Del jo al nosaltres.



El lenguaje de la filosofía política contemporánea es el más claro ejemplo de la confusión sobre la identidad que nos aqueja. El "individuo" del discurso neoliberal, el "ciudadano"del socialdemócrata, el "pueblo" de las formas viejunas de nacionalismo-estado (y otras formas de teología), las "masas" de los no menos fosilizados discursos partidarios, las "redes" de los nuevos sociólogos, la "multitud" de las resistencias críticas,... Una plétora de términos que no hace sino mostrar la ausencia de nombre común para lo que nos es oscuro, el paso del "yo" al "nosotros". Como si la dificultad de nombrar indicase la dificultad de la cosa misma, como si la crisis afectase a la idea misma de sujeto de la historia.

La niebla se extiende por los dos polos de la noción de sujeto, el personal y el colectivo. El Comité Invisible escribe en su provocativo manifiesto de hace unos años, La insurrección que llega:

“I
 AM
 WHAT
 I
 AM”.
 Nunca
 la
 dominación
 ha
 encontrado
 una 
palabra
 de orden
 más 
insospechada.
 El 
mantenimiento
 del
 Yo 
en 
un
 estado
 de
semi‐ruina permanente,
 en
 un
 medio‐desfallecimiento 
crónico
 es 
el
 secreto
 mejor
 guardado del 
actual 
orden
 de
 las
 cosas.
 El Yo 
débil,
 deprimido,
 autocrítico,
 virtual
 es e
sencialmente 
este
 sujeto
indefinidamente
 adaptable
 que
 precisa 
una 
producción 
basada
 en 
la innovación,
 la
 acelerada
 obsolescencia
 de
 las
 tecnologías,
el 
constante 
cambio
 de 
las 
normas 
sociales, 
la
 flexibilidad
 generalizada.
 Es 
a 
la 
vez, el consumidor 
más 
voraz
 y,
 paradójicamente,
 el
 o
 más 
productivo,
 el 
que 
se arrojará
 con
 la
 mayor
 energía
 y
 avidez 
sobre 
el 
menor
 proyecto,
 para
 regresar más
 tarde
 a
 su
estado
 larvario original.
”
El "Yo-Yo" de los selfies, de las estrategias de supervivencia en un mundo de existencias líquidas, precarias, elásticas y flexibles, es conjurado por este grupo radical y elevado a símbolo de la crisis, también metafísica, que nos aqueja. El yo se disuelve o se convierte en un punto infinitesimal, a-dimensional, vacío, tautológico, como el "I Am What I Am" del anuncio de Reebok sobre un rascacielos de Sanghai. En los círculos intelectuales, el yo nacido de la vocación (del Romanticismo a Max Weber) o el yo reflexivo de la filosofía kantiana se disuelven en estrategias melancólicas narrativas, yoes sucedáneos y epígonos de Montaigne (este blog es un ejemplo).

La indeterminación del yo se traduce en la ininteligibilidad del "nosotros". Ninguna de las categorías nos identifica: ni la clase, ni el género, ni la etnia, ni la cultura, ni las preferencias afectivas, ni siquiera el equipo de fútbol al que seguimos. El malestar con las clasificaciones por más que no podamos evitar estar en ellas dificulta el nombrarnos como "nosotros" "nosotras". Lo que parecería común se vuelve diferencia, matiz, estigma. Ni siquiera entendemos bien "nosotros, los oprimidos (nosotras, las oprimidas)" porque el término ya no identifica ni vincula, sino que escinde en las múltiples formas de opresión que nos aquejan y acaso nos dividen.

La filosofía que llegó de Italia (Negri, Virno, etc.) trató de convertir este hecho en definición de las nuevas formas de sujeto. "Multitud" recogería este carácter híbrido de los intereses y los afectos, esta indeterminación de la alteridad. Hibridación y cooperación serían las nuevas formas positivas del sujeto. Pero en realidad lo que hacen los italianos es darle nombre a la ignorancia. "Nadie sabe lo que puede una multitud" dirán parafraseando a Spinoza. Cuando preguntamos con insistencia se nos devuelve a la niebla en la que nos encontramos.

Aceptar la opacidad no es reconocernos como conciencia desgraciada. No es mala época una era de escepticismo y falta de nombre. Al contrario, situarnos en la pregunta es la forma de identidad que estamos adquiriendo, la apertura al misterio de la existencia en el que encontramos ahora nuevas significaciones.

Lo captó bien Chico Buarque:
Oh que será, que será
que vive en las ideas de los amantes,
que cantan los poetas más delirantes,
que juran los profetas embriagados,
que está en las romerias de mutilados,
que está en las fantasias más infelices,
lo sueñan de mañana las meretrices,
lo piensan los bandidos, los desvalidos,
en todos los sentidos, será, que será,
que no tiene decencia ni nunca tendrá,
que no tiene censura ni nunca tendrá,
que no tiene sentido

Fernando Broncano, Ausencia de nombre, El laberinto de la identidad, 05/08/2014

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