La mirada científica.
Desde la época del ensayo de Berkeley sobre la visión,
numerosos estudios han confirmado que el acto de ver es
un acto intencional. En general, toda percepción es selectiva
y depende en gran medida de la disposición del individuo,
de su conocimiento general de las cosas, de sus actividades
cotidianas, de su educación y de lo que pretende hacer con
aquello que ve. El excursionista, el botánico y el leñador no
ven el mismo bosque. Si en lugar de detenernos en un bosque nos centramos en las personas, las diferencias se acentúan. Teresa, por ejemplo, no es la misma para sus amigos, sus hijos, su marido o sus compañeros de trabajo. Lo que
vemos es una amalgama de conocimientos previos, intenciones y descubrimientos, y esa disposición interior se aplica a
todos los ámbitos y es relevante especialmente en el análisis
de ciertos depredadores: los animales de laboratorio.
Entre otras cosas, la Revolución científica trajo la invención de aparatos como el microscopio o el telescopio, que
ampliaban las capacidades visuales. Desde entonces, los instrumentos científicos adquirieron tal grado de complejidad
que la percepción sensible empezó a ser desplazada por el
registro mediado por el instrumento o la detección automática (la observación inconsciente y estadística). A ello
se añadió una creciente presencia del formulismo matemático y teórico que determina el diseño de los experimentos,
así como el tipo de preguntas que deben plantear. Hasta el
punto de que, sobre todo en la física, los investigadores están
cada vez más interesados en las fórmulas mismas que en el
significado que esconden (el significado, en la mayoría de
los casos, es verbal, narrativo). Desde la década de 1920, las
matemáticas se han ido convirtiendo en la fuente legítima y
ciega de la verdad. La mirada científica ya no es la del naturalista que recorría los bosques y las cordilleras en busca de
nuevas especies, sino la del animal de laboratorio obligado a
obturar su experiencia sensible y vérselas con la sequedad de
los datos, las ondas de probabilidad y las tablas estadísticas.
Heidegger dijo que la ciencia no piensa (algo dudoso), pero
no es exagerado sostener que en muchas áreas de la actividad
científica, la percepción ha quedado reducida a automatismos metodológicos y a protocolos experimentales.
Juan Arnau, La fuga de Dios. Las ciencias y otras narraciones, Ediciones Atalanta, Girona 2017
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