El mite de la racionalitat humana.



La idea de la racionalidad humana no es precisamente nueva. De hecho, es tan vieja que la economía neoclásica partía de la concepción de las personas como homo economicus; esto es, tomadores de decisiones racionales, que eligen de manera lógica, basada en la información que tienen y que buscan maximizar su propio beneficio. Varios economistas empezaron a utilizar esta idea como base de diferentes modelos matemáticos y la teoría de la elección racional de Lionel Robbins fue muy importante durante el siglo XX, especialmente en Microeconomía. 

No hay más que analizar, sin embargo, las tasas de éxito de las predicciones de los economistas para darse cuenta de que algo falla. En general, los modelos no se cumplen, los vaticinios no aciertan y pasan cosas que ninguno vio venir. Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998, ya criticó esta idea en Los tontos racionales: Una crítica sobre los fundamentos conductistas de la teoría económica (Sen, 2000), donde describe que los principios de ese homo oeconomicus "son los de un imbécil social, un tonto sin sentimientos que es un ente ficticio sin moral, dignidad, inquietudes ni compromisos". Porque la realidad es que, a menudo, tomamos decisiones que son todo menos racionales y estamos imbuidos de creencias absurdas que tienen que ver con todo, menos con la razón y con los datos. Es más: ni siquiera somos capaces de explicar en qué demonios andábamos pensando cuando decidimos hacer algo. 

(...) los seres humanos no somos racionales; no tomamos decisiones con una medida y cuidadosa evaluación de la información disponibles, considerando todos los aspectos posibles de una manera equitativa, sino que vamos muchas veces a golpe de lo que llamamos intuición, a carajo sacado, guiándonos por información incompleta que con frecuencia está fuertemente filtrada por nuestros propios prejuicios y creencias previas. Prejuicios y creencias previas que, además, intentamos mantener casi a toda costa.

Y luego, además, está el hecho de que, una vez formada una opinión, no la movemos ni a tiros: da igual la evidencia que nos pongan por delante. Si nos creemos un bulo, nos lo creemos pase lo que pase y, cuanto más afecta a nuestra emoción, a nuestra identidad y a la imagen que tenemos de nosotros mismos, más nos lo creemos.

Sí, los seres humanos somos irracionales y tendemos a procesar y recordar la información de manera muy sesgada. Pero, por otro lado, hay muchos agentes ahí fuera (políticos, medios, empresas) que tienen su propia agenda y que juegan con esas tendencias para que nos fijemos en unas cosas y no en otras. (págs. 14-18)

Ramón Nogueras, Por qué creemos en mierdas. Cómo nos engañamos a nosotros mismos, Madrid, Kailas editorial 2020, 2021 (séptima edición)

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