La geologia contra l'Antropocè.








Durante estos días los distintos medios se han hecho amplio eco de algo que otrora sería insólito, las conclusiones de una reunión de geólogos. Se trata de la Subcomisión Internacional de Estratigrafía del Cuaternario, encargada de dictaminar si efectivamente el planeta habría entrado en una nueva época geológica o no, si habríamos abandonado el estable Holoceno iniciado hace unos 11.000 años (época, pues, en la que se han desarrollado todas las civilizaciones) y entrado en el incierto Antropoceno o no. Eso era lo que tenían que dirimir después de que, desde hace años, se hiciera la propuesta de entrada en una nueva época llamada así, “Antropoceno”, aportándose pruebas diversas como los restos estratigráficos que pueden encontrarse en diversos lugares del mundo, como isótopos de plutonio resultado de los estallidos nucleares y otros. El lago Crawford cerca de Toronto sería un lugar especial, el golden spike (clavo dorado o más técnicamente Sección estratotipo y punto de límite global, GBSSP) en que se hallarían las más evidentes marcas sedimentarias de ello. La propuesta inicial la hicieron en un artículo del año 2000 el premio Nobel de Química Paul J. Crutzen y el biólogo Eugene F. Stoermer. Pues bien, después de un larguísimo proceso de investigación y debate la Subcomisión mencionada llegó a la conclusión de que la propuesta no reúne aún evidencias suficientes, por lo que por el momento no puede aprobarse el cambio de época geológica. Esta conclusión es la que ha generado una gran polvareda en las publicaciones que se han interesado en ello, y no pocas han dado lugar a una enorme confusión hasta el punto de considerarse poco menos que ya no había motivo científicamente válido para hablar de Antropoceno.

Con independencia de las cuestiones planteadas relativas al procedimiento de decisión de la Subcomisión, al juego de intereses y poderes cuyo análisis haría las delicias de Bruno Latour, al margen también de las dificultades que sin duda entrañaba la propuesta derrotada, conviene clarificar algunos puntos de relevancia, pues esta es una cuestión que con mucho rebasa el área de interés que suele limitarse a especialistas, supera ampliamente el específico campo de la Geología, y ciertamente en ella todos estamos concernidos.

Importa destacar, en primer lugar, que en ningún caso están puestas en duda la envergadura y relevancia del proceso que se liga al Antropoceno, la cuestión se refería solo a determinar si tal descomunal impacto humano sobre el planeta podría ser entendido como inauguración de una nueva época geológica; quedaba aún por ver si cabría considerarlo una edad (oficialmente nos encontramos en la edad Megalayense) o un evento especial y diferenciado dentro de una edad del Holoceno.

Más allá de todo esto, que no cierra definitivamente la posibilidad del cambio de denominación, hay algo que en esas instancias no se ha dirimido, y no les compete hacerlo, y, sin embargo, es lo que más importa, a saber: que la cuestión del Antropoceno, aquello por lo que ha tenido una enorme repercusión en todos los campos y en la opinión pública no es meramente una cuestión geológica, ni mucho menos. Los mismos geólogos, o al menos un buen grupo de ellos, y citaría particularmente al antropocenista Jan Zalasiewicz, presidente de la Subcomisión -con el que tuvimos, por cierto, oportunidad de debatir en Vigo el último verano en el II Seminario de pensamiento contemporáneo (UV) – pronto se han dado cuenta de que este tema era algo que afectaba a un conjunto amplio de disciplinas, entre otras, a las mismas ciencias sociales y humanidades. Su grupo de investigación ha venido insistiendo en este punto. En efecto, el Antropoceno no sirve solo para denominar una determinada inflexión o corte en la periodización del tiempo geológico, es mucho más que eso, es la denominación general del impacto de transformación que el ser humano ha causado sobre el planeta en su conjunto, un impacto que deja huella, efectivamente, en los estratos geológicos y en eso que llamamos Sistema Tierra, esto es, la estructura de interrelación de subsistemas como atmósfera, hidrosfera, litosfera, biosfera y heliosfera. Pero ese efecto es negativo. La transformación global debida a la actividad humana (o debida en gran parte a un sistema económico determinado, lo que ha llevado a plantear la denominación de Capitaloceno) ha llegado a un punto en que los los equilibrios a los que se ha llegado en el tiempo y que mantienen las condiciones de habitabilidad del planeta estén amenazados. Si tomamos como contraste la hipótesis Gaia de Lovelock y Margulis, la idea de que el conjunto de interrelaciones de los seres vivos con su medio que constituiría un sistema autorregulado cuyo efecto es favorecedor del mantenimiento de las condiciones de la vida, podíamos decir que el impacto humano sobre el planeta ha tenido un sentido opuesto al de Gaia, destructivo de esta.

Este es el frente ante el que hoy, como con acierto afirmaba Latour (Donde aterrizar), han de decidirse nuestras principales opciones políticas y morales. Lo que hoy vivimos es una crisis civilizatoria sin parangón, aun a pesar de las interesantes investigaciones históricas de J. Diamond y otros en el intento de encontrar momentos históricos similares.

Esto es lo que verdaderamente significa el término Antropoceno. De hecho, en el campo del pensamiento en general, desde hace mucho, el hombre al preguntarse por el signo de su tiempo no ha dejado de centrarlo en ese polo de lo humano. Hegel había designado con acierto nuestra época como la de la Subjetividad, y como aquella en la que el Espíritu Absoluto llegaba a su culminación en su plasmación progresiva en el mundo y nuestra Historia. Y en efecto, se diría que hoy ya nada hay que no se pueda decir que sea Espíritu en el sentido de que todo eso que se denominaba Naturaleza lleva ya el signo humano. Pero tal huella no habla precisamente bien del proceso civilizatorio que en ella se refleja. Eso es a lo que tenemos que hacer frente, y no lo hacemos. Parece como si nos encontrásemos envueltos en una incuestionada lógica sistémica de conflicto o competencia parecida a la de las denominadas en teoría de juegos subastas suicidas (M. Shubik, “Dollar Auction Game”), en que nada puede salir bien, como cuando se entra en una subasta de un billete y el que queda segundo está obligado a pagar una cantidad igual a la del primero. Hemos invertido demasiado como para abandonar aunque todo lleve a la catástrofe.

Jorge Álvarez Yágüez, El Antropoceno no es sólo principalmente una cuestión geológica, Faro de Vigo 06/04(2024

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