La píndola de la moralitat.








Si existiera un medicamento que nos ayudara a tomar mejores decisiones éticas, ¿deberíamos tomarlo? ¿O eso atentaría contra nuestra libertad?

‌El filósofo de la Universidad de Oxford Julian Savulescu defiende en varios artículos que tomar una píldora para superar nuestras limitaciones éticas no sería diferente a tomar un medicamento para calmar el dolor de cabeza o ayudarnos a dormir.

‌Para Savulescu, estas mejoras no son “trampas”: las pastillas o chips no producirán por sí solos un comportamiento correcto, que seguirá necesitando de esfuerzo y aprendizaje. Solo lo harán más fácil. Sería como tomar una píldora que nos ayudara a aprender matemáticas: puede que facilite el estudio, pero no lo sustituirá. O incluso lo podríamos comparar al dopaje deportivo, que Savulescu también defiende: si yo me empiezo a dopar cada día, pero no entreno, seguiré sin batir ningún récord.

‌Es decir, si sentimos el deseo de hacer algo poco ético o ilegal, como saltarnos una cola o evadir impuestos, podríamos tomar una pastilla que nos empujara a tomar la decisión que sabemos que es correcta. Pero tenemos que saber cuál es esa decisión.

Aun con todos estos matices, la posibilidad de usar una pastilla o un chip moral plantea bastantes dudas:

‌1. No sabemos cómo funcionaría. Como explicaban los filósofos Peter Singer y Agata Sagan en este artículo de The New York Times, primero deberíamos saber qué causas físicas están debajo de nuestro comportamiento y cuáles y cómo se pueden modificar, aunque sea parcialmente.

‌Hay algunos candidatos a medicamentos morales, pero los resultados hasta ahora no han convencido a nadie: un ejemplo clásico es el de la oxitocina, una hormona que en algunos estudios se ha visto que potencia los sentimientos de generosidad y altruismo, además de rebajar el comportamiento agresivo. Pero también amplía el etnocentrismo y el rechazo a gente que consideramos extraña al grupo, y facilita comportamientos como la mentira o el engaño si creemos que van a favorecernos.

‌Y todo eso sin entrar en efectos secundarios imprevistos o en abusos por parte de médicos, políticos o incluso empresas ("todos los empleados de nuestras tiendas han de tomar este medicamento que evita robos").

‌2. No tenemos respuestas claras a muchos de nuestros dilemas éticos. La neurocientífica estadounidense Molly Crockett escribía hace unos años en The Guardian sobre estas píldoras morales y recordaba una de las variantes del dilema del tranvía:

‌“Estás en un puente y ves cómo un tranvía se dirige hacia cinco trabajadores que ni lo ven ni lo oyen. Solo hay una forma de detenerlo: empujando a un tipo corpulento que está a tu lado. Él morirá, pero salvarás a los otros cinco”.

‌Después de tomar citalopram, un medicamento que potencia la producción de serotonina, la gente era aún más reacia de lo habitual a empujar a esta persona. En cambio, el lorazepam, un medicamento contra la ansiedad, aumentaba la propensión a empujarle. El problema (uno de ellos) es que no sabemos cuál es la solución correcta y, por tanto, cuál es la pastilla correcta: ¿está bien causar la muerte de una persona para salvar a otras cinco o es mejor no hacer nada y dejar que esas personas mueran?

‌3. ¿Qué pasa con nuestra libertad? Como vimos en una entrega anterior de este boletín, hay dudas acerca de si somos o no realmente libres.

‌Los filósofos deterministas creen que todas nuestras acciones tienen una o varias causas, las conozcamos o no, y, por tanto, el libre albedrío es una ilusión. Si todas nuestras acciones tienen una o varias causas —nuestra biología, nuestro ambiente, nuestra educación…— podríamos pensar que este chip no interfiere en nuestra voluntad más que un par de malas noches de sueño o nuestras amistades. De hecho, ya hay gente que modifica su comportamiento para hacerlo mejor y a menudo con ayuda de fármacos, como quienes van a terapia para gestionar su ira y su agresividad. Esto solo sería un paso más.

‌Pero los compatibilistas defienden que hay margen para el libre albedrío, incluso aunque nuestras decisiones estén influidas por muchos factores. Por ejemplo, Simon Blackburn escribe en The Big Questions que la libertad consiste en nuestra respuesta a razones y a hechos. No somos máquinas que responden de forma invariable a unos estímulos concretos, sino que podemos reflexionar y dialogar sobre nuestras acciones y sus consecuencias. Aunque la decisión que tomemos sea al final “inevitable”, llegamos a ella a través de un proceso más complejo que el de apretar un botón. Es decir, un chip o una pastilla ética supondrían renunciar a algo que creemos que forma parte de nuestra humanidad.

Jaime Rubio Hancock, ¿Te implantarías un chip para ser mejor persona?, Filosofía inútil 02/04(2024

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