La guerra és impensable des de l'insconscient liberal.
El inconsciente liberal concibe la guerra como una desviación o una patología, la decisión y el producto de alguien que “ha perdido el juicio”. Es la mirada que se aplica hoy sobre Putin en los medios de comunicación: megalómano, ambicioso, fanático. Pero, ¿es realista atribuir la guerra a la “locura” de una sola persona? ¿Es Putin realmente una anomalía, un lastre del pasado?
Ese inconsciente nos impide ver y pensar hasta qué punto la guerra no es ninguna rareza o aberración, sino un principio constituyente de nuestro mundo. Hoy, simplemente, se ha hecho (más) visible.
¿Dónde encontrar los recursos intelectuales necesarios para volver a pensar la guerra? Podemos tomar apoyo en elmaterialismo de las fuerzas: una tradición de autores como Maquiavelo, Spinoza o Clausewitz entre los clásicos; o el joven André Glucksmann, Guy Debord y León Rozitchner entre los contemporáneos. Leerlos nos cura de la ingenuidad.
Por un lado, explican con claridad cómo el orden social no reposa en primer lugar en pactos o contratos libres entre ciudadanos, sino en una administración estatal de la violencia y el terror. Pero ese “realismo” tan necesario no lo ponen al servicio de lo existente, como ocurre en el caso de Hobbes o Carl Schmitt, sino de la construcción de estrategias populares de resistencia, basadas en una fuerza de naturaleza diferente. Es decir, enseñan que no hay una sola fuerza, como piensa toda realpolitik, sino al menos dos: la fuerza de los fuertes y la fuerza de los débiles, la administración del miedo y la potencia de la cooperación.
Esta tradición es un escándalo para el inconsciente liberal. Porque no concibe guerra y paz como compartimentos estancos, sino en continuidad. El inconsciente liberal considera el consenso y el contrato social como una “salida” del estado de guerra, un pasaje entre barbarie y cultura. El materialismo de las fuerzas nos espabila a pensarlos más bien como una cierta “codificación” de una disputa siempre cambiante e inestable. El Derecho no es, como pensaba Paul Valéry, el “descanso de las fuerzas”. Bajo su fachada aparentemente neutra, desinteresada y objetiva, hay una pugna permanente entre dominantes y dominados, gobernantes y gobernados.
La guerra no es una “monstruosidad”, un paréntesis o un momento de excepción, sino que está inscrita en la normalidad: la produce y reproduce. Es necesaria mucha violencia, por ejemplo, para fundar y mantener la obligación cotidiana de trabajar por cuenta ajena, la explotación. Desde ahí podemos entender la famosa frase de Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, donde la palabra clave es continuación.
La continuidad no significa que “todo sea lo mismo”, sino que unas cosas se prolongan en otras: la guerra en la paz y el terror en la democracia. Hay una cierta “fluidez” entre lo civil y lo militar, el ejército y la policía, la guerra exterior y la guerra civil. Los civiles, como Hitler o Putin, ordenan masacres, los países se invaden como operaciones de policía, las técnicas militares se emplean para reprimir revueltas sociales. La guerra es un paradigma, una manera de pensar que circula entre políticos y militares, científicos e intelectuales, expertos y periodistas.
Esa continuidad distingue la guerra moderna y la clásica. A la guerra clásica, limitada en el tiempo, el espacio y los objetivos, le sucede una “guerra total” que funde lo político y lo militar, tiene efectos devastadores sobre los civiles, moviliza todos los saberes de una sociedad y aspira a la destrucción definitiva del enemigo. ¿No se ha convertido hoy el propio capitalismo en una modalidad de “guerra total”, una conquista de territorios y una depredación de recursos ilimitada tanto en extensión como en intensidad?
El pacifismo se vuelve ingenuo cuando considera la guerra como “patología”, cuando no es capaz de discernir la guerra en la normalidad, cuando confía la paz a una estructura objetiva de coexistencia (sea persuasiva o disuasiva) entre poderes. Cuando piensa, en definitiva, desde el inconsciente liberal.
La guerra emplea sin tapujos el terror para lograr sus objetivos (políticos). Pero cuando este cesa, eso no significa que vivamos en “paz”, sino que se abre un periodo de “tregua” (Clausewitz). La tregua es la continuación de las hostilidades por otros medios. El terror se transforma en amenaza disuasiva que anuncia a las poblaciones: “o esto o el caos”. Hay límites de lo posible, los privilegios que la guerra anterior impuso. Cualquier cuestionamiento sustancial de lo existente es señalado como un riesgo para la convivencia. Hay cosas que no se discuten, hacerlo llevaría a la catástrofe. Así son nuestras democracias actuales.
La guerra es “impensable” desde el inconsciente liberal. Pero esto no impide que suceda todo el tiempo, ni que sea el fundamento de nuestro mundo tan civilizado. El funcionamiento normal de nuestro mundo trae la guerra como la nube la tormenta.
Amador Fernández Savater, Perder la ingenuidad, volver a pensar la guerra, ctxt 19/03/2022
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