Sòcrates i la indefinició del bé.







Sócrates quizás fue el primero en buscar definiciones universales para la virtud, el bien, la justicia, pero no llegó a conclusiones definitivas. Solo apuntó que la virtud era conocimiento y que el mal brotaba de la ignorancia. Los malvados no son criaturas maliciosas, sino hombres equivocados, pues nadie que conozca el verdadero bien, puede obrar de forma deliberadamente perversa. Enseguida surgieron las objeciones contra este planteamiento. Aristóteles argumentó que un borracho sabe que el vino le perjudica, pero sin embargo lo bebe porque le proporciona placer. El mal no es un problema relacionado con el saber, sino con la voluntad.

El tábano de Atenas, el hombre más sabio porque –según la pitonisa del tempo de Apolo en Delfos– era el único que sabía que no sabía nada, utilizó la inducción y el silogismo para elaborar una definición del bien, pero el razonamiento lógico, con todos sus recursos y ardides, no le permitió alcanzar conclusiones firmes. Eso sí, afirmó que el sabio es feliz incluso en la adversidad, pues la virtud es una recompensa en sí misma. Fiel a esa idea, afrontó su injusta condena a muerte con gran entereza y serenidad.

Humanamente, Sócrates es una figura ejemplar, pero su incapacidad de definir el bien deja a la ética suspendida en el vacío. Su teoría de que el mal nace de la ignorancia solo subraya la urgencia de determinar en qué consiste la virtud. Los grandes criminales de la historia, los artífices de las carnicerías más espeluznantes, siempre opinaron que obraban movidos por causas justas. Es el caso de Hitler y Stalin, que recurrieron a las políticas de exterminio para implantar supuestos paraísos. Los campos de extermino no son fruto del sadismo, sino de aspiraciones utópicas.

Rafael Narbona, Sócrates y Wittgestein: acerca del bien, El Cultural 07/06/2022

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