Serendipity
Dado que los Cisnes Negros son impredecibles,
tenemos que amoldarnos a su existencia (más que tratar ingenuamente de
preverlos). Hay muchas cosas que podemos hacer si nos centramos en el
anticonocimiento, o en lo que no sabemos. Entre otros muchos beneficios, uno
puede dedicarse a buscar Cisnes negros (del tipo positivo) con el método de la
serendipidad, llevando al máximo nuestra exposición a ellos. (…) casi ningún
descubrimiento ni tecnología destacable surgieron del diseño y la
planificación: no fueron más que Cisnes Negros. La estrategia de los
descubridores y emprendedores es confiar menos en la planificación de arriba
abajo y centrarse al máximo en reconocer las oportunidades cuando se presentan,
y jugar con ellas. De modo que no estoy de acuerdo con los seguidores de Marx y
los de Adam Smith: si los mercados libres funcionan es porque dejan que la
gente tenga suerte, gracias al agresivo método del ensayo y error, y no dan a
las personas recompensas ni “incentivos” por su destreza. Así pues, la
estrategia es jugar cuanto sea posible y tratar de reunir tantas oportunidades
de Cisne Negro como se pueda. (pròleg, pàgs. 27-28)
El modelo clásico de descubrimiento es el
siguiente: se busca lo que se conoce (por ejemplo, una nueva ruta para llegar a
las Indias) y se encuentra algo cuya existencia se ignoraba (América).
Si cree el lector que los inventos que tenemos a
nuestro alrededor proceden de alguien sentado en un cubículo que va mezclando
elementos como nunca se habían mezclado y sigue un horario fijo, piense de
nuevo: casi todo lo actual es fruto de la serendipidad, un hallazgo fortuito
ocurrido mientras se iba en busca de otra cosa. El término “serendipidad” (serendipity) lo acuñó en una carta el
escritor Hugh Walpole, quien a su vez lo tomó de un cuento de hadas, “Los tres
príncipes de Serendip”. Estos príncipes “no dejaban de hacer descubrimientos,
por azar o por su sagacidad, de cosas que no estaban buscando”.
En otras palabras, encontramos algo que no
estábamos buscando y que cambia el mundo; y una vez descubierto, nos
preguntamos por qué “se tardó tanto” en llegar a algo tan evidente. Cuando se
inventó la rueda no había ningún periodista presente, pero apuesto cualquier
cosa a que las personas implicadas no se embarcaron en el proyecto de
inventarla (ese gran motor del crecimiento) y luego fabricarla siguiendo un
calendario. Y lo mismo ocurre con la mayoría de los inventos. (II, cap. 11,
pàg. 251)
Tomemos un ejemplo espectacular de descubrimiento
por serendipidad. Alexander Fleming estaba limpiando su laboratorio cuando
observó que el moho de penicilio había contaminado uno de sus viejos
experimentos. De ahí dedujo las propiedades antibacterianas de la penicilina,
la razón de que muchos de nosotros sigamos vivos. (pàg. 252)
Los ingenieros tienden a desarrollar herramientas
por el placer de desarrollarlas, no para inducir a la naturaleza a que desvele
sus secretos. Ocurre también que algunas de estas herramientas nos traen más
conocimientos (…) El conocimiento no progresa a partir de las herramientas
diseñadas para verificar o respaldar teorías, sino todo lo contrario. No se
construyó el ordenador para que nos permitiera desarrollar unas matemáticas
nuevas, visuales y geométricas, sino con algún otro objetivo. Resultó que nos
permite descubrir objetos matemáticos que pocas personas se preocupaban de
buscar. (…) Pero éste no era el propósito que dijo tener su diseñador militar. (pàg. 254)
El Viagra, que cambió las perspectivas mentales y
las costumbres sociales de los varones jubilados, se concibió como fármaco
contra la hipertensión. (pàg. 255)
Construimos juguetes. Algunos de ellos cambian el
mundo. (pàg. 255)
Gran parte del debate entre creacionistas y
evolucionistas estriba en lo siguiente: los creacionistas creen que el mundo
procede de algún tipo de diseño, mientras que los evolucionistas lo consideran
resultado de cambios aleatorios debido a un proceso que no tiene finalidad
alguna. Sin embargo, resulta difícil contemplar un ordenador o un coche y
considerarlos fruto de un proceso sin objetivo alguno. Pero lo son. (II, cap.
11, nota 1, pàg. 255)
Nassim
Nicholas Taleb, El cisne negro. El impacto de lo
altamente improbable, Círculo de lectores, Barna 2008
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