Respuesta a “Notas sobre una transfilia inducida” de Ignacio Castro Rey
Respuesta a “Notas sobre una transfilia inducida” de Ignacio Castro Rey
https://www.ignaciocastrorey.com/notas-sobre-una-transfilia-inducida/
Hola Ignacio, la siguiente disertación ha estado marcada por los efectos de una de esas machaconas noticias que nos acompañan desde que nos levantamos hasta que nos acostamos: la victoria de Rafael Nadal en Roland Garros. En una de las muchas entrevistas concedidas por el tenista, el periodista con sus preguntas intenta descubrirnos qué hay detrás de este practicante del neoestoicismo o encarnación de la nueva palabra que poco a poco está ocupando un lugar destacado en la literatura de autoayuda, resiliencia. Conocer que sufre un dolor desde hace mucho tiempo provocado por una lesión crónica (síndrome de Müler-Weiss) lo humaniza, aunque después de relatarnos con detalle las estrategias médicas, quirúrgicas y terapéuticas que ha seguido para neutralizarlo: antiinflamatorios, infiltraciones para insensibilizar y dormir el nervio, analgésicos, anestesia, unas zapatillas especialmente diseñadas para la dolencia…, nuestra admiración decae, ya que empezamos a sospechar que toda esta amalgama biotecnológica que necesariamente le ha acompañado ha sido la clave del éxito, si no cómo se puede entender que un ser humano pueda exhibir esa potencia de piernas con un pie completamente dormido. Si de un héroe se trata es del héroe donde convergen los valores de lo que Byung-Chul Han llama sociedad paliativa. Entrenar la resiliencia, lo que Nadal lleva haciendo desde que era un niño, busca convertir al ser humano en un sujeto capaz de rendir, insensible al dolor y continuamente feliz. Sentirse competitivo, dice el tenista, es lo que compensa el sufrimiento[1]. Han en su Sociedad del cansancio afirmaba que la actual sociedad del rendimiento era una sociedad de individuos dopados.
En una escala menor, este caso me hace recordar cuando todavía me dedicaba a jugar al fútbol. En mis últimos días como jugador aficionado conviví con un dolor intenso que afectaba a mis talones. Mi estrategia para contrarrestarlo era dar unas cuantas vueltas al campo para calentarlos, de tal manera que cuando pitaba el árbitro el inicio ni siquiera notaba los pinchazos. Fue un día lanzando una falta que sentí como una pedrada golpeaba el talón, tal como Aquiles pero sin flecha. Me caí y ya no me pude incorporar. Acabé en urgencias y enseguida, después de que los médicos evaluaran la situación, se decidió que lo mejor era una visita rápida al quirófano. Después de tres meses de rehabilitación, me aconsejaron que si quería evitar que el otro talón sufriera el mismo percance evitara la práctica de deportes parecidos al fútbol, consejo que he seguido a rajatabla hasta el momento presente. Así se desvaneció el dolor. De la misma manera puede desvanecerse el dolor de Nadal. Él mismo reconoce en la entrevista que si dejara el tenis de competición el dolor en su vida diaria en poco tiempo desaparecería, pero la sociedad perdería entonces el modelo de individuo que necesita para perdurar.
En un principio parece fácil sortear determinados tipos de sufrimiento, sólo hace falta tararear varias veces en nuestro interior como un mantra un verso de una canción de la mexicana Natalia Lafourcade[2] “Para qué sufrir si no hace falta”. Aunque estas actividades puedan resultar adictivas, en nuestras manos está dejar el fútbol, el tenis o una relación sentimental tóxica, nada de esto nos hace falta. Otros tipos de sufrimiento son un poco más difíciles de tratar: la preocupación por el futuro de un hijo, el planeta que dejaremos a las generaciones futuras o los problemas derivados del cambio climático. Pero si nos convencemos de que no está en nuestras manos la solución a estas preocupaciones, el sufrimiento se disipa. Resulta, por otro lado, contraproducente el optimismo que desprenden eslóganes como “crea tu futuro”, “el futuro es nuestro” … En el caso que nuestra intervención individual o incluso colectiva tuviera una cierta incidencia, nada asegura que los resultados sean los que se persiguen. Por lo que esta incertidumbre sería sin quererlo causa de sufrimiento y preocupación.
Como tú dices, “todos sufrimos, siempre hemos sufrido”, cada uno lleva en su mochila la carga de las heridas sufridas y también de las infligidas a otros y a otras, el estado natural de la especie humana es la insatisfacción, por eso parece natural aspirar a lo que no se tiene, o lo que es lo mismo, a la felicidad. La religión, la filosofía y hoy en día la terapia obedecen a la misma necesidad; las tres han intentado o intentan exorcizar el desasosiego que significa el existir humano. Las personas filosofan por la misma razón por la que rezan. Esta angustia crónica es un defecto presente en el animal humano, escribe John Gray en su “Filosofía felina”[3].
