L'escala trencada (Keith Payne)
La hipótesis del libro de Keith Payne, La escalera rota (1), es que la desigualdad hace que las personas
se sientan pobres, incluso en casos en que no lo son. La pobreza es relativa,
pero los sentimientos y percepciones terminan creando realidades. Es como una
escalera con peldaños, en la que algunos pueden estar rotos. El primer escalón
de la escalera -el de abajo del todo- tiene un límite que es el cero. Pero no
hay límite por arriba. La clase baja no llega a acumular dinero (o ahorrar)
dinero. Se necesita dinero para producir dinero. (…) Los ricos se están
haciendo cada vez más ricos; mientras que el quintil más bajo de ingresos
permanece igual. La desigualdad aumenta. En este panorama los pobres no son más
pobres … pero se sienten más pobres.
Pasamos todo el tiempo
comparándonos con los demás. Lo hacemos habitualmente y apenas nos damos
cuenta. Los ojos se mueven constantemente. Miran alrededor, de forma incesante,
enviando información al cerebro. Ése elabora una visión global, y señala
situaciones de peligro. De forma inconsciente nos comparamos con los demás
acumulando información sobre una serie de factores: forma de vestir,
accesorios, habla, acento, color de la piel, género, edad … (…) Nos comparamos
con otras personas, todo el tiempo, así como competimos por dinero, poder,
comida, y sexo. Lo importante no es cuánto tenemos, sino lo que tenemos en
relación con los demás.
Las encuestas sorprenden con la
vida cotidiana de los pobres. Una encuesta a los hogares estadounidenses
descubre que entre los pobres el 96% tienen televisión, un 93% tienen
microondas, un 83% aire acondicionado, y el 81% teléfono móvil. Pobreza y
riqueza son relativas, tanto en el tiempo como en el espacio. En los países
desarrollados los pobres ya no se mueren de hambre, pero son pobres por su
posición relativa.
Aunque se tenga un sueldo digno,
el hecho de vivir en una región desigual genera más riesgos. (…) Cuando los
ricos se hacen más ricos -situación actual en muchos países- todos los demás
nos sentimos más pobres. Eso crea indignación, xenofobia, populismo y
violencia.
La desigualdad tiene su propia
lógica. Se reacciona en un entorno desigual de forma distinta que en una
sociedad más igualitaria. En situaciones de desigualdad las personas con menos
recursos no planifican, ni difieren gratificaciones (¡es que no pueden!). Una
diferencia importante es cómo consideran el futuro. Bajo el nivel de pobreza se
viven en un “presentismo extremo”. Las clases altas tienen capacidad de
planificar, e incluso adelantarse al futuro. Cuanto más se sube la escalera más
perspectiva se tiene.
El reciente incremento de la
desigualdad indica que casi todo el cambio de riqueza se ha producido en la
cima. Los salarios de la clase media, y de los pobres, apenas han variado. Para
ellos se aplica la teoría de “vivir deprisa, morir joven”. Los jóvenes pobres
siguen soñando con sistemas rápidos de promoción social, como el fútbol (id
est; convertirse en un Messi), y los adultos siguen esperanzados con la
lotería. La desigualdad lleva a que las personas de clase media y baja adopten
conductas de riesgo. En ese sentido la desigualdad crea más desigualdad. Las
conductas de riesgo pueden ser evitadas, si sus consecuencias son conocidas de
antemano: sexo inseguro, drogas, conducción, alcohol/tabaco, decisiones
financieras, xenofobia, delincuencia, apuestas, lotería …
La pobreza se hereda. A una chica
de clase baja le es casi imposible escaparse de su peldaño. La desigualdad a su
vez genera más desigualdad. Las emociones pueden ser más poderosas que los
pensamientos racionales. Los partidos conservadores retransmiten que la
sociedad es un mundo peligroso. Las (supuestas) noticias de la televisión se
convierten así en una crónica de horrores, con asesinatos, parricidios,
muertes, raptos, terremotos, incendios, robos, violaciones, y mucho
sufrimiento. El objetivo es que las personas se sientan inseguras. No se
analizan las estadísticas reales: la tasa de homicidios puede estar
disminuyendo, pero los medios de comunicación airean las excepciones. El
secreto es que las personas inseguras tienden a votar más conservador.
