Contra l'imperatiu tecnològic.






Cuando una innovación tecnológica causa revuelo en la prensa porque, pese a las indudables ventajas que pueda traer, implica también algunos peligros y amenazas, es recurrente que algunos analistas se atrevan a sugerir la conveniencia de legislar al respecto para evitar al menos los peores escenarios que podrían darse, e igualmente recurrente son las protestas acerca de lo irrealizable o indeseable de dicha regulación. En español, la frase más repetida entonces es «no se le pueden poner puertas al campo». Recuerdo cómo, cuando saltó la noticia del nacimiento de la oveja Dolly, allá por 1996, la frase fue profusamente usada en las tertulias y entrevistas, y lo mismo cuando en 2004 un científico coreano anunció (falsamente) haber clonado embriones humanos. Una versión más sofisticada de la idea que hay detrás dice que en tecnología, lo que puede hacerse, se hará.

Es lo que en filosofía de la tecnología se conoce como «imperativo tecnológico» y da expresión breve a una doctrina que, pese a estar desacreditada en la literatura sobre el tema, sigue teniendo un fuerte apoyo en los medios de comunicación. Me refiero al determinismo tecnológico. En pocas palabras, lo que esta doctrina sostiene es que, por su propia naturaleza, la tecnología (o al menos las tecnologías más potentes) son intrínsecamente incontrolables. Solo obedecen a una lógica interna que el ser humano no tiene capacidad para reconducir. Su máximo defensor fue el filósofo francés Jacques Ellul en el libro La tecnología o la apuesta del siglo, publicado en 1954.

Nadie puede negar que la regulación del desarrollo tecnológico no es fácil. No es como regular la conducta apropiada en una residencia universitaria, pero esto no significa que no sea factible y conveniente. Como argumentó hace ya más de dos décadas el filósofo finlandés Ilkka Niiniluoto, lo contrario del determinismo, que sería algo así como un «voluntarismo ingenuo» no resulta plausible. La tecnología presenta sus «imperativos», pero son imperativos condicionados a valores y deseos, y podemos desobedecerlos o cambiarlos.

Se ha dicho, por ejemplo, que estas reacciones precautorias se basan en un miedo irracional a una nueva tecnología, como ha sucedido siempre en el pasado. No son más que una muestra de conservadurismo, que, además, retrata un panorama apocalíptico que nunca se va a producir.

A esto yo respondería que también el pasado nos ha mostrado suficientemente que no toda innovación tecnológica es necesariamente un progreso, o bien que trae aparejadas consecuencias indeseables que es importante evitar o paliar. Los indudables beneficios no anulan los perjuicios. Yo estoy de acuerdo en que los escenarios apocalípticos, tipo Terminator, que algunos dibujan son bastante improbables, pero se crea o no en la posibilidad futura de una Superinteligencia Artificial General, el desarrollo de la IA presenta ya efectos negativos que conviene regular.

Se dice, y con esto acabo con las objeciones, aunque sé que hay muchas más, que las ventajas de la IA serán mucho mayores que los inconvenientes, que la IA no tiene nada que ver con tecnologías más preocupantes o peligrosas como la energía nuclear. Muy bien, supongamos que sea así. En tal caso, no habrá ningún problema en que preveamos algunas posibles consecuencias negativas, aunque sean pocas e improbables, para tratar de evitarlas.

Y ahora, para terminar, hago yo una pregunta: ¿Cuál es la alternativa? ¿Dejamos que las grandes compañías tecnológicas y los poderes económicos decidan por nosotros sin ninguna cortapisa, con nuestra bendición además? La plausibilidad inicial del determinismo tecnológico debe ser puesta en contraste con un hecho que, si bien no lo convierte en falso, sí que al menos debería prevenirnos contra su aceptación pasiva: el determinismo tecnológico es paralizante. Conduce a la inacción e impide que tomemos las decisiones adecuadas ante los graves desafíos que se nos presentan. Al admitir que todo lo que pueda hacerse técnicamente se hará tarde o temprano, sea cual sea nuestro juicio sobre ello, lo que indirectamente se sugiere es que hemos de estar preparados para asumir cualquier resultado posible y que nuestros deseos o la calificación moral que nos merezcan los resultados de la tecnología están aquí fuera de lugar. No me parece una posición muy razonable.

Antonio Diéguez, Respuesta a las objeciones contra la regulación de la IA (y de la tecnología en general), jotdown 11/04/2023

Comentaris

Edvin Berg ha dit…
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Ashlee Rolfson ha dit…
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