Llibertat i perspectivisme.








Para Nietzsche la verdad no cuenta con un valor intrínseco, sino que representa el fruto de una voluntad de poder. Representa, de alguna manera, una herramienta interesada que sirve a la supervivencia de la raza humana. De ahí que Foucault, filósofo posterior influido por Nietzsche, hable de la verdad como aquello que es postulado desde el poder; la verdad sería, mayormente, aquello que conviene al poder. Nietzsche representa un hito en el proceso de desobjetivación (o subjetivación) de la verdad que domina la era moderna, muy particularmente desde que Kant elabora su teoría epistemológica en su Crítica de la razón pura (1781). En ese periodo, lo que antaño eran consideradas verdades absolutas comienzan a resquebrajarse, dejan de ser realidades últimas, al tiempo que son interpretadas como posiciones o interpretaciones subjetivas, grupales, personales.

El mencionado proceso desobjetivador de la verdad ha sido, sin duda, liberador en muchos sentidos, aunque también cuente con su lado oscuro y genere dificultades varias, además de una ansiedad omnipresente. A pesar de la nueva libertad encontrada, el ser humano no deja de necesitar hallar una guía en ciertas creencias sólidas y fundamentales. Una convicción puede, sin duda, impedir que veamos ciertos aspectos y posibilidades propias de la realidad que nos rodea, y es por ello que un sano escepticismo (siempre y cuando no sea demasiado extremo) puede resultar muy apropiado para vivir.

En Nietzsche la muerte de dios, de la que habla con pasión, implica la muerte de una perspectiva única; idea muy prevalente en su tiempo, tanto como en siglos anteriores. Dios sería el ojo del mundo, quien comprendería y establecería la verdad única y última. Sin él, solo quedarían en el universo multitud de percepciones y perspectivas. También en Kant el ser humano no tendría acceso a la cosa en sí de los objetos y la realidad, de lo cual se deduciría la idea de una verdad aproximada y parcial de las cosas. De esta posición kantiana, por ejemplo, emana la concepción relativista cultural de antropólogos como Franz Boas, quien entendería que no solo cada sujeto cuenta con su verdad, sino que cada cultura representaría un sistema de creencias definido en conflicto con otros sistemas de creencias y valores, ninguno de los cuales sería mejor o más veraz que el siguiente. Este proceso de deslegitimación de las verdades absolutas, y, por ende, de las auténticas convicciones, se ha materializado por doquier. Es por ello que, a menudo, se habla hoy de ciertos fenómenos como «constructos culturales», entre los que encontramos las identidades sexuales, ciertos valores, patrones de género, costumbres, gustos estéticos, etc.

De este modo, parece que los actuales habitantes del mundo estamos abocados a la libertad más absoluta, puesto que podemos gozar de muy pocas convicciones y creencias verdaderas, mecidos todos nosotros por un océano de indeterminación y escepticismo sin parangón.

Iñaki Domínguez, Toda convicción es una cárcel, ethic.es 22/03/2024

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