Es una fortuna caminar en compañía de gente sabia, divertida y escéptica, que
esté dispuesta a cambiar cualquier verdad absoluta por un queso de cabra,
cualquier honor, premio o reconocimiento por la corona de un sombrero de paja,
cualquier clase de eternidad por la embriaguez de la duda unida a la armonía de
la naturaleza. Por el contrario, encontrarse con gente de principios sólidos e
inalterables es el peligro más grave que puede correr uno en esta vida. Un
hombre de principios fue aquel que, sintiéndose puro, arrojó la primera piedra
contra la adúltera; es el mismo que te indica con el dedo el camino recto que
debes seguir y en cuanto te desvíes será el que te delate, el que te incluya en
la lista negra o borre definitivamente tu nombre del mapa. En el caso en que
este hombre de principios obtenga un poder absoluto, si además es muy devoto, no
dudará en mandarte a la horca rezando por tu alma sin ahorrarse las lágrimas,
puesto que también se puede llegar a la extrema violencia a través de la piedad.
Huye de ese ser misericordioso que busca tu salvación por medio del terror del
espíritu y te obliga a desayunar cada mañana con una rueda de molino. No es
ninguna broma aquello que dijo
Groucho Marx: "Éstos son mis principios, Si no le
gustan, tengo otros". El fanático es capaz de saltar de un risco al risco
contrario, ambas cimas situadas a la misma altura bajo un cielo nítido y puro,
donde se siente igual de seguro, aunque armado esta vez con distinto látigo. El
dogma es una forma de locura, del mismo modo que la pureza extrema alcanza a
veces la forma de la más refinada crueldad. Los principios inalterables nos
fueron inoculados en una edad muy temprana cuando nuestro cerebro estaba aún
desvalido. En la mayoría de los casos aquellos principios fermentaron y se
diluyeron en la inteligencia, en la imaginación y en el placer de los sentidos;
pero hay personas que conservan incólumes aquellos mitos de la infancia en su
cerebro de reptil sin que encuentren salida sino a través de los latidos de
sangre que conforman su pensamiento. Hoy es un domingo de primavera y hay dos
clases de desayuno. Por un lado, café, tostadas, queso de cabra y alguna duda
relativa; por otro, principios inalterables y ruedas de molino.
Manuel Vicent, Principis, El País, 29/03/2009
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