Felicitat i atzar en Aristòtil.
Pero, los sabios, ¿son felices? Se sabe que sobre este punto capital Aristóteles discrepa de la tradición
socrática, que asimilaba la felicidad a la sabiduría o a la virtud. Son
numerosos los textos, en especial los del libro I de la Ética a Nicómaco, que hacen de la virtud la condición necesaria
pero no suficiente de la felicidad. Es necesario introducir en la definición de
la felicidad los bienes exteriores y los bienes del cuerpo (I, 9, 1099b 2ss).
Sin embargo, tales bienes no se adquieren por el ejercicio o el mérito:
dependen de la buena fortuna. Ciertamente ésta no basta para definir la
felicidad, pero sin ella no hay felicidad posible, y esto en un doble sentido:
primero, porque la virtud necesita una materia para ejercerse y, como ya hemos
visto, un “mundo”, es decir, condiciones que no dependen de nosotros: amigos,
dinero, un cierto poder político y también ocasiones que no son ofrecidas a
todos; pero, en un segundo sentido, no puede haber felicidad total sin una
plenitud de vida, lo cual supone sin duda una duración óptima, pero también la
integridad del cuerpo y la prosperidad de nuestros proyectos(…) En este
sentido, Solón sostenía que no se puede decir de un hombre que es feliz más que
una vez muerto, pues, en tanto vive, está sometido a las vicisitudes del azar
(I, 11, 1100a 10, 17, 36ss), como lo prueba el ejemplo de Príamo cayendo en los
mayores sufrimientos en la época de su vejez, al cual “nadie califica de feliz”
(I, 10, 1100a 8-9; 11, 1101ª 8). Sólo puede llamarse feliz la vida sustraída
finalmente a las incertidumbres de un futuro que está oculto para nosotros ((I,
1101a 18), cuando l vida es transformada en destino por la muerte (11, 1100a 18ss).
(92-93)
Pierre Aubenque, La prudencia
en Aristóteles, (con un apéndice sobre la prudencia en Kant), Crítica.
Grijalbo Mondadori, Barna 1999
Título original: La prudence chez
Aristote (1963)
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