La desigualdad es un tema de vida
o muerte. Mata de forma sibilina: a través del cambio de conducta de los
individuos. Cuanto más dinero se tiene mejor salud, y más larga vida. Cuanto
más abajo se está en la escalera, menos se vive. (…) Las sociedades más
desiguales presentan indicadores de salud peores. El problema no es el dinero,
sino las desigualdades de ingresos. Las personas en los peldaños mueren de
causas y patologías diferentes, porque llevan estilos de vida distintos:
violencia, consumo de alcohol, conducción peligrosa, comer demasiado y
obesidad, diabetes, enfermedad mental, embarazo adolescente, madresoltería,
incesto … Son conductas enfermas o situaciones desventajosas.
Las desigualdades en poder,
riqueza y estatus social cambian las percepciones de la realidad. Las
comparaciones que realizamos alteran la forma en que vemos el mundo. Así los
países más desiguales son más religiosos.
Los sentimientos son importantes:
sentirse pobre es tan importante como serlo. El principio es que cuando las
personas consideran los sentimientos como reales sus consecuencias son reales.
La pobreza es algo más que
sentimientos o percepciones subjetivas. El hecho de sentirse pobre hace
disminuir el número de años de vida. La distribución de la riqueza, y los
niveles de desigualdad, condicionan el pensamiento de la población e incluso su
conducta. Las personas de clases más bajas viven menos porque desarrollan más
conductas de riesgo. Las clases altas (…) tienen privilegios de supervivencia y
de reproducción. Saben diferir gratificaciones, y tienen menos conductas de
riesgo.
Las personas piensan, viven y
mueren de forma diferente según su situación en la escalera social. La
estructura de desigualdad afecta a las decisiones concretas que toman las
personas en su vida diaria. Es un círculo vicioso: la desigualdad engendra más
desigualdad. La pobreza se hereda. Hasta ahora se pensó que la pobreza estaba
producida por la falta de recursos. Pero la desigualdad depende no sólo de la
pobreza de los pobres sino sobre todo de la riqueza de los ricos. Lo complejo
es definir cuándo la desigualdad es “demasiada”. Si se pregunta a las personas
reconocen que hay desigualdad, pero siempre la subestiman. Hay mucha más desigualdad
de lo que la población cree.
La desigualdad está asociada con
infelicidad, con niveles mayores de delincuencia (incluso crimen), con una
esperanza de vida más corta en las clases bajas, con riesgos mayores, con unos
niveles de estrés superiores, incluso con polarización política. (…) En los países más igualitarios las
personas son más felices, incluso aquellas que están en peldaños inferiores.
Actualmente se está volviendo a niveles de desigualdad de los locos años veinte
(del siglo pasado).
Los ricos son más felices, pero
sólo hasta un cierto punto (de riqueza y de felicidad).
La desigualdad genera formas de
vivir diferentes. En los peldaños más bajos de la escalera social se corren más
riesgos, y se vive el presente. La mayoría de las veces es que no hay otro
remedio, ni otros recursos. Es lo que en inglés se dice live fast and die young. Aquellos que pueden escapar a esta
dinámica cambian de residencia. Eso provoca guetos de pobreza y de
discriminación, con desigualdad territorial. La solución está en acortar la
escalera, que tenga menos peldaños, sea más ancha, y que la desigualdad sea menor.
No es un problema moral o de justicia humana, sino de supervivencia y esperanza
de vida.
La curva de Gatsby define que
menos desigualdad genera más movimiento social (y al revés). Con mayor
desigualdad el éxito depende más de la riqueza de los padres que del éxito
personal.
Somos animales que nos comparamos
continuamente. Comparamos nuestro estatus, es decir el peldaño de la escalera
en el que estamos, con las personas en los peldaños superiores. Esa comparación
con “los de arriba” genera una presión constante y a menudo desafortunada.
Jesús M. de Miguel, La
desigualdad empobrece, pero lo importante no es la realidad, Claves de
Razón Práctica nº 260, septiembre/octubre 2018
(1)
Keith Payne,
The Broken Ladder. How Inequality Affects
the Way We Think, Live and Die, Viking-Penguin Random House, Nueva York
2017
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