londres. Es muy costoso mantener esa red. Y mantenerla convierte en imprescindible la prensa diaria: son periodistas en los que uno confía, no son el producto de una agencia anónima. Y yo me fío de ese tipo de información selectiva.

P. El señor Z. deplora que los buenos periódicos norteamericanos tengan cada vez menos corresponsales en el extranjero, así que a veces es usted su personaje.

R. El señor Z. es una máscara. Es un pensionista, un tipo pequeño con bombín, y ya ves que yo no soy ese. A veces dice lo que pienso y a veces dice cosas con las que no estoy de acuerdo.

P. ¿Está de acuerdo con él en que el escepticismo es una manera de ver este tiempo?

R. El escepticismo forma parte del sentido común del ser humano. Cada uno es un escéptico a su manera, ¿no? Él dice que no cree en la publicidad, porque solo dice mentiras. Lo dice en defensa propia: es su arma para defenderse de la política comercial, del consumismo. En la vida privada todos tenemos mecanismos de defensa, y entre ellos el sentido común y el escepticismo son muy valiosos.

P. El escéptico, dice Z., es el que otea. En el diccionario español, escéptico es quien duda. 


R. Es un concepto griego. Había entonces una escuela de escépticos que descreía prácticamente de todo. “¡El mundo existe, pues yo no estoy tan seguro!”. En esa capacidad para dudar de todo hay una exageración también.

P. ¿Usted de qué está seguro?

R. Por ejemplo, del solipsismo. Yo entiendo que existo. Los demás no existen, es una ilusión que yo me he fabricado. Juan Cruz es una invención mía, está ante mí, pero es una ilusión mía. Yo produzco un interlocutor para divertirme, para hacer una ficción, para inventar algo. Pero ese señor que veo y que me pregunta no existe. Eso es solipsismo, en eso creo.

P. Tanto en este libro como en El hundimiento se describe el escepticismo ante lo que ocurre. Parece que todo es un sueño bárbaro, y es también una burla del poder, de la política, incluso de la poesía…

R. Hay una larga tradición en esto. Mire a Goya, que expresa muchas cosas inciertas, muchas pesadillas. Trabajaba para la corte, pero no creía en la monarquía. No creía en el catolicismo. Creía en pocas cosa. Él representa el escepticismo oscuro, más bien negro, no cree.

P. El señor Z. reflexiona sobre política. Cita a Montaigne: “Habría que dejar la política en manos de los más robustos y menos dubitativos que de buena fe sacrifican su honor y su conciencia por ella”. Eso lo piensan Montaigne y el señor Z. ¿También el señor Enzensberger?

R. ¿Por qué nos ocupamos de la política? No lo hacemos por gusto, porque es aburrida, sino por autodefensa. Y los que la hacen seguramente sienten que la política les da vigor, segrega una especie de serotonina. Mira a la pobrecita Merkel, viajando de país en país, noches sin dormir. A ella le gusta, le apasiona. Por la serotonina. Para ella es sublime. Es como lo que segregan cierto tipo de deportes, por ejemplo el maratón. El maratón es una tortura, pero le gusta a tantos, como los saltos en la nieve, ¡300 metros de abismo! Una tortura, pero al parecer una tortura exquisita.

P. ¿A estos políticos les gusta tanto que estarían dispuestos a perder su conciencia y honor por la política?

R. Resulta inevitable; a veces estás en una situación en la que las opciones son limitadas y la posibilidad de error es infinita, pero les gusta el riesgo. Mira a los griegos, qué partida de póquer tan excitante llevan a cabo con Europa. Es una raza extraña la de los políticos. Una carrera rara en la que la dimisión no es lo natural.

P. Y si les gusta tanto el riesgo, podría pensarse que al final los políticos también serían suicidas…

R. ¡Depende de su grado de megalomanía! Por ejemplo, están los casos de Napoleón y de Hitler: la megalomanía es más fuerte que ellos. Realmente no pueden parar, no pueden retirarse, necesitan dominar el mundo entero. ¡Gente que se cree capaz de dominar a toda la humanidad, que de ellos dependa el planeta! Están alienados, continúan hasta la autodestrucción: uno acaba en la soledad de Santa Elena y el otro se dispara una bala en Berlín.

P. Otros sobreviven.

R. Sí, el político normal quiere sobrevivir, tiene un residuo de autoconservación, porque hay dictadores en el exilio, que se retiraron cuando los iban a matar. Sadam Husein fue hallado en su búnker y lo mataron. Al final quiso sobrevivir. Hitler no, Hitler se mató. Por fortuna, el político normal quiere sobrevivir. Es mejor. Y mira lo que ocurre con los políticos españoles: cuando han perdido sus funciones, cuando les estalla un escándalo, no se retiran, siguen ahí: quieren continuar, vivir. No son suicidas en ese sentido, ¡por fortuna! Es mejor.

P. También tienen tendencia a inventar historias o leyendas para crear naciones y desdeñar objetivos, como se dice en su libro.

