El neuroeducador davant els dèficits cognitius.
Siempre ha habido niños listos y niños torpes.
Niños capaces, atentos, curiosos, despiertos, inquietos, de miradas
agudas y asociaciones rápidas, siempre curioseando el entorno, cosas,
objetos, o buscando en los libros o inquiriendo a los demás. Y niños
lentos, menos capaces, poco curiosos, distraídos, de mirada a veces
perdida e inatenta, requiriendo asistencia constante del maestro. Pero
lo cierto es que estas etiquetas no han acertado, tantas veces, en
predecir el futuro intelectual o profesional de estos niños, pues hay
ejemplos indicando que algunos de aquellos que en su momento fueron
señalados como torpes o tontos o apagados o ineptos
han desarrollado después del colegio una vida intelectual
sobresaliente. Y al contrario, niños listos y despiertos en el colegio, y
de futuro prometedor, que luego después en el mundo han resultado ser adocenados y grises.
Y es que estas etiquetas al uso, con las que se estampilla
tantas veces a los niños en los colegios, se colocan a niños
aparentemente normales pero que el maestro no encuentra vía de hacerles
llevar el ritmo de la clase, abrirles los ojos, hacerles despertar.
Niños en los que, como digo, nada justifica un déficit desde cualquier
estudio clínico, pero que, de hecho, tienen dificultades en desarrollar
sus capacidades en el colegio. Déficits que aun cuando en todos los
aspectos de su conducta cotidiana, tanto en casa como en su relación con
los demás no asoman, lo hacen lento y torpe en el
colegio. Y esto quizá se deba a que estos niños tengan un ritmo
vigilia-sueño diferente y que no les permite coincidir en su despertar
con los picos altos de actividad del colegio. En otras palabras, niños
que tengan ritmos circadianos retrasados o adelantados que impidan que
el niño, temprano en la mañana o tarde en el día, puedan seguir con
atención las enseñanzas, particularmente si estas son de exigencia
cognitiva alta como pudieran ser conceptos abstractos y difíciles. Y es
que en tales casos su sistema reticular activador, aquel que permite la
puesta en marcha del foco atencional, aquel que hace reaccionar con
alerta ante una situación de peligro o para el caso participar
atentamente a las enseñanzas del maestro, pueda estar cambiado y aun
apagado. Y pudiera darse el caso de que, como consecuencia, algunos de
estos niños que reciben enseñanzas temprano en la mañana o durante la
tarde recibieran una de estas etiquetas de, por ejemplo, "este niño es
algo torpe y no sirve para las matemáticas". Y es muchas veces
desgraciado que estas etiquetas equivocadas se puedan convertir en un lastre psicológico negativo e influir, para mal, en el propio desarrollo del cerebro del niño.
Hoy, además se habla, no solo de estos cambios específicos en el
ritmo circadiano de algunos niños, sino en que el propio niño tenga un
tiempo de desarrollo cerebral general normal pero desfasado del que
tiene el resto de los alumnos. Esto último, de nuevo, se expresa en
cierta ineptitud cuando se les compara con su tempo de
aprender con el resto de la clase. Y esto particularmente puede
expresarse muy específicamente en algunas materias, por ejemplo en
matemáticas, pues hoy sabemos que hay dos tipos básicos de matemática
que tienen significado diferente, se aprenden de modo diferente, tienen
su asiento en circuitos neuronales diferentes con nodos principales
localizados en áreas diferentes del cerebro y con tiempos (a lo largo de
la edad) de maduración diferentes.
Y un algo todavía más sobresaliente en sentido negativo para
el tema que estamos tratando es el de la emoción. La emoción es
sobremanera importante a la hora de valorar las capacidades de un niño.
Hay niños cuyo menor rendimiento mental no se debe a problemas en su
maquinaria cognitiva propiamente, que puede ser normal e incluso
sobresaliente, pero sí que pueda tratarse de un apagón emocional
que persiste en el tiempo. Puede que la emoción, esa energía necesaria y
que alimenta los procesos cognitivos se encuentre apagada por problemas
múltiples, conscientes o inconscientes. Energía que es necesaria para despertar con la curiosidad y abrir la atención y con ella aprender y memorizar adecuadamente y sin la que el niño se vuelve lento y torpe.
Y todo esto sin contar con niños que pudieran padecer procesos muy
larvados y casi indetectables de un déficit atencional o de ansiedad o
autismo y aun dislexia sin síntomas de expresión burda o grosera. Todo
esto nos lleva a la necesidad, cada vez más perentoria, de ver al niño
como individuo único, diferente al resto de los niños de la clase, y
tratar de disecar en cada niño sus propias aptitudes y déficits que le
obstaculicen para el aprendizaje en sí mismo y no hacerlo
comparativamente.
El apunte final que habría que tomar es que mejorar e incluso evitar
estos problemas es posible, pues es posible, en muchos casos, realizar
intervenciones tempranas. ¿Quiero decir con todo esto que podremos,
algún día, convertir a todos los niños torpes en niños listos? No lo sé. Pero lo que sí sé es que estas intervenciones tempranas pueden reconvertir a muchos niños distraídos, lentos,
y con falta de rendimiento a que lo sean menos. Y que ello puede
comenzar con solo el convencimiento, por parte de los maestros y
neuroeducadores principalmente, de que tal cosa es posible. Solo esta
mentalización, la de que es posible reconvertir un niño torpe y lento en un niño listo y despierto puede hacer milagros.
Francisco Mora, 'Listos' y 'Torpes', El Huffington post, 11/06/2013
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