Acció, producció i atzar (Aristòtil).
La teoría de la prudencia es solidaria de una cosmología y, más
profundamente, de una ontología de la contingencia cuyos lineamientos importa
recordar. Pero, antes de remitir a otros textos aristotélicos, veamos cómo la Etica a Nicómaco justifica esta intrusión
de consideraciones de entrada extrañas a la ética. Aristóteles parece haber llegado a este resultado mediante un
análisis de las condiciones de la acción (praxis)
y de la producción (poiesis). Actuar
y producir es, de alguna forma, insertarse en el orden del mundo para
modificarlo; es, pues, suponer que éste, puesto que ofrece esa latitud,
comporta un cierto juego, una cierta indeterminación, una cierta incompleción.
El objeto de la acción y el objeto de la producción pertenecen, pues, al
dominio de lo que puede ser de otra manera (VI, 4, 1140a 1). (…) Apenas hace
falta subrayar que, para Aristóteles
como para el pensamiento griego en general, el poder-ser no designa la
posibilidad de un surgimiento ex nihilo
ni el poder-no-ser la posibilidad de una vuelta a la nada, la vertibilitats in nihil de la que
hablarán los cristianos (“Omnis creatura est vertibilis in nihil”, Santo Tomás, Suma teológica III, q. 13, a. 2), sino que se trata sólo de la
posibilidad de que esta esencia se disuelva en los elementos de la cual salió. Así
pues, si el arte es productor de entes
nuevos, no los saca de la nada, sino de lo indeterminado. (…) Aristóteles parece distinguir aquellas
cosas cuyo principio reside en el productor –son los artefacta- y aquellas cuyo principio reside en la cosa producida
misma, que son los seres naturales (Física
II, 1, 192b 13-14). Si la situación de los objetos de producción es clara,
¿dónde situar los objetos de la acción? No parece que eso sea propiamente
hablando el dominio de la naturaleza; pues, si es verdad que el agente tiene en
él mismo su propio principio y que en esto está emparentado con el ser natural,
su acción en el mundo implica su propia sustitución en lugar de los agentes
naturales, introduciendo así una cierta artificialidad. La acción inmanente, la
praxis, tiene menos por objeto la naturaleza que los fallos o el carácter
inacabado de la naturaleza, siendo esa indeterminación precisamente la que
permite a Aristóteles poner los
procesos naturales en el dominio del “poder ser de otra manera”. Desde este
punto de vista, el caso de la acción no difiere fundamentalmente del de la
producción: una y otra no son posibles más que en el horizonte de la
contingencia, que debe ser entendida, no como una región del ser, sino como una
cierta propiedad negativa que afecta a los procesos naturales.
Así pues, estamos autorizados a aplicar a la prudencia lo que Aristóteles dice, para concluir, del
arte: “En cierta manera, el dominio del arte es el mismo que el del azar, como
lo dice también Agatón: El arte ama el
azar y el azar ama el arte” (VI, 4, 1140a 17ss). (…) Es interesante apuntar
que Aristóteles recurre una vez más a la sabiduría de los poetas para recordar,
de una manera voluntariamente velada, que las empresas humanas tienen una
cierta afinidad, quizá incluso una cierta complicidad, con el azar. (…) Lo que Aristóteles quiere decir en el libro VI
de la Ética a Nicómaco es que, en un
mundo perfectamente transparente a la ciencia, es decir, en el cual estaría
establecido que nada puede ser de otra manera a como es, no habría ningún sitio
para el arte ni, de una manera general, para la acción humana. Si estuviera
científicamente establecido que el enfermo debe morir o que debe curarse, sería
inútil llamar al médico (…). Por el contrario, el hecho de que haya en el mundo
hechos de azar inexplicables e imprevisibles es una invitación siempre renovada
a la iniciativa del hombre. (…) Para un griego, la ciencia es una explicación
total y no puede desarrollarse más que suprimiendo la contingencia. El arte
muere a base de ciencia e, inversamente, sólo tiene sitio y sentido en la
medida en que la ciencia no explica ni puede explicar todas las cosas. Así, el
arte no progresa en el mismo sentido que la explicación científica:
desaparecería más bien a medida que ésta progresara. Pero Aristóteles se asegura que no progresará siempre, pues siempre se
encontrarán obstáculos irreductibles que se resumen en la indeterminación de la
materia, otro nombre de la contingencia, y así el arte no tendrá fin. (…) La
filosofía aristotélica de la contingencia explica que el arte no haya unido su
suerte a los progresos de la ciencia, sino a sus fracasos, y que no prospera
más que en una atmósfera de azar (Física
II, 8, 199ª 15-17).
(…) Aristóteles invoca ejemplos que, acercándonos a los ámbitos de la
prudencia, nos permiten comprender mejor su pensamiento: el de la medicina,
donde la complejidad de los casos siempre singulares escapa a la generalidad de
las “listas de prescripciones”; y, más aún, el ejemplo de la estrategia o de la
navegación, que comportan una gran parte de azar (E.N. III, 5, 112b 4-7), y
donde ninguna ciencia dispensa al hombre el arte de captar mediante una
intuición madurada por la experiencia, pero cada vez única, el terreno o la
ocasión favorables, o el viento imprevisible que llevará el navío a buen
puerto. (79-84)
Pierre Aubenque, La prudencia
en Aristóteles, (con un apéndice sobre la prudencia en Kant), Crítica.
Grijalbo Mondadori, Barna 1999
Título original: La prudence chez
Aristote (1963)
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