Otra de las razones por las que el dolor es consustancial a la vida humana es la que expone Santiago Alba Rico en un artículo[4]: todo compromiso implica conflicto y sufrimiento. Entre cuerpos todo es potencialmente doloroso. La pretensión de eliminar el dolor sólo es posible si a la vez se eliminan el espacio y el tiempo, las condiciones radicales que permiten la existencia de la sensibilidad. Por eso escribe que una de las frases que más le irrita es aquella que dice que “si es amor, no duele”. Y concluye: no hay utopía más peligrosa que la de creer que se puede amar a otro cuerpo sin exponer el propio y sin exponer también el alma.
Para Descartes espacio y tiempo son las condiciones para que exista la materia, el cuerpo, la substancia extensa de la que se distingue y separa la substancia pensante, el cogito. Cuando en la segunda de las Meditaciones Descartes se pregunta por la naturaleza de la substancia pensante, explora diferentes posibilidades antes de dar con la respuesta correcta. Podría ser materia, cuerpo, lo más parecido sería un artefacto mecánico, un robot. Pero esta posibilidad no cumple con los requisitos de la auténtica substancia: no es autosuficiente, su autonomía dura lo que dura la energía que le aporta un ente exterior, una batería o una pila, una suerte de alma o material sutil que lo mueve y alimenta. La otra posibilidad que baraja el francés sería que esta fuente de energía pudiera satisfacer los requisitos de una substancia pensante. Sin embargo, no deja de ser una entidad contingente que debe su existencia a una realidad superior y por lo demás está demasiado apegada al artefacto que mueve. Por eliminación (por “descarte”, chiste fácil), llega finalmente al espíritu. Solamente la substancia pensante puede ser espíritu, la entidad más alejada de la materia en la escala del ser. Se puede dudar de que tenga este cuerpo, podría tener otro, incluso no tenerlo, pero no hay duda de que pienso y eso sólo lo puede ejercer un espíritu. El espíritu pensante es la substancia superior mientras Dios no demuestre lo contrario. Del “pienso luego soy” se desprende que somos espíritu en esencia y sólo secundariamente cuerpos. Y en consecuencia en tanto que en parte somos cuerpos estamos expuestos al dolor, a la queja, la expresión del desajuste que se produce cuando las piezas del artefacto no acaban de encajar.
Para lo bueno y para lo malo, a lo largo de nuestra vida hemos observado que no siempre el cuerpo ha sido el obediente colaborador que todos pensábamos. A veces sorprendentemente tomaba la iniciativa, sobre todo cuando éramos más jóvenes, ahora con la edad le cuesta más responder a nuestros deseos, se resiste y se rebela el muy cabrón. Nunca se ha desechado la alternativa de prescindir del cuerpo para rebajar la carga dolorosa o incluso suprimirla del todo. El cuerpo siempre ha estado en el foco a la hora de atribuir la fuente suprema de nuestros percances existenciales y sentimentales: nadie me quiere con este cuerpo, si fuera más alto, más delgado, si no tuviese un rostro marcado per el acné, otro gallo me hubiese cantado en la adolescencia. Lo que fue el resultado de un acto azaroso, se ha interpretado como la consecuencia de un cruel destino. En la República platónica con el mito de Giges se especulaba con la invisibilidad para imaginar las infinitas libertades que alguien podría permitirse sin un cuerpo. Los gnósticos del siglo II asimilaban el cuerpo a un cadáver, un sepulcro, una prisión, un intruso … El cuerpo, incluso para aquellos y aquellas que pueden exhibirlo sin tapujos, ha sido tradicionalmente y es hoy todavía un engorro.
El transhumanismo y la doctrina de género son las propuestas más novedosas para salvarnos de la tiranía del cuerpo. La topología mesiánica hace tiempo que se ha desplazado desde un arriba espiritual hacia un adelante político. En este sentido lo político ha sido substituido por las esperanzas que suscitan las nuevas tecnologías y las múltiples identidades de género. Para el transhumanismo, lo digital puede hacer realidad el sueño de la filosofía berkeliana, la desaparición de la materia. Su objetivo es, a través de la descarga, extraer la mente del cuerpo superfluo, para acceder al espacio líquido de las ondas electromagnéticas[5]. Para la doctrina queer, lo que cuenta es el género, no el sexo, el sentimiento que cada uno pueda tener de ser masculino, femenino o cualquier otra cosa entre los dos o más allá de los dos. Las identidades son tan múltiples que los cuerpos se utilizan solo como meros soportes[6]. Tal como acertadamente escribes, lo paradójico de la situación es que a un ciudadano cada vez más controlado por todas partes se le concede el privilegio narcisista de sentirse como quiera. Todo vale con tal de huir de lo real.
Igual que para el mago Pop, nada es imposible para los que subscriben estos principios. Confían en el poder ilimitado de las biotecnologías y la digitalización a la hora de crear mundo alternativos donde aparentemente no hay barreras naturales (ni siquiera culturales) y donde cada individuo pueda reconstruirse o deconstruirse según le parezca. Creen que si se logra liberarse de las prisiones corporales nada se resistirá a lo que pienses e imagines. Cuando leo u oigo estas palabras de inmediato me aparece viva la imagen de Uri Geller doblando cucharillas de café. Parece que si se habla de la fuerza del pensamiento no se habla de la capacidad de conocer mejor los misterios del mundo, sino que en el fondo se trata de competir con la fuerza física. Si realmente lo que priva es lo fantasmagórico sobre lo carnal, no estaría de más que en un próximo futuro las empresas de comunicación substituyeran los móviles por güijas para hacer más llevadera la invocación de estas entidades espirituales.
