Per què és tan difícil no pensar?

Es una experiencia hacia el límite. No pensar en absoluto, cuando uno está despierto y en posesión de sus facultades, es algo que no se consigue, o solo durante muy poco tiempo. Por lo tanto, solo puede haber tentativas. Pero estas llegan más o menos lejos. Se acercan más o menos a lo imposible. Unas lo rozan, otras solamente lo vislumbran en el horizonte.

¿Por qué es imposible no pensar? Tal experiencia nos sustraería de lo humano, nos permitiría escapar del incesante hormigueo del lenguaje. Caeríamos del lado del embrutecimiento, de la vida pura, instantánea, animal. O, lo que puede venir a ser lo mismo, caeríamos del lado de lo divino, sin fondo, abismal, mutista. Pudiera ser que el pensamiento fuera un parche para unir ambos lados. Ni del todo divino ni solamente embrutecido. Una manera de remar entre la eternidad y el instante. O bien entre el silencio y las palabras, la presencia y la ausencia, el ser y la nada, etc.

En todo caso, el pensamiento no se detiene definitivamente. Sólo pueden darse interrupciones pasajeras, circunscritas. Son posibles, vale la pena experimentarlas. Para aventurarse en ellas, hay que proceder poco a poco. Paso a paso, por etapas. La primera condición es no crisparse, dejarse llevar. La voluntad aquí solo puede actuar de soslayo, de manera indirecta. No es un proyecto que haya que realizar, y, lógicamente, no es deseable pensar que no estamos pensando. Es mejor saber que fracasaremos. En un momento u otro siempre nos atrapará un pensamiento. El fracaso es seguro. Por lo tanto, cualquier progreso tiene un valor en sí mismo.

El entrenamiento más eficaz consiste en dejar pasar los pensamientos. No impedirlos (es imposible), no aferrarse a ellos (es posible). Considerar su paso como el de las nubes, inevitable y lejano. Practicar la indiferencia del cielo. Como él, con obstinación, despejarse sin prestar atención a lo que está desfilando. Mantenerse en el borde, debajo del marco, con el ojo abierto a lo que está delante. Y nada más. Tener todavía sensaciones (los colores, la luz, la respiración, la piel, los músculos, los ruidos de alrededor), pero no integrarlas en una conciencia, ni mucho menos en una idea o discurso. Y finalmente, algunas veces, en trocitos, conseguir llegar hasta el cielo claro, hasta la luz vacía, sin movimiento, sin forma.

Estos breves éxitos pueden tener largas consecuencias. Sus repercusiones van más allá de los momentos en que suceden. Aunque sea único, estas permanecen.


Roger-Pol Droit, 101 experiencias de filosofía cotidiana, Blackie Books, Barna 2014

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