Alegria.
La alegría es un peculiar estado del alma. Todos podrían calificarse como diferentes pero la alegría es particularmente peculiar. ¿Qué quiere decir peculiar? Fácilmente se deriva de la palabra pecunio. La alegría es un tesoro, una fortuna o una potencia. Gracias a ella se puede crear y sin ella nos disponemos a resistir el dolor que acecha. Todo advenimiento de la alegría, sin importar la causa, es como un profuso riego del sistema central. ¿Dulce? ¿Picante? Lo mejor de la alegría es que no conoce parangón ni en el sabor ni en el decir ni en tampoco en el pensar. La alegría sigue un curso autónomo, tan falto de objetivo, que cuando incide en nuestro organismo se convierte en una festividad sin propósito ni finalidad.
Y de ahí deriva su carácter tanto altruista como azaroso como benefactor. La alegría, podría decirse, se comporta con la arbitrariedad de la meteorología o como los polvos de oro que de vez en cuando Dios, habitualmente cicatero en todo, desprende para contentar al feligrés con su eyaculación.
El contento del alma sin pecado se aproxima a la alegría perfecta del devoto, pero para ser alegre de verdad, sin militancias religiosas, se necesita olvidar los paraísos de la religión. Se está alegre porque nos aman, porque hemos sido reconocidos, porque, al cabo, esa persona confía decididamente en mí. Yo soy el macetero de esa planta frugal pero ¿cómo lograr que se inserte en nuestro vulgar abono? No es asunto fácil ni humanamente reglamentado. La alegría sobreviene, en ocasiones, como si se tratara de un fenómeno imprevisible que nos roza por error o casualidad. Pero entonces ¿cómo no sacar provecho de esa brisa errática? Los creadores, los pintores en concreto, sienten una pereza física ante el cuadro. Hay que pintar haciendo fuerza, concentrándose, escogiendo entre los materiales y sus pigmentos, preocupándose por su resultado y su interlocución.
Todo ello que expuesto como labor resulta arduo es, sin embargo, un navío gozoso en la elaboración. Estar alegre es llevar agua de sobra para todos. Para uno en primer lugar, tranquilizado ante la necesidad de beber pero también paran los otros que ya no sufrirán por nuestra parte ninguna sed. Es así que la alegría es líquida, mientras la tristeza es sequedad. Es así que la alegría es agua de colonia mientras la tristeza conlleva el olor de la carne chamuscada y al pescado en su putrefacción.
Vicente Verdú, La alegría, El Boomeran(g), 15/04/2015
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