Sé que lo dicho anteriormente puede herir ciertas sensibilidades, ya conoces cómo se las gastan. Según Judith Butler respondiendo a las declaraciones de J. T. Rowling, autora del personaje de Harry Potter, nadie conoce el tormento que causa vivir entre los muros de una asignación sexual impuesta desde las instituciones médicas y legales. Lo que dijo Rowling atenta contra la dignidad de estas personas. La indignación de Butler la entiendo como la de quien está convencido de que sólo algunos colectivos tienen más derecho que otros a que su sufrimiento sea reconocido[7]. Indignación también es lo que emana del artículo escrito por Lidia Falcón que en muchos puntos creo estaría muy en consonancia con lo que tú defiendes[8]. La veterana feminista reaccionaba contra el proyecto de llevar adelante la Ley Trans y la imposición de la “autodeterminación de género”, a la que considera un disparate lanzando una seria de preguntas: “¿este tema es realmente divisorio de la derecha y de la izquierda, o nos situamos en un mundo surrealista donde la materialidad de los cuerpos no existe? “, “¿Se trata de abolir el Patriarcado o de abolir la realidad?”, “¿… es que hay que descubrir ahora el mundo material en el que está inserta la especie humana?”, “¿Dónde queda el sentido común …?
Nacemos para sufrir, la vida es un valle de lágrimas, esta parece ser la conclusión de toda la disertación, pero no siempre estamos sufriendo, también tenemos momentos, días e incluso años de disfrute y de alegría, hasta que alguien se enfada porque considera inmoral tanto goce. Aunque parece ser que según los sesudos estudios de la economía conductual somos más sensibles al dolor que al placer. Los psicólogos economistas lo llaman aversión a la pérdida: se sufre más por una pérdida que por una ganancia de la misma magnitud. Por ejemplo, si encuentras en el suelo un billete de 50 euros te produce una gran alegría, pero si más tarde encuentras a faltar en tu billetero la misma cantidad de dinero, el sufrimiento producido eclipsa completamente la sensación agradable experimentada anteriormente.
Creo que esta situación a nivel político ya había sido planteada. Cuando Glaucón debate con Sócrates sobre el origen de las leyes, el sofista hermano de Platón defiende que el miedo a ser víctima se impone a la posibilidad de gozar siendo agresor, por ello las leyes son necesarias no porque sean buenas sino porque previenen el dolor futuro. El mismo esquema argumental podemos encontrar en la reflexión sobre el origen del estado en Hobbes. El problema es que se deja en manos de la ley y del estado el monopolio de la gestión del miedo y del dolor. Se respeta la ley y el estado por el dolor que infringirían a quienes quisieran desafiarlos. La huida del dolor crea más dolor. La felicidad que promete la doctrina queer no es inmune a este planteamiento.
Podríamos establecer una lista de dolores de mayor a menor. ¿Qué sufrimiento es el más doloroso? ¿Cuál encabeza la lista? ¿Sobre qué indicadores establecemos el orden de los padecimientos? ¿Es factible la creación de un dolorómetro? ¿Cuál es la causa del dolor más doloroso? Judith Butler tiene la respuesta y la solución. El dolor más inhumano es el que se produce cuando a una persona no se le reconoce el derecho a cambiar de género. Y para ello, sin tener en cuenta otras circunstancias, todo es válido porque en su cosmovisión, que comparte con el mago Pop, todo es posible, aunque eso suponga negar la realidad, contrariar el sentido común, el cuerpo, la contingencia y la finitud humana.
Acabo con un poema de Fernando Pessoa que me parece que expresa mejor en unos cuantos versos que todas las líneas que he malescrito en esta disertación:
Hablas de civilización y de no deber ser,
o de no deber ser así.
Dices que todos sufren o la mayor parte,
con las cosas humanas puestas de esta forma;
dices que si fueran diferentes sufrirían menos.
Dices que si fuera como tú quieres sería mejor.
Escucho sin oírte.
¿Para qué querría oírte?
Oyéndote, terminaría sin saber nada.
Si las cosas fueran diferentes, serían diferentes: eso es todo.
Si las cosas fueran como tú quieres, serían sólo como tú quieres.
¡Ay de ti y de todos que pasan la vida
queriendo inventar la máquina de hacer felicidad!
Barcelona, 10 de junio de 2022
[1] https://elpais.com/deportes/2022-06-06/nadal-no-puedes-asumir-levantarte-cojo-todos-los-dias.html
[3] GRAY, John, Filosofía felina, Madrid, Sexto Piso 2021
[4] https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32201/dolor-amor-utopia-enfermedad-covid-Santiago-Alba-Rico.htm
[5] AGUILAR GARCÍA, Teresa, Ontología ciborg, Barcelona, Gedisa 2008
[6] BRAUNSTEIN, Jean-François, La filosofía se ha vuelto loca, Barcelona, Ariel 2019
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