Espai públic i autocensura.
A menudo, el intento de censurar un texto, una representación o un objeto artístico es un reclamo para el público. Una visita a la biblioteca del Colegio del Patriarca en Valencia recala siempre en los libros censurados, en el morbo de adivinar qué se esconde bajo las tachaduras de líneas y páginas enteras. Y basta con prohibir un libro para que aumente el número de lectores. De ahí que en las democracias el método más eficaz para borrar de la escena pública relatos o propuestas consista en forzar la autocensura de las víctimas, pero no de cualquier modo, sino por medio de un mecanismo sutil y efectivo, entrañado en la naturaleza de nuestro ser social, que es el temor al rechazo de la opinión pública.
Esta es la tesis del libro La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, publicado en 1982 por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. En el texto, la autora formula una teoría, cuya clave reside en un lúcido apotegma de Tocqueville: la gente “teme al aislamiento más que al error”. Bien decía Thoreau que “siempre es fácil infringir la ley, pero incluso para los beduinos del desierto es imposible resistirse a la opinión pública”.
El hombre es un animal verdáboro —había dicho Ortega—; lo verdadero era uno de los trascendentales, aquel al que tiende el intelecto, también la verdad es una de las pretensiones de validez del habla en la teoría de la acción comunicativa de Habermas, y en su Teoría de la justicia, de 1971, Rawls asegura que la justicia es la virtud de las instituciones como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento.
Sea, pues, como valor intelectual, como valor vital, como una de las condiciones de validez del habla, como meta de la comunidad de los científicos que tienden a ella en el largo plazo, en la línea de Peirce, se ha entendido que la humanidad desea descubrir la verdad y huir del error. La tensión del ser humano hacia la verdad parece incuestionable, se trate de la verdad en sentido perspectivista o en el sentido absoluto de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”.
Y, sin embargo, Noelle-Neumann afirma acertadamente que, aunque la gente vea con claridad que algo es incorrecto, se mantendrá callada si la opinión pública se manifiesta en contra. ¿A qué nos referimos con la expresión “opinión pública”? No tanto a las deliberaciones racionales que se llevan a cabo en el espacio público, sino a las opiniones y conductas que pueden mostrarse en público sin temor al aislamiento, al consenso sobre lo que constituyen en una sociedad el buen gusto y la opinión políticamente correcta.
Sigue siendo verdad, como decía Nietzsche: “Nos las arreglamos mejor con nuestra mala conciencia que con nuestra mala reputación”. La dimensión interpretadora del cerebro puede acallar la voz de la conciencia, pero la reputación y el estatus están en manos ajenas, y perderlos puede significar el ostracismo y la pérdida de oportunidades vitales.
Adela Cortina, Autocensura: destruyendo la democracia, El País 08/06/2022
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