Classes vulnerables.

Se inaugura una fábrica textil y sólo emplea a un trabajador y a un perro: al trabajador para que dé de comer al perro y al perro para que mantenga al trabajador alejado de la maquinaria. Este chiste, que contiene una exageración, figura en uno de los libros que se comentan, y sirve para dar idea de la gigantesca reestructuración que se ha producido en el aparato productivo del capitalismo en los últimos tiempos. Las fábricas textiles fueron, en los siglos pasado y antepasado, uno de los centros de trabajo más intensivos en mano de obra. En ellas, como en el resto de las industrias y de los servicios, se ha ido generando una reestructuración consistente en reducir el factor trabajo y aumentar el capital tecnológico para estimular la productividad de las empresas. Los despidos se han acentuado por la crisis económica, pero ya estaban presentes en la vida económica bastante antes. En muchos casos, los trabajadores despedidos o no han vuelto a encontrar empleo jamás o han sido reabsorbidos en puestos peor pagados y a un ritmo mucho menor de lo que acontecía después de las recesiones: no se recuperan los antiguos puestos de trabajo pese a que lo peor de la crisis pase y los beneficios empresariales se multipliquen.

Esta es una de las explicaciones del debilitamiento actual de las clases medias, que aparecen en el panorama social hace poco tiempo, y que empiezan a desaparecer en algunos lugares cuando ni siquiera han llegado a otras partes del mundo. Si el proletariado se consideró durante algún tiempo una clase potencialmente revolucionaria, numéricamente mayoritaria y con tendencia a poner en entredicho el orden constituido, la clase media interpretó un papel "contrarrevolucionario", sin alterar los equilibrios de la sociedad capitalista. Los cambios estructurales (de sociedades industriales a sociedades de servicios, de sociedades autárquicas a sociedades abiertas…) modificaron ese papel, y conforme avanzaba el siglo XX la clase media devino en muchas zonas del planeta en la clase numéricamente fundamental en el cuerpo electoral, en el objeto de deseo de los partidos políticos, en la fuerza capaz de determinar la agenda política y en el verdadero motor de la mayoría de las reformas que se adoptan.
La Gran Recesión iniciada en 2007, con sus secuelas de empobrecimiento, desigualdad y mortandad de centenares de miles de empresas, ha variado el estatus de esas clases medias. El Banco Mundial ha puesto en circulación el concepto de clases vulnerables, unas clases móviles compuestas por aquellos que una vez consiguieron dar el salto desde las capas bajas a las medias o a las medias-bajas y que como consecuencia de la movilidad descendente pueden volver a la pobreza o a lo hondo del pozo. Los sociólogos han vinculado el papel de los consumidores al de las clases sociales y han hablado de la ryanair society, una sociedad masificada de rentas medias y bajas, a la que las industrias y los servicios de bajo coste garantizan el acceso a bienes y servicios, en otro tiempo reservados a las clases más acomodadas (clase alta y burguesía). En ella también hay una clase proletarizada o con escaso poder adquisitivo (Robert Castel habla de los desafiliados), los nuevos ricos (que son los nuevos invisibles porque se ocultan para no ser objeto de la indignación), y las clases medias que pierden renta y seguridad. Esta es la era que ha puesto fin a las expectativas crecientes (en muchos lugares los hijos vivirán peor que sus predecesores) y el final también de la seguridad ocupacional.

En el interior de la crisis económica que dura ya más de un septenio (es la más larga desde la Gran Depresión, que sólo terminó con una guerra mundial) la clase media es la clase del desencanto y la indignación porque su futuro se muestra oscuro. El mundo tejido de vida estable y trayectorias laborales sostenidas o ascendentes se está desvaneciendo, cada vez se tienen menos recursos y menos oportunidades y sus esperanzas de mejorar son tan escasas como su confianza en el sistema. Se prescinde de los profesionales con trayectoria y se sustituyen por otros de menor coste, por lo que disminuyen las exigencias respecto a los estándares de calidad de las prestaciones. Ello supone, en definitiva, la ruptura de un pacto social implícitamente aceptado, según el cual quien cumplía las reglas del juego conseguía la estabilidad; si uno trabajaba duro y cumplía su parte, la vida le iba a ir bien. La clase media creía que una buena formación intelectual abría puertas, y que la honradez y el trabajo eran las mejores cartas de presentación. Esto se acabó.

Explica Esteban Hernández en su libro El fin de la clase media que sin estas transformaciones que están construyendo una clase peculiar formada por personas que pertenecen a las capas medias en cuanto a formación, mentalidad y atributos, pero que se encuentran con condiciones vitales propias de los estratos más bajos, no se pueden entender fenómenos como el Frente Nacional en Francia, UKIP en Reino Unido, Syriza en Grecia, el Movimiento 5 Estrellas en Italia o Podemos en España. Aumentan las evidencias de que los cambios más profundos (políticos, económicos, sociológicos, ideológicos…) de la Gran Recesión sólo están empezando a hacerse notar. Entre ellos, una estratificación social que puede definir un mundo en el que entre el 10% y el 15% de los ciudadanos será rico y gozará de un buen nivel de vida, mientras gran parte del resto tendrá sus salarios prácticamente estancados o incluso descendentes en términos monetarios. Algunos analistas entienden que esta polarización supondrá el final de la sociedad liberal o, más ampliamente, el final de la democracia.


Joaquín Estefanía, La clase media ya no es la burguesía, Babelia. El País, 25/11/2014

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