Vencer la por.
Para comprender en qué sentido digo que el miedo nos tranquiliza, necesitamos distinguir entre el miedo y la ansiedad. La persona dominada por la ansiedad no sabe exactamente qué teme, ni qué debe hacer para evitarlo. La ansiedad es como el tiburón, que te da una dentellada y deja que te desangres solo. De ahí que al angustiado le duela más la ansiedad que el miedo, que tiene un estilo cognoscitivo más preciso, pues nos informa de hacia dónde correr o contra quién luchar.
La narrativa del miedo es consoladoramente sencilla. Es un mal cuento infantil en el que todo está bien claro. La ansiedad, en cambio, es una novela muy larga en la que no acabamos de entender qué está pasando. Por eso, tal y como explica Jean Delumeau, en El miedo en Occidente, los individuos y la sociedades desgastadas por la ansiedad tienden a cuartearla en miedos concretos, simples y manejables que les proporcionen una engañosa sensación de control.
Por eso debemos resistirnos a la tentación del miedo. Y debemos hacerlo al menos en dos frentes. En el de los factores objetivos, luchando contra la precariedad, la injusticia y la ignorancia, con el objetivo de reducir la ansiedad. Y en el de los factores subjetivos, esforzándonos por conocer mejor el mundo, en tanto que lugar complejo y ambiguo, con el objetivo de esquivar las explicaciones sencillas y las soluciones mágicas.
Debemos comprender que el miedo nos lleva a reducir nuestra zona de contacto con el mundo, hasta encerrarnos en una especie de habitación del pánico en la que la información y el aire escasean. Por eso, para vencer al miedo, es necesario abrirse al mundo y ampliar el contacto, buscando lo semejante en lo diferente y lo diferente en lo semejante. Como decía Emerson, cada día deberíamos obligarnos a hacer al menos una cosa que nos dé miedo. Y no hay nada que nos asuste más que ver el mundo en su endiablada complejidad.
También debemos tener en cuenta que el miedo es la Celestina de las pasiones tristes, que son tan seductoras y engañosas como él. William Hazlitt habló del placer de odiar. Victor Hugo decía que la melancolía era la alegría de estar triste. El resentimiento nos consuela haciéndonos creer que toda la justicia está de nuestra parte. Pero, a pesar de sus promesas, este tipo de pasiones disminuyen nuestra lucidez y nuestra potencia, lo cual aumenta, a su vez, nuestro miedo. Por eso es mejor fomentar las pasiones alegres contrarias, la curiosidad, la admiración, la confianza o la amistad.
Bernat Castany Prado, Cómo evitar la tentación del miedo, El País 07/04/2022
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