
Esta dualidad nos remite al debate sobre el origen de la vida. Los
creacionistas afirman que la vida es un cuento en el que Dios ya conocía el final, sólo tuvo que poner en marcha su máquina de narrar y así todos somos una especie de marionetas en su Gran Ficción. Para los darwinistas, como en el
Quijote, la vida se desarrolla según nociones sujetas al azar de lo mutante, la ficción nunca está escrita y, en último extremo, no existe esa Gran Ficción. En el cine, grandes películas son cuentos orales, se ajustan al "arquetipo lazarillo", por ejemplo,
Ciudadano Kane o
Rebecca. En ambas todo comienza por el final, "Rosebud...", "anoche soñé que regresaba a Manderley...", la historia comienza por lo que "no deberíamos saber" para más tarde ir reconstruyéndola. En el extremo contrario, películas "modernas" [en este sentido de la palabra moderno], hallamos,
Los pájaros,
Hitchcock;
El planeta de los simios (la original,
Franklin J. Schaffner), o llevando la no anticipación al límite de la perfección,
Exotica de
Atom Egoyan, o
Hana-Bi de
Takeshi Kitano. En el inconmensurable mundo de las teleseries contemporáneas, el ejemplo de no anticipación vendría encarnado por
Perdidos, en la que el espectador va perdiendo el equilibrio a cada momento al mismo tiempo que los personajes [se habla ya de esta teleserie como del
Quijote de las narraciones visuales]. El caso contrario lo encontramos en otra reciente,
Flashforward, en la que todo el planeta Tierra sufre un desmayo de pocos minutos para, en ese ínterin, cada persona ver su futuro; la narración consiste en desentrañar cómo demonios librarse de ese futuro que aún no se ha producido, pero que ya está escrito.
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