Ser d'esquerres, ser de dretes.
by Manel Fontdevila |
Kant hablaba de la “insociable sociabilidad del hombre”: somos individuos únicos, pero a la vez la sociedad forma parte de nosotros mismos. De este doble aspecto de nuestra condición humana proviene la tensión entre individuo y sociedad, una tensión nunca resuelta, ya que aunque todos estamos de acuerdo en que ambos términos son irrenunciables y se necesitan el uno al otro, la acentuación de uno u otro aspecto da como resultado posturas políticas contrapuestas.
No es fácil armonizar los deseos individuales con las necesidades de los que nos rodean. Margaret Thatcher expresaba claramente su opción: “La sociedad no existe; hay individuos, hombres y mujeres y hay familias”. Pasando por alto la incongruencia de aceptar la sociedad familiar pero rechazar la existencia de cualquier otra, es evidente que la frase expresa una apuesta por el interés particular que relega la sociedad al reino de las abstracciones. La libertad, en este caso, es una propiedad de cada persona, acentuando así su singularidad. Por el contrario, si el acento recae en la sociedad, se entiende la libertad como un modo de relación social que excluye las relaciones de dominación y considera la sociedad como una dimensión inmanente al mismo individuo, poniendo el énfasis en la igualdad de derechos de los ciudadanos.
Cada una de estas opciones tiene su propio argumentario. La derecha liberal argumentará que el libre juego de la iniciativa privada redunda en interés de la sociedad. La izquierda preferirá un modelo en el cual el Estado, como representación del conjunto de los ciudadanos, tenga una intervención más activa en la articulación de las relaciones sociales. Los primeros preferirán pocos impuestos y que cada uno se pague lo que necesite. Los otros optarán por que el Estado gestione los servicios sociales cobrando más al que más tiene (y dejo de lado la descripción de la derecha fascista, que requeriría un tratamiento aparte). Individuo y sociedad no se excluyen, pero frecuentemente exigen opciones que no son fáciles de armonizar y que ponen el acento en uno u otro de los términos por una opción ética. Y cada ideología tiene, por supuesto, sus propias patologías.
En resumen, izquierda y derecha no son meros nombres ni carecen de contenido, aunque no sea fácil definir su significado y establecer sus fronteras, cosa que conviene recordar como prevención ante el sectarismo. Y optar abiertamente por una postura de izquierdas implica sumarse a una manera de ver el mundo desde su dimensión social, una perspectiva que comienza ya entre los viejos griegos y romanos, inspira las utopías renacentistas, toma su nombre en la asamblea de la Revolución Francesa y genera infinidad de movilizaciones y luchas en los dos siglos que nos preceden, luchas que tienen en común su apuesta por el aspecto social de la vida y su rechazo al individualismo y a los privilegios.
Augusto Klappenbach, ¿Seguimos siendo de izquierdas?, Público, 06/02/2015
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