Hem de defensar la dimensió ètica de la bellesa.






Una idea que se mantiene durante siglos, casi hasta el final del romanticismo, donde se comienza a resquebrajar el canon clásico y arranca una revolución que continúa hasta las vanguardias y llega hasta la actualidad, donde deja de ser el valor fundamental del arte, que pasa a centrarse en otros aspectos, como la emoción o el significado. Una visión que se convierte en mayoritaria y que podemos ver representada en artistas actuales como Damien Hirst, Tracey Emin, o en muchos ya considerados clásicos, como Andy Warhol o Marcel Duchamp, y que ha llevado determinadas voces a hablar del abuso, el miedo o incluso el fin de la belleza.

En los últimos tiempos, dos pensadores brillantes han reflexionado sobre ella, cada uno desde perspectivas muy diferentes, pero igualmente fascinantes. Por un lado, Roger Scruton, que nos dice la belleza puede ser reconfortante, perturbadora, sagrada o profana; puede resultar estimulante, atrayente, inspiradora, incluso escalofriante. Puede afectarnos de maneras muy distintas, pero nunca nos deja indiferentes. Y que argumenta que la belleza existe como un elemento objetivo, como un valor real y universal, arraigado a nuestra naturaleza racional. Su sentido desempeña un papel indispensable en la configuración de nuestro mundo.

Y de otro lado Umberto Eco, que en su Historia de la belleza realiza un recorrido histórico que va desde la Venus de Milo hasta Monica Bellucci, desde el Apolo de Belvedere a George Clooney, de Boticcelli a Mark Rothko y desde la idea de la belleza como proporción y armonía hasta la belleza de consumo. Todo para aceptar finalmente su naturaleza subjetiva y afirmar que un explorador del futuro «deberá rendirse a la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza».

Mas allá de esta discusión (eterna) sobre el origen de la belleza, lo que podemos concluir es que la belleza es importante, una necesidad universal de los seres humanos. No solo porque resulte agradable a los sentidos, sino porque transmite unas ideas y unos valores fundamentales. De este modo, Scruton defiende que perder la belleza es peligroso, pues perdemos el sentido de la vida. «Sin ella vamos hacía un desierto espiritual, y con ella convertimos el mundo en nuestra casa, ampliando nuestras alegrías y encontramos consuelo para nuestros dolores». Y nos lanza una advertencia que suena muy certera: «La belleza ha sido robada al pueblo, y vendida de nuevo bajo el concepto de lujo».

Por todo ello, es muy importante defender la idea de la belleza, y sobre todo reivindicar otros tipos, como las cotidianas, que implican una elección y un esfuerzo autoimpuesto, que expresan nuestro deseo de armonía y conforman nuestra vida diaria. O la belleza del pensar, ya que tal como plantea el filósofo Diego Garrocho: «En un tiempo como el nuestro, en el que la belleza queda restringida al cultivo de la imagen, no existe nada más revolucionario que invocar la belleza del pensamiento».

Y es que la auténtica belleza no puede ser únicamente una cuestión de imagen o de cosmética, debe ir mucho más allá de la frivolidad, superficialidad y el falso lujo, y convertirse en una herramienta contra la vulgarización, un desafío al utilitarismo puro, a disneyficación de nuestras sociedades. Debemos defender la dimensión ética de la belleza y recordar que no existe en el despilfarro: la supuesta belleza de consumo, de usar y tirar, es vulgar, de cartón piedra. La auténtica permanece y debe ser entendida como un esfuerzo para hacer un mundo mejor. Salir de la rueda «comprar, gastar, consumir, tirar», y recordar con Quevedo que «sólo el necio confunde valor y precio».

¿Podría la belleza salvar el mundo? Es muy difícil responder a esa pregunta, pero lo que es seguro es que hace al mundo más humano, lo dota de sentido y lo hace más digno de ser vivido. Por todo ello, podemos afirmar que sigue vigente la idea que nos repetía Ramón Trecet desde su atalaya en la radio: «Buscadla, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo».

Pedro Vázquez, ¿Puede la belleza salvar el mundo?, ethic.es 20/01/2023

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