Nacionalisme banal.


Sólo constatar que las banderas de hoy no expresan algo nuevo, sino un patrón que se repite desde hace ya cien años.

De hecho, creo que los miles de banderas que cuelgan en balcones de toda España son la expresión de un fracaso. El fracaso del nacionalismo constitucional español que aspiraba, con la transición, a forjar un consenso tan amplio que le permitiese echarse a dormir y convertirse en un ‘nacionalismo banal’ al uso, por utilizar el término de Michael Billig. El nacionalismo banal es el que está pero no se ve. El que, de tan naturalizado, pasa inadvertido. Es la bandera que cuelga en un edificio público sin que nadie se fije en ella. Porque nadie la discute: simplemente, está ahí y estructura una cosmovisión. 

La “banalidad” de un nacionalismo es una expresión de su éxito. Sólo los débiles necesitan defenderse activamente. Durante años, pareció que el nacionalismo constitucional español había conseguido su objetivo: estar sin ser visto. Ser omnipresente sin que nadie –o casi nadie– se diese cuenta. Tanto, que pronto surgieron los lamentos por la dejación de España de los sectores más nacionalistas, desde Aznar a Rosa Díez, que querían más.

Cualquier nacionalismo que aspire a ser banal necesita construir un consenso amplio que no sea cuestionado. O, por lo menos, que sea cuestionado sólo en los márgenes. Ese era el plan del nacionalismo constitucional: un consenso del que quedasen fuera sólo sectores minoritarios y extremos, como la izquierda abertzale o una porción de la extrema izquierda. Crucialmente, el consenso debía ser sólido entre la izquierda y la derecha, y ser capaz de acomodar también a los nacionalismos moderados catalán y vasco.

Jordi Muñoz, El nacionalismo que quiso ser banal, ctxt.es 20/04/2018

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