R. Eso siempre funciona: la nación… Esa idea es más bien reciente. Al inicio fue la tribu, la familia, los vecinos… Por ejemplo, los indios de América se distribuían en pequeños grupos, hasta que uno se inventaba la idea de un rey. Un pequeño grupo con la tendencia a engrandecerse, con la idea de hacerse señores feudales. Todo el mundo sabe esto mejor que yo: hay volúmenes enteros de Hobbes, de Marx, gente que sabe muchísimo, de modo que yo lo digo como si esparciera las migajas de mi personaje…

P. El señor Z. dice que no hay capitalismo, sino capitalismos, y que por eso sobrevive.

R. El capitalismo es proteico porque es más capaz de adaptarse a circunstancias cambiantes que el socialismo. El socialismo no conoce modificaciones, aunque haya diferencias, por ejemplo entre Corea del Norte y Cuba. El capitalismo puede coexistir con un partido comunista unitario en China y también tranquilamente con el fascismo italiano o con el nazismo en Alemania.

P. Hay en el libro una ironía sobre el progreso: le ha dado mucho a la humanidad, pero también ha traído terrorismo o campos de concentración.

R. Es que, como dicen los norteamericanos, no hay almuerzo gratis… Eso se aplica también al progreso, no es gratuito. Mira la esclavitud en la colonización de las Antillas. Para que tomáramos café en el Norte hubo que explotar a los hombres. Y eso se hizo en nombre del progreso. Puso en marcha la esclavitud, la deportación, el colonialismo, los imperios. Todo eso se paga.

P. Este señor Z. dice que la avalancha de información se evaporará. Y añade que “existe vida más allá de los medios”.

R. Yo también digo que en este momento todos los medios hablan de la digitalización y predicen que todo ha de ser digital. ¡Abajo con el papel, es demasiado analógico! No estoy de acuerdo: yo como analógicamente, duermo analógicamente… Este es un sistema analógico. La rodilla es analógica, la lengua no es un ordenador. ¡No hay que exagerar con lo digital, no es la solución de todo! Los industriales dicen que hay que digitalizar lo más posible, porque hay capacidad de reducir el tamaño de las máquinas… ¿No te parece que se muere también analógicamente, no digitalmente?

P. España es un asunto suyo desde hace años. ¿Cómo ve ahora la situación?

R. En relación con España siempre he sido ignorante, pero también un observador. Veo en la prensa alemana artículos sobre el nuevo partido, Podemos. Es interesante, y en toda Europa hay analogías, de uno u otro signo, con esa formación. Siempre se les recibe con una reacción de rechazo hasta que se ve que es imposible ignorarlos. No es buena idea pretender que no existen. Creo que todos los tipos de populismos, de derechas, nacionalistas o de izquierdas, son fruto de los graves errores de la clase política dirigente, porque vienen a representar lo que ellos no han querido ver. Por ejemplo, la operación de salvamento de los bancos. Es una monstruosidad: ¡¿por qué los bancos son santos, como el Vaticano, a los que hay que rescatar?! Fíjate en Bankia, con las tarjetas negras, de las que se sirven partidos y sindicatos. ¡Y luego viene el Gobierno a salvar Bankia con millones de euros! Y los responsables son personas concretas, nombres propios que se conocen. No es una abstracción. Y si un partido como Podemos tiene una posibilidad de llegar al poder es como consecuencia de esa clase descuidada. Fíjate también en lo que ha pasado en Andalucía, con el partido socialista… No hay que hacer distinciones: aunque se llamen de modo diferente, PP y PSOE se han comportado de manera similar. Y el resultado es populismo, una palabra derivada de pueblo. Pero, repito, soy un ignorante de lo que ocurre en España. Y la que muestro es la pasión de un ignorante, un historiador amateur, un sociólogo amateur, siempre amateur.

P. En su muy famoso libro de poemas dice que el iceberg avanza hacia nosotros inexorablemente. ¿Cree que estamos en el tiempo de esa metáfora?

R. Sí, pero se puede dudar de eso: existe el cambio de clima, los icebergs terminan disolviéndose. El cambio de clima está más allá de la responsabilidad del hombre, de su control. Es mayor que el hombre, quién sabe qué pasará con el iceberg…

P. ¿Y metafóricamente estamos en un tiempo en que es posible el iceberg contra el que podríamos encontrarnos fatalmente?

R. El crash económico siempre es posible, mañana por la mañana vas al banco y no hay dinero, baja la renta, bajan las posibilidades, y te vas adaptando como si la fatalidad marcara sus reglas. Pasó en Alemania tras la guerra, llegó el hambre, nos acostumbramos. La disminución del nivel de vida ha llegado a Europa ahora, y mira cómo nos estamos acostumbrando. Tenemos que acostumbrarnos, por si viene el iceberg…

Juan Cruz, entrevista con Hans Magnus Enzensberger: "Esta es una enciclopedia contra la estupidez", El País, 15/05/2015

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