Matar el temps.
He aquí una forma de espera particular: no puedes actuar, estás seguro del
desenlace, pero no sabes cuánto tiempo tardará en llegar. La sala de espera del
médico, la de cualquier organismo público, o los aeropuertos y estaciones, en
especial los días de huelga, son lugares muy indicados. Sabes que la consulta
terminará por realizarse, que tratarán tu asunto, que el avión despegará o que
el tren, al fin, llegará a la estación. La situación es, por tanto, muy
diferente de las esperas cuyo final es incierto, incluso inquietante. Además,
estás obligado a la pasividad: no está en tu poder el acelerar el proceso. Te
enfrentas directamente a la duración, al transcurso infranqueables del tiempo,
más o menos lento, más o menos viscoso.
Para muchas personas, esta es una situación difícil de soportar. Hacen lo
que pueden para esquivar el encuentro con el paso del tiempo, leen revistas,
novelas, ensayos, toman notas, consultan la agenda, ordenan carpetas, llaman
por el móvil, trabajan con el ordenador o se sumen en la contemplación de la
gente que viene y que va. En resumen, se ocupan, llenan ese tiempo que se les
ofrece y se les impone con actividades, ideas, grandes o pequeñas, y tareas
diversas.
Debes probar la experiencia contraria. No hacer nada. Si ponerte nervioso
ni aburrirte. Dejarte flotar en el tiempo, sabiendo que pasa por sí solo,
inexorable, en ti y sin ti. Debes dejarte fluir en esta pasividad total, sin
inquietud. Todo llegará, y nada depende de ti. Puedes estar vacío, amorfo,
inmóvil, indiferente, brumoso, ausente; y a pesar de todo, el tiempo avanza, y
este momento llegará a su fin. Puedes descubrir que no hay que matar el tiempo.
El tiempo no cesa de morir, por sí mismo, indefinidamente.
Roger-Pol Droit, 101
experiencias de filosofía cotidiana, Blackie Books, Barna 2014
Comentaris