Sobre les promeses (Marina Garcés)










La promesa tiene la particularidad de no ser solo un discurso sobre el futuro: no es un propósito, ni un objetivo, ni un proyecto… La promesa crea un vínculo con alguien –personas o entidades– al que se dirige y un compromiso con la acción. Hoy el problema no es tanto el futuro, creo, porque no dejamos de hablar de ello y siempre proyectamos. Creo que es más la relación de vínculo, la que está en entredicho.

Vivimos la tiranía del ‘no te puedo prometer nada’, que tiene una parte de humildad y otra impotencia o de desentenderse de la acción.

Tanto el juramento como la promesa, que se cruzan pero no son lo mismo, son expresiones muy antiguas de cuando la humanidad percibe que la palabra no es idéntica a su contenido de verdad. Que no es necesariamente cierta, que puede ser mentira. Por eso hay que jurar y además hay que sostenerlo en el tiempo. La promesa tensa el tiempo y nos permite decir: “Lo que te prometí ayer será válido mañana”. Este es el origen de la necesidad de prometer. Y es tan sencillo y tan poderoso que desde el inicio el poder se apropia de la promesa. Es constante. Las grandes estructuras que se han encargado de organizar el tiempo común, al menos en las civilizaciones occidentales, se basan en una promesa. Una de ellas es la de Dios, entendida como promesa de salvación.

El Estado como invento moderno se basa en un pacto, un contrato social, que contiene la promesa de que el soberano promete proteger a su espacio territorial y sus ciudadanos a cambio de fidelidad. Y la tercera gran promesa de las sociedades occidentales es la capitalista. La promesa ilimitada y continuada de que a cambio de nuestra adhesión a través de trabajo y consumo, participaremos de una promesa de crecimiento, enriquecimiento, éxito y prosperidad. Pues las tres grandes promesas [Dios, el Estado y el capitalismo] están en cuestión. 

La amenaza es la otra cara de la promesa. El problema es la sensación de que vivimos constantemente amenazados por alguna cosa. La tentación reaccionaria es restaurar las grandes promesas. Eso explica muchas de las derivas autoritarias actuales, que tienen que ver con restaurar el poder y la promesa soberana, ya sea Dios o la tecnología, que nos haya de salvar, cuál es la autoridad que nos ha de proteger y el motor que nos ha de dar un horizonte de prosperidad para unos cuantos (porque para todos ya sabemos que no será).

Solo aquella promesa o forma de darnos la palabra y el tiempo en la que todo el mundo tenga el mismo derecho de participar y ser acogido, es una promesa igualitaria. Que nadie sea excluido. Eso históricamente es lo que anuncian los momentos revolucionarios en la historia moderna y las prácticas de emancipación actuales, como cuando el feminismo sitúa una reivindicación de igualdad de derechos sino de transformación de la vida desde múltiples puntos de vida y cuerpos distintos. 

La democracia, entendida de forma radical y no solo formal, es una de las figuras de la promesa igualitaria. Una sociedad democrática es aquella donde hay una igualdad formal de derechos, sino una participación real y concreta de todo el mundo, de cualquiera, en la elaboración del sentido común y de las decisiones compartidas. Eso es claramente una promesa igualitaria que hemos visto manipular, convertida en un circo… Democracias convertidas en regímenes poco democráticos. Es una de las grandes decepciones y frustraciones y la respuesta, en vez de ser radicalizar la democracia, se convierte en: la democracia no sirve, regresemos al autoritarismo. Y es una ola que está ocurriendo en todos lados. 

En las distintas formas diversas de ordenar el futuro, que siempre ha caracterizado la historia de las culturas, hoy domina el ansia de predicción. Como nos amenaza la incertidumbre, respondemos con predicción. De ahí la inteligencia artificial como gran protagonista de esa posibilidad de predecirlo todo, porque incorpora más datos, parámetros, precisión… La predicción está basada en una expectativa de seguridad. Cuanto más pueda predecir, más seguro me sentiré de que no habrá imprevistos ni accidentes. Es un ansia de control antiquísima, empezando por los oráculos, que han estado siempre en manos del poder, desde reyes a sacerdotes. Entonces, ¿para quién trabajan hoy nuestros artilugios predictivos? Esta es otra pregunta que debemos hacernos. 

Expertas como Helga Nowotny demuestran que se trata de creaciones que parten del pasado, de los datos disponibles. Esto es muy interesante, porque estamos atribuyendo una potencia de creación a un mecanismo o un algoritmo que en realidad no es creativo, sino que combina y recombina elementos ya existentes. Genera sombras del pasado, un poco como la caverna de Platón. Y sirve para lo que sirve, pero le atribuimos unas capacidades que no tiene. Por no decir creación.

... la promesa orienta el tiempo común. Si solo es el marido el que tiene derecho a hacerlo y de por vida, pues esta promesa no es tal, es una imposición. Funciona bajo amenaza. La promesa igualitaria ha de poder ser cuestionada y rota. Hay promesas que hay que romper, porque han sido hechas bajo ejercicios de poder, desigualdad, error o engaño. 

(Hay una promesa por la que siento fascinación), la promesa que centra una novelita de Friedrich Dürrenmatt. Es la que hace un policía cualquiera a unos padres que acaba de saber que su hija acaba de ser violada y asesinada. Ese agente, sin ninguna épica y frente al dolor de los padres que le piden que les prometa que encontrará al autor, les dice que sí. Es un sí sin voluntad que nace de la empatía hacia el dolor del otro. Y su vida queda atada a esa promesa irrealizable, se vuelve loco, acaba perdiendo el trabajo y como un paria.

Pau Rodríguez entrevista a Marina Garcés: "La tentación reaccionaria es restaurar las grandes promesas", eldiario.es 11/11/2023

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