Amor i identitat.

La razón última por la que, por decirlo a la manera de Proust, cuando estamos enamorados somos incapaces de actuar como adecuados predecesores de las personas en las que nos convertiremos cuando dejemos de estar enamorados, o nos removemos inquietos al tener que evocar un amor anterior, se relaciona, como no podía ser de otra manera, con una dimensión estructural de nuestra propia identidad.

Porque si nos aterra imaginar un futuro sin la visión de los rostros o el sonido de las voces que amamos es porque intuimos que tales pérdidas constituyen la cifra, el signo, de una pérdida que se encuentra en el límite de lo que nos sentimos en condiciones de soportar. Se trata de un dolor mucho más cruel, y es el dolor de no experimentar dolor, de sentirse indiferente hacia aquello que, por otro lado, no podemos olvidar que marcó a fuego nuestras vidas.

Caemos entonces en la cuenta de que lo que realmente habríamos perdido en el camino es algo de nosotros mismos. Nuestro propio yo habría cambiado, lo que es como decir que el yo anterior habría muerto. Se trata, señala Proust en A la sombra de las muchachas en flor, de "una muerte seguida, es cierto, por una resurrección, pero en un yo distinto, cuya vida y amor están fuera del alcance de aquellos elementos del actual yo que están destinados a perecer...".

La cosa va más allá, pues, del hecho sabido de que mi relación con los otros proporciona la ocasión, el medio, para tener noticia de mí, o incluso de que la única forma de experiencia de mí mismo me viene dada a través del otro (el sociólogo fenomenológico Alfred Schutz tiene escrito algo extremadamente parecido a esto). Estaríamos afirmando que en realidad son los otros -y especialmente esos otros a los que nos abandonamos en la experiencia amorosa- quienes nos constituyen, quienes nos conforman, quienes nos hacen ser, precisamente, aquello que somos. De tal manera que cuando se van, cuando los perdemos, cuando desaparecen de nuestras vidas, se llevan con ellos algo sustancial, básico, de nuestra realidad personal. Su muerte es nuestra muerte o -si es nuestra la decisión de terminar con ese vínculo- nuestro suicidio.

No se pretende con lo anterior cargar las tintas retóricas, o deslizarse hacia la grandilocuencia sentimental. Estamos hablando de la esfera simbólica, claro está, pero resulta escasamente discutible la centralidad que la misma ocupa en la existencia humana.

Quedarnos sin un yo continuo, permanente, estable, altera de manera sustantiva los esquemas mentales con los que estábamos acostumbrados a funcionar, también en materia amorosa. Si pasamos a hablar en términos de discontinuidad del yo o, dando un paso más, de múltiples yoes a lo largo de nuestra vida, la mayor parte de registros con los que funcionábamos para administrar nuestras relaciones con el futuro y con el pasado parecen saltar por los aires. ¿Qué sentido podría tener la nostalgia por un pasado que atribuiríamos a un yo diferente al actual? ¿O la melancolía, por lo que pudo haber sido y no fue... de otro? ¿Tendría más sentido la ilusión por lo que pueda esperarle a alguien que tal vez ni siquiera sea yo mismo?

Acaso la disolución más inquietante del yo no sea la que se produce en la cima de la pasión, en los instantes-cumbre del vértigo amoroso: a fin de cuentas, de tales presuntas disoluciones teníamos sobrada noticia a través de los románticos -que se encargaron, de paso, de tranquilizarnos, haciéndonos saber el carácter reversible, un poco de mentirijillas, de las mismas-.

El escritor que, exaltado y torrencial, nos narra cómo vivió aquella experiencia en la que creyó perder su yo en otros brazos, puede hacerlo precisamente porque lo ha recuperado (y regresa para contarlo). La tristeza fría del que juró amor eterno en vano es, en cambio, el relato remansado de la ruina de una intensidad. La crónica de una desaparición que se lleva consigo al cronista. El mapa de un mundo empobrecido.

Manuel Cruz, Te querré siempre, El País,05/06/2010
http://www.elpais.com/articulo/opinion/querre/siempre/elpepiopi/20100605elpepiopi_4/Tes?print=1

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