Internet i transparència.
Desde los orígenes de internet sabíamos que esa prodigiosa red de información y comunicación imponía una clara amenaza a la noción de la privacidad. Era claro que nuestros pasos en el ciberespacio dejaban huellas imborrables, escandalosos rastros de nuestra personalidad e intimidad, un auténtico doppelgänger digital que podría revelar secretos a cualquier corporación entrometida, institución policíaca o pandilla de hackeadores. La mayoría de los usuarios, tras dudar y temer, fuimos poco a poco confiando, dando ese salto al vacío que es insertar el número de la tarjeta de crédito en un sitio comercial, hacer una búsqueda de pornografía fetichista poco convencional o asomarnos a una página yihadista radical. De pronto nos descubrimos vulnerables, acosados por ojos inhumanos y anuncios que hacen eco a nuestras compras, obsesiones y búsquedas recientes. El privilegio de estar conectado se paga con la vigilancia y con volvernos transparentes. La digitalización del todo requiere de una buena dosis de resignación y ceguera a las ominosas señales de acoso.
Naief Yeyha, Máquinas pensantes, humanos domesticables, telos 02/11/2017
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