Algoritmes i amenaces contra la democràcia.



El algoritmo predice nuestro comportamiento: adivina que queremos saber más de lo mismo, pues forma parte de la naturaleza humana el sentirnos cómodos con los afines. La disonancia cognitiva nos hace restar credibilidad a aquellas opiniones que contradicen las nuestras y conceder más peso a quien refuerza nuestras creencias. El algoritmo intolerante conoce esa vulnerabilidad y, por ello, pasa de predecir nuestro comportamiento a moldearlo. Sabe que en nuestro cerebro reptiliano habita un pequeño troglodita, y cada día lo encumbra. Los datos nos dividen en bandos; el algoritmo impide que ejercitemos el músculo de la tolerancia.
En el debate sobre la libertad de expresión de las últimas semanas estamos enfatizando las opiniones que se permite o no expresar. Pero en nuestro mundo —marcado por la avalancha de información y la atención empobrecida— a quienes quieren nuestro voto les basta con escrutarnos en las redes, agitar el debate sectario y reforzar nuestra intolerancia. La discusión urgente no es sobre qué se emite, sino sobre qué informaciones y opiniones nos alcanzan, quién las filtra y cómo lo decide: cómo se programa ese algoritmo.
Cuando los redactores de la Constitución Española establecieron en su artículo 20 nuestro derecho a “comunicar o recibir libremente información”, eran plenamente conscientes de la necesidad de garantizar la información que nos llega, pues ella conforma nuestro juicio y nuestras decisiones como ciudadanos. El algoritmo secreto tiene visos de inconstitucionalidad, pues interfiere en nuestro derecho a elegir libremente la información. Lo hace sin que sepamos cómo ni podamos participar en el proceso, pese a que ha modificado radicalmente el debate público. Ya no elegimos la información; ella nos elige a nosotros. Esa es la pérdida de libertad esencial de la que deberíamos estar discutiendo.
Irene Lozano, El algoritmo intolerante, El País 22/03/2018

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