Alegries nihilistes.
Hace algunos años, el filósofo francés Etienne Balibar explicaba que a los palestinos se les exige siempre una moral ejemplar y superior, como víctimas que son de la Ocupación y de la musculada propaganda sionista. La asimetría no es únicamente militar. También es, si se quiere, ética: porque ocurre que una respuesta equivalente al terror del victimario convierte a la víctima no en un criminal igual sino en un criminal mayor. Los palestinos sufren, pues, esta doble injusticia: la de vivir bajo una ocupación ilegal y la de tener que ser más justos que sus enemigos y ello en condiciones de presión y humillación constantes: la injusticia, es decir, de no poder ser tan criminales como sus verdugos. No pueden. No deben. Todas las ventajas semióticas (o geoestratégicas) que crean poderse adquirir mediante este tipo de violencia quedan inmediatamente anuladas por la violencia misma, que degrada al que la comete, que oculta la historia de resistencia en la que se inscribe la acción y que justifica a Israel, ahora purificada de sus crímenes y autorizada a cometer otros mayores.
Ahora bien, cuando dirigentes de Israel reaccionan evocando el atentado contra las Torres Gemelas ("es nuestro 11-S"), estamos obligados a denunciar una argucia propagandística fraudulenta. Primero, porque con esa referencia se está buscando la empatía más primaria de la población occidental; porque (segundo) esa ecuación anuncia ya medidas militares desproporcionadas e ilegales que a todos deberían preocuparnos (el ministro de Defensa israelí Yoav Galant anunció ayer: "He ordenado un asedio total sobre la Franja de Gaza. No hay electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia"); pero sobre todo porque (tercero) identifica la operación "Diluvio de Al-Aqsa" con una acción terrorista, el procedimiento más eficaz para extraerla de todo contexto histórico y, por lo tanto, para eximir a Israel de cualquier forma de responsabilidad. Los atentados del 11S fueron un atentado terrorista; los asesinatos de civiles israelíes por parte de Hamas se producen, en cambio, en el marco de una operación militar contra una fuerza ocupante. Netanyahu, tras conocerse la incursión miliciana en Sderot, habló enseguida de "estado de guerra", "estado" que fue luego declarado formalmente por el Gabinete de Seguridad Interior. Israel, sí, está en guerra contra Palestina desde su fundación, hace ahora setenta y cinco años. Los horrendos crímenes de Hamas contra civiles israelíes constituyen, por tanto, "crímenes de guerra". La diferencia entre un crimen de guerra y una acción terrorista no es cuantitativa y, desde luego, no jerarquiza el dolor de las víctimas y sus familias. Pero la diferencia es importante, porque hablar de "terrorismo" en este caso tiene el efecto de ocultar la guerra desigual entre Israel y Palestina, una guerra asimétrica en la que una potencia Ocupante con recursos militares superiores a los de España, vanguardia de la tecnología armamentística, se enfrenta a grupos armados de fuerza muy limitada, cuando no -como hemos visto en sucesivas Intifadas- a poblaciones enteramente desarmadas. Esta asimetría, por lo demás, se revela en la proporción de víctimas de un lado y de otro en la última década: un muerto israelí por cada veinte palestinos.
¿La solución estaría en reducir esta proporción? Es decir, ¿en aumentar el número de muertos israelíes? Aunque fuera posible, creo que la respuesta es no. Pero es que, además, es imposible. Lo explicaba muy bien Isaac Rosa en un reciente artículo: la asimetría es tan grande, y el carácter mafioso vengativo del Estado israelí tan implacable, que el aumento de las víctimas israelíes no hará sino centuplicar el de las víctimas palestinas. ¿Será la solución, al revés, aumentar la desproporción: cero contra veinte, cero contra cien, cero contra mil? Los palestinos lo han intentado todo en las últimas décadas, incluso convertirse en las víctimas ideales, entregando más territorio en Oslo, pactando la seguridad interior de la Autoridad Palestina, buscando formas alternativas, pacíficas y hasta pacifistas, de resistencia. Nada ha servido. Se les ha respondido siempre con nuevos bombardeos, nuevas colonias, nuevos muros y nuevas anexiones, estrategia premeditada orientada a radicalizar a un enemigo con el que, de ese modo, no habría posibilidad de negociar. Fue Israel quien facilitó el crecimiento de Hamas en los años 80 del siglo pasado para no tener que negociar con Arafat. Netanyahu necesita, como Bashar el-Asad, violencia, terrorismo, yihadismo. La estrategia funciona pero es suicida. No olvidemos la advertencia lúcida este mismo viernes de Ami Ayalon, héroe de guerra y ex-director del Shin Bet, el servicio secreto interior israelí: "tendremos seguridad cuando los palestinos tengan esperanza". Israel ha perdido la batalla de la seguridad porque los palestinos han perdido toda esperanza de alcanzar un acuerdo pacífico con Israel que les permita construir, al menos, un pequeño Estado independiente, incluso sobre una peña, incluso sobre una sábana o un pañuelo, incluso sobre la punta de un alfiler. Es esa radical falta de esperanza la que explota Hamas frente a una Autoridad Palestina irrelevante y represiva que no puede ofrecer ni democracia ni liberación territorial.
Así que Hamas toma la iniciativa en un marco de desesperación geopolítica radical. Cuando el gobierno ultraderechista de Netanyahu emprende políticas de recolonización de Cisjordania que apuntan a una posible anexión territorial, cuando Arabia Saudí, tras Bahrein, Emiratos, Marruecos y Sudán, está a punto de establecer relaciones diplomáticas con Israel, aislando aún más a los palestinos de su contexto natural, y cuando la radicalización de las políticas sionistas no se ha traducido en un distanciamiento por parte de EEUU y la UE, Hamas decide emprender una acción inesperada y espectacular en la que los muertos fungen como "mensajes" simbólicos y psicológicos al margen de una "opinión pública internacional" de la que ningún palestino espera ya nada. Al iluminar repentinamente la vulnerabilidad de ese enemigo que se creía, y al que todo el mundo creía, omnipotente, Hamas se sacude el aislamiento interpelando a las poblaciones árabes que disienten de las políticas de "normalización" de sus gobiernos y sacude de un modo terrible la desesperanza de los palestinos, que ven de pronto posible infligir una derrota militar a Israel, aunque sea provisional y contraproducente. Es lo que tiene la desesperanza. Los palestinos sobran; les sobran a todo el mundo. Decía Luz García Gómez en un excelente artículo que la acción bélica de Hamas iba a unir a los israelíes, y es verdad; pero también va a unir, al menos un momento, a los palestinos, a los que no se deja más patria común que la muerte. Recuerdo imágenes de los vecinos israelíes de Sderot sacando sus sillas a la calle, con un gin-tonic en la mano, al pie de la frontera, para contemplar arrebatados de felicidad esos bombardeos nocturnos de Gaza de 2014 en los que murieron 2.200 palestinos, 1.563 civiles, 532 niños. ¿Se podrá comprender que, privados de esperanza, los palestinos celebren hoy la repentina vulnerabilidad de su enemigo? Entre la alegría nihilista de un supremacista y la alegría nihilista de un perdedor maltratado sigue habiendo una diferencia, pero este nihilismo, consecuencia de la violencia desigual, es al mismo tiempo un obstáculo para cualquier paz futura. La victoria sobre el nihilismo común no será posible sin la victoria sobre la Ocupación de Israel; y esa victoria depende menos de los palestinos que de los israelíes y sus aliados.
Santiago Alba Rico, Y después de condenar, ¿qué?, Publico 10/10/2023
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