Sento fets que no existeixen.



Los seres humanos tenemos un cerebro capaz de crear un mundo de representaciones que designan cosas imposibles de percibir: Dios, el paraíso, la vida después de la muerte, Guernica, el cuadro. Cuando paseo con mi perro por la montaña, él acerca la nariz al suelo y percibe, mucho mejor que yo, las informaciones olfativas que van a marcarle el rumbo. En el mismo sendero, yo huelo algunas cosas y no puedo dejar de preguntarme qué habrá al otro lado de la montaña: ¿un valle o un desierto? ¿Un pueblo amigo o un enemigo? ¿Qué hay después de la muerte, otra vida, la paz eterna o el infierno, para sufrir el castigo por haber disfrutado de placeres inmediatos sin ninguna trascendencia? ¿Quién puede explicarme el increíble milagro de estar vivo?: ¿Dios, el azar o la evolución biológica?

Mi cerebro humano me permite vivir y habitar en un mundo de representaciones separado de la realidad palpable que, sin embargo, siento en lo más hondo de mi ser. ¿No será esa la definición de delirio? (“de-”, prefijo privativo; “lira”, surco en la tierra). Siento intensamente unos hechos que quizá no existen en la realidad, pero de los que me construyo una representación que me domina. Me pongo en manos de lo que construyo, me lo creo y tomo las medidas correspondientes. Eso no lo puede hacer mi perro. Tiene mejor olfato, pero su acceso al lenguaje (que no está mal) le sirve para designar cosas que están en su entorno, mientras que un ser humano, con el lóbulo prefrontal —base neurológica de la anticipación— conectado al sistema límbico —la base neurológica de la memoria y las emociones—, tiene la capacidad de vivir en un mundo invisible que le ocupa la mente. Así se instalan los seres humanos en los mundos maravillosos o terroríficos que no dejan de inventar.

Boris Cyrulnik, ¿Por qué la guerra?, El País 28/07/2024

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