Rawls i les emocions polítiques (4t part).
Martha C. Nussbaum |
El actual es un momento propicio para escribir sobre este tema, pues los
psicólogos cognitivos han efectuado durante las últimas décadas una amplia gama
de investigaciones excelentes sobre emociones concretas, que, complementadas
por el trabajo de los primatólogos, los antropólogos, los neurocientíficos y
los psicoanalistas, nos proporcionan abundantes datos empíricos que resultan
sumamente útiles para un proyecto filosófico normativo como este. Tales
hallazgos empíricos no dan respuesta a
nuestras preguntas normativas, pero sí nos ayudan a comprender qué puede ser
posible y qué no, qué tendencias humanas generalizadas pueden ser perjudiciales
o beneficiosas: en definitiva, de qué material disponemos para trabajar y hasta
qué punto es susceptible de ser «trabajado».
Parte de la justificación de un proyecto político normativo pasa por
mostrar que este puede ser razonablemente estable. Las emociones son
interesantes en este sentido, en parte, por nuestras dudas e interrogantes a
propósito de la estabilidad. Pero, a partir de ahí, tenemos que preguntarnos
qué formas de emoción pública pueden ser estables a lo largo del tiempo, es
decir, sin necesidad de someter nuestros recursos humanos a una presión
excesiva. Argumentaré que tenemos que investigar, y saber apreciar, todo
aquello que nos ayude a ver el desigual y, con frecuencia poco agraciado,
destino de los seres humanos en el mundo con humor, ternura y goce, en vez de
con un furor absolutista por una perfección imposible. La fuente primaria de
las dificultades políticas radica en ese omnipresente deseo humano de vencer
ese desvalimiento tan crucialmente consustancial a la vida humana en sí: en ese
afán de alzarse (por así decirlo) sobre eso tan desagradable que es lo
«meramente humano». Muchas formas de emoción pública alimentan fantasías de
invulnerabilidad, pero todas esas emociones resultan perniciosas. El proyecto
que concibo aquí funcionará únicamente si halla vías para hacer que lo humano
pueda inspirar amor y para inhibir el asco y la vergüenza.
Ningún proyecto así podría salir adelante si no ligara la cuestión de las
emociones públicas a un conjunto definido de objetivos normativos. Yo concibo
en todo momento un tipo de liberalismo que no es moralmente «neutral», pues
está dotado de cierto contenido moral definido, en el que destacan la igualdad
de respeto por todas las personas, el compromiso con la igualdad de la libertad
de expresión, asociación y conciencia para todos los ciudadanos, y una serie de
derechos sociales y económicos fundamentales. Estos principios y compromisos
limitarán necesariamente las posibles vías a través de las que puedan
cultivarse las emociones. La sociedad que imagino debe lidiar con el problema
de Rousseau sin desatender los
compromisos y principios de un Estado lockeano/kantiano. Habrá quien piense que
la idea de una «religión civil» no es sostenible bajo tan restrictivas
condiciones, o que no puede materializarse de un modo mínimamente interesante o
atractivo. Pero ya veremos.
El foco de este proyecto está centrado en la cultura política de la
sociedad, no en las instituciones informales de la sociedad civil. Con ello no
quiero decir que la sociedad civil no sea pródiga en influencias sobre las
emociones de los ciudadanos: lo único que digo es que no es lo que investigo
aquí. Sin embargo, sí entiendo el concepto de lo político desde un punto de
vista inclusivo, como algo que comprende todas aquellas instituciones que
influyen notablemente en las oportunidades vitales de las personas y lo hacen
permanentemente, a lo largo de sus vidas (algo que coincidiría con la noción de
la «estructura básica» expuesta por John
Rawls). Lo político incluye así a la familia, aunque las relaciones del
Estado con la familia estén limitadas
por los ya mencionados compromisos con la libertad de expresión y de asociación
de las personas adultas. Dentro del ámbito general de la cultura política, este
proyecto investigará desde la retórica política hasta toda una serie de
manifestaciones y expresiones de carácter público: las ceremonias y los
rituales públicos; las canciones, los símbolos, la poesía, el arte y la
arquitectura públicos; el diseño de parques y monumentos públicos; y hasta los
deportes públicos. También tomará en consideración cómo se moldean las
emociones en la educación pública. Por último, es posible crear instituciones
que encarnen las ideas e intuiciones transmitidas por un tipo particular de
experiencia emocional, y este libro, aun cuando no se centre en esa parte del
proyecto, reconoce su importancia.
La unidad primordial de análisis aquí considerada es la nación, dada su
importancia fundamental a la hora de fijar condiciones de vida para toda
persona sobre la base de la igualdad de respeto, y por tratarse de la mayor
unidad política conocida hasta el momento que ha podido ser mínimamente responsable
ante las voces del pueblo y capaz de expresar el deseo de este de procurarse a
sí mismo aquellas leyes por él elegidas. También será importante el plano
internacional: parte de la evaluación correcta de una cultura pública
determinada nos la proporciona el examen de los sentimientos que esta promueve
hacia otras naciones y pueblos. No obstante, coincidiré con Giuseppe Mazzini y
otros nacionalistas decimonónicos en considerar que la nación es un «fulcro»
necesario sobre el que impulsar el interés por el ámbito global en un mundo en
el que el más inextricable obstáculo al interés y la preocupación por los otros
es la inmersión egoísta en los proyectos personales y locales. Otro motivo para
centrarse en la nación es la necesidad de la presencia de particularidades
históricas en toda buena propuesta para la formación de emociones políticas. (…)
Cuando escribí sobre las emociones en Paisajes
del pensamiento, defendí la tesis de que todas ellas implican
necesariamente valoraciones cognitivas, formas de percepción y/o pensamiento
cargadas de valor y dirigidas a un objeto u objetos. Como veremos, los
psicólogos cognitivos cuyo trabajo sobre emociones como la compasión y el asco
será central para mi análisis sostienen una tesis similar, a la que los
estudios de los antropólogos sobre el papel de las normas sociales en las
emociones dan un sólido apoyo adicional. (CONTINUARÀ)
Martha C. Nussbaum, Las
emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia?,
Paidos, Barna 2014
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