La necessitat de mantenir la solidaritat.

Lo que me preocupa de las posibilidades de futuro de la raza humana es la presencia de ciertos obstáculos cuya magnitud, si queremos que los pueblos del mundo compartan el planeta reduciendo al mínimo los conflictos violentos, habrá, por lo menos, que aligerar (y no utilizo el verbo resolver porque la vida no es una operación algebraica). Artículos de primera necesidad como el aire que respiramos o el agua potable ya suponen un problema para la población mundial, que crece de forma constante. Los cambios climáticos, directamente negados por una considerable cantidad de mandatarios políticos y económicos del mundo, están creando ya graves dificultades en muchos territorios litorales. Las grandes empresas agroalimentarias y los gigantes industriales están cambiando la composición química del terreno, el agua y el aire en extensas zonas del planeta, sin que nadie controle sus actividades y sin que ellos mismos se sientan responsables de las posibles consecuencias futuras.

Las fuerzas solidarias ya no tienen el peso que tenían en las primeras siete décadas del pasado siglo. Sindicatos industriales, pensadores y políticos de izquierdas u obreros marxistas y anarquistas eran las fuerzas principales de la solidaridad tal como la he definido anteriormente. El fracaso de la planificación centralizada soviética y de su agricultura colectivizada, además de las perversas purgas estalinistas y de la sucesión de mediocres dictaduras registradas en Europa del Este y la propia URSS tras la muerte de Stalin, demostraron, como mínimo, que el Estado de bienestar posterior a 1945, es decir, el "capitalismo de rostro humano", era claramente preferible al comunismo soviético.

Al mismo tiempo, el triunfo del capitalismo en la Guerra Fría ha incrementado las presiones conservadoras destinadas a reducir los servicios sociales del Estado de bienestar y eliminar todos los controles públicos, de manera que, como ocurrió en Estados Unidos a partir de 1990, agentes bursátiles con talento pero sin escrúpulos han podido no solo hacerse millonarios o multimillonarios, sino vender a crédulos clientes "derivados" inmobiliarios fraudulentamente concebidos y con frecuencia carentes de valor, causando al final (de forma bastante inocente, según creen la mayoría de ellos) una crisis financiera mundial, en modo alguno resuelta todavía.

En España, individuos igualmente perspicaces y sin escrúpulos han arruinado grandes extensiones de la costa mediterránea y muchas hermosas zonas forestales del interior, sin el más mínimo respeto hacia recursos naturales como el suelo o los árboles, y sin consideración alguna hacia la destrucción de la belleza natural.

En este panorama, ¿dónde encajan la solidaridad y el escapismo? En mi opinión, la importancia de la solidaridad es más crucial ahora que durante las primeras décadas del siglo XX. En esa época proliferaba la esperanza, en parte materializada después de la II Guerra Mundial gracias a la creación de Estados de bienestar en Europa, el mundo de habla inglesa y ciertas zonas de Asia. La competencia por los limitados recursos naturales no era tan acusada como se ha vuelto posteriormente, y tampoco el problema del cambio climático inducido por la industrialización era tan amenazador como ahora, en un mundo que todavía parece incapaz de tomar las medidas necesarias al respecto. Por otra parte, en los años de formación del siglo XX, la "solidaridad" solo se aplicó realmente a los entornos europeo y anglosajón, mientras que hoy en día y en el futuro tendrá que aplicarse al conjunto del mundo habitado. De ahí que la "solidaridad" constituya en la actualidad una labor más importante y más difícil que hasta hace unas décadas.

En cuanto al "escapismo": hoy lo necesitamos más que nunca, porque la felicidad humana y, en consecuencia, la voluntad de ayudar a nuestros semejantes, depende del mantenimiento de libertades políticas que posibiliten al individuo la conservación de un ámbito interior en el que sus emociones no tengan que rendir tributo ni a coacciones ideológicas o étnicas ni a interpretaciones obligatorias de la historia.

Gabriel Jackson, Sobre solidaridad y escapismo, El País, 18/06/2010
http://www.elpais.com/articulo/opinion/solidaridad/escapismo/elpepiopi/20100618elpepiopi_11/Tes?print=1

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