Ruptura entre l'esquerra i la classe obrera.





Una mujer a la que conozco y quiero desde mi infancia, que siempre ha votado a IU y a la que convencí el otro día de que no podía abstenerse, me expresaba su "cansancio de la izquierda", cansancio que entre sus vecinos del barrio del Pilar, donde ella vive, alcanza -me decía- cotas de una visceralidad sideral. A mi pregunta de por qué un barrio de trabajadores había votado al PP y podía votar eventualmente a Vox, me respondía del modo más lúcido y sintético: ellos quieren ser ricos y la izquierda les pide sobriedad y solidaridad; quieren divertirse y la izquierda les aburre; llegan cansados del trabajo y la izquierda les regaña, les pide un esfuerzo feminista o ecologista o antropológico. Mi amiga explica a su manera que se ha producido una ruptura total entre una izquierda elitista muy puritana y una clase trabajadora formateada por el deseo neoliberal a la que le importa mucho más la seguridad que el voto y que está dispuesta a votar, por tanto, contra la democracia: ETA y los okupas presiden buena parte del horizonte mental de personas normalmente buenas que siguen regalando una cebolla a sus vecinos, prestándose a cuidar a sus hijos y visitándolos en el hospital cuando se ponen enfermos.

El PP y Vox, apoyándose en sus medios de comunicación, han convertido ese cansancio en odio. Para la mitad de la población, la izquierda, en efecto, no es ya una opción política equivocada, pero legítima. Es el otro, el mal, la anti-España que creíamos haber dejado atrás y que moviliza en negativo a miles de españoles, hombres y mujeres, los cuales consideran de pronto mucho más material esta emoción agresiva (contra los progres, las feministas, los ecologistas, los independentistas) que las medidas tomadas por el Gobierno para proteger a los ciudadanos. Alguien podría aducir que la izquierda ha perdido votos porque no ha ido lo bastante lejos en sus políticas sociales y económicas. No estoy seguro. Una política más valiente, absolutamente necesaria, podría haber arrancado votos en otro sitio (en el abstencionismo endémico, por ejemplo, muy connotado en términos de clase) pero más que el puñado de votos en disputa, siempre el mismo, importa su repentina coloración emocional. No es un ciclo; es un temperamento. Y un temperamento es mucho más material que un salario. Allí donde el odio se convierte en la mayor fuente de satisfacción, de nada sirven las medidas ni los datos ni los discursos. Ese es el marco antropológico del deseo neoliberal: consumo y odio. Odio y consumo. El pasado 28M vimos el poder avasallador que tiene ese matrimonio en una ciudad como Madrid.

Así que el neoliberalismo y la derecha llevan en campaña muchos años; una campaña exitosa que hoy da sus frutos, no como cambio de ciclo sino como cambio de atmósfera.

Santiago Alba Rico, ¿Por qué no voy a votar?, Público 10/07/2023

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