Disfressa't.
forges |
Hace miles de años que la ropa no sirve para protegerse ni del frío ni de
la lluvia, ni para preservar un supuesto pudor. Cuesta imaginar que hasta la
ropa más primitiva haya podido desempeñar únicamente un papel térmico. Sin duda
siempre se le ha asociado una función simbólica. Señalemos, de paso, que en
ninguna de las sociedades que los antropólogos estudian el vestido se reduce a
una simple utilidad práctica. Siempre está codificado, atrapado en los juegos
del poder, de la norma, de los papeles sociales.
Nosotros hemos multiplicado de manera indefinida las apariencias y su significado.
La ropa habla del lugar social y físico del que procedemos, de los poderes
específicos que ejercemos o de las dominaciones que sufrimos, muestra la clase,
el carácter, la edad, el empleo que tenemos, el que no tenemos, la
transgresión, la sumisión. Puedes decir: “Soy un joven de barriada que busca
salir de la humillación enarbolando las mismas marcas que los burgueses de mi
edad, pero yo escojo colores diferentes y los mezclo de una manera que a ellos
les parece ridícula sin que yo me dé cuenta”. O: “Soy una burguesa de los
barrios elegantes, mis hijos son mayores, mi marido me aburre, mi amante
también, pero usted puede probar suerte si conoce el código y sabe cómo
hacerles una señal al maître”.
Puedes vivir la experiencia de probarte ropa no para comprarla, sino para
explorar unas apariencias inesperadas. En lugar de buscar como de costumbre lo
que te va, lo que corresponde a tus gustos, tu estatus y tu estatura, tu
morfología y tu idiosincrasia, pruébate ropa incoherente. Demasiado juvenil o
demasiado anticuada para ti, demasiado elegante o demasiado vistosa o demasiado seria. Ropa en todo caso
inadecuada, excesiva, fuera de lugar. Capaz de hacerte sonreír cada vez que te
veas de esa guisa.
Imagínate como una de esas siluetas recortables para niños a las que se les
cambia la ropa ajustándoles a los hombros, mediante lengüetas de papel que se
doblan hacia atrás, todo tipo de prendas inconexas. Sueña que eres Barbie o
Ken. Esfuérzate en verte como roquero, diplomático, agente comercial, rapero,
campesino, charcutero, grafista, cazador de patos, intelectual, basurero,
futbolista, ejecutivo. En cada caso imaginarás la vida que acompaña a esas
piezas de tela: modos de hablar, modos de comer, domicilio, aficiones, viajes.
Después vuelve a ponerlo todo en las perchas. Da las gracias al personal.
Roger-Pol Droit, 101
experiencias de filosofía cotidiana, Blackie Books, Barna 2014
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