Alfred Rosenberg, el ideòleg nazi.
Alfred Rosenberg |
Alfred Rosenberg, insufriblemente arrogante y pedante, era uno de los nazis más antipáticos.
No les caía bien ni a ellos. Atormentado siempre por no poder llegar a
la cúpula real del poder, se granjeó el desprecio y las burlas de muchos
de sus compañeros de partido, que no hacían sino seguir en eso el
ejemplo del propio Hitler. Von Schirach decía de Rosenberg que era el
autor que más ejemplares había vendido de un libro que nadie había
leído. Se refería a Mythus del XX Jahrhunderts (El Mito del siglo XX), su obra mayor (algo no muy difícil cuando tienes otros títulos como Inmoralidad en el Talmud), y la segunda Biblia nazi después del Mein Kampf.
Mythus, influido por Houston Stewart Chamberlain y una mala
lectura de Nietzsche, es un mamotreto de muchas ínfulas que Goering
describió sin ambages como “basura” y Goebbels calificó de “escupitajo
filosófico”. En ese libro, Rosenberg trató de sistematizar la confusa
filosofía oficial que había detrás del movimiento nazi, la espuria
amalgama de neopaganismo, mística de la sangre, teorías raciales y
pseudociencia que él consiguió convertir en algo que Hitler mismo
consideraba demasiado oscuro para entenderlo. Hay que decir en descargo
de Rosenberg que su libro fue el único intento serio de poner por
escrito la embarullada filosofía nazi.
Alemán del Báltico —había nacido en lo que hoy es Tallin— compartía
el ultranacionalismo de los expatriados y se unió al partido nazi en
1919. Miembro de la sociedad Thule, creía en fuerzas y conspiraciones
oscuras y fue uno de los grandes propagadores del mito de la
conspiración judeo-masónica y de Los protocolos de los Sabios de Sión.
Se convirtió en el gran teórico nazi de la raza y uno de sus líderes
culturales —lo que le llevó a enfrentarse a Goebbels—. Hitler lo hizo
responsable de supervisar la educación ideológica del partido.
Si su papel se hubiera limitado a la pseudoliteratura probablemente
Rosenberg no habría acabado colgado de una cuerda en Núrenberg en 1946.
Pero era un arribista fanático y ambicioso que se instaló en la
estructura del III Reich y participó plenamente en sus crímenes. Por eso
es tan interesante que haya aparecido parte de su diario. Rosenberg
escribió unas memorias, que han sido publicadas, mientras esperaba
juicio en Nurenberg.
En 1939 creó un instituto para la investigación de la cuestión judía
cuyo objetivo —odio racial al margen— era saquear las colecciones de
arte, bibliotecas y archivos judíos de toda Europa. Una unidad especial
denominada Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg (Fuerza Especial
Rosenberg) confiscó (en puridad robó) tesoros artísticos por doquier. En
1941 Hitler lo nombró Ministro para los Territorios Ocupados del Este,
cargo en el que demostró ser tan incompetente como filosofando, aunque
ello no significó que fuera menos brutal que sus camaradas.
En el proceso de Núrenberg fue uno de los 12 condenados a muerte. La
suya fue la ejecución más rápida. A los 90 segundos ya pendía de la
soga. Curiosamente el incontinente vocero del nazismo se limitó a dar su
nombre en el patíbulo y a contestar con un simple “no” cuando le
preguntaron si quería decir algo para la posteridad.
Jacinto Antón, El pedante filósofo del nazismo, El País, 11/06/2013
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