Afàsics.


Nos estamos quedando sin palabras. Todos: los tertulianos, los camareros, los filósofos, los matrimonios, los adolescentes, los coroneles, los militares sin graduación, el personal alterno, el subalterno, los bomberos y hasta el cuñado que disponía de una opinión para cada asunto y de un proverbio para cada suceso. El personal se queda sin palabras cada vez que se asoma al periódico o al telediario, cuando escucha la radio, cuando aparece en los papeles un capítulo más de Bankia o un apartado nuevo de los ERE, cuando emerge un dirigente sindical corrupto o un rojo infectado, cuando se manifiesta una trama secundaria de la gestión del ébola, cuando los populares hablan de populismo, cuando Valencia, cuando el FMI, cuando la troika, cuando el Banco Central, cuando Ana Mato, cuando Javier Rodríguez, cuando Cañete, cuando la cesta de la compra, cuando Cataluña… Nos quedamos sin palabras, sin saber qué decir, afásicos; los hechos superan nuestra capacidad de respuesta, de análisis, rompen nuestras defensas. Intentamos hablar y nos sale un gemido, ay.

Se nos caen las palabras del vocabulario como el alma a los pies. Abrimos la boca para expresar nuestro asombro ante el grado de corrupción institucionalizada, de desfachatez, de atropellos políticos, y económicos, y judiciales, y sale otro suspiro, ay, ay. España dice ay con un termómetro debajo de la axila, febril, desfallecida, alérgica a sí misma. Se rasca la nariz y se le pudre el léxico. El léxico vendría a ser como los glóbulos rojos, los eritrocitos o hematíes, encargados de transportar el oxígeno a cada una de las células. Pues eso, sí, que nos quedamos sin oxígeno, sin aire, perdemos la respiración cada mañana, al encender la radio. Qué desazón, qué agobio.

Juan José Millás, Qué agobio, El País, 17/10/2014

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