Wonder Woman contra el poder de l'individualisme.






Más allá de la calidad cinematográfica de la película Wonder Woman 1984, tiene un argumento llamativo, y más para una película de superhéroes. Su centro es uno de estos objetos con poderes mágicos, como la lámpara de Aladino, creado en tiempos ancestrales y que es capaz de convertir los deseos en realidad. Conseguir aquello que anhelamos, convertirnos en aquello a lo que aspiramos o tener lo que la realidad nos niega ha sido materia habitual de toda clase de narraciones.

Lo peculiar de esta excusa argumental es que la convierte en el centro de una lectura social. Esa posibilidad de que el ser humano tenga definitivamente lo que desea es lo que conduce a la destrucción como sociedad. Constituye el fin de la civilización, porque en el instante en que se da rienda suelta a los deseos subjetivos, lo común se destruye. Este argumento podría entenderse fácilmente como un aviso sobre la necesidad de moderación y de renuncia, de la aceptación de límites aplicada a las conductas personales. En realidad, no sería más que la recuperación de aquel viejo malestar en la cultura freudiano.

Vivimos tiempos extraños, porque el deseo de hacer una sociedad mejor prácticamente desapareció del debate público, en parte porque era visto como un peligro. En última instancia, configuraba una utopía, y estas conducían inevitablemente a dictaduras y totalitarismos. Sin embargo, el deseo privado era percibido como legítimo y positivo: seguir nuestros sueños era la mejor idea posible, y se nos incitaba a hacerlo de una manera decidida. Teníamos que pelear al máximo por realizar nuestras aspiraciones, por convertirnos en quienes deseábamos ser, para que nuestros anhelos encontrasen su realización.

Esteban Hernández, Los vicios privados en la política (y el poder de los valores), elconfidencial.com

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