Menys racionals del que pensem.


 


Solemos tomarnos por personas muy racionales que examinan argumentos de forma concienzuda y que después toman una decisión lo más objetiva posible. Pero no suele funcionar así: nuestras opciones son intuitivas, emocionales y sesgadas.

Como escribe el ensayista Michael Shermer en The Believing Brain, no evaluamos de modo racional las posiciones de un candidato o de un partido político, sino que tenemos una reacción emocional e instintiva a datos conflictivos: si estas posiciones encajan con nuestras ideas previas, las aceptamos de forma acrítica; si no encajan, las rechazamos de forma instintiva. Nos convertimos así en víctimas del sesgo de confirmación, del que ya hemos hablado alguna vez: los datos que apoyan nuestras ideas previas nos parecen relevantes y convincentes, pero somos escépticos con aquellos que las contradicen.

Lo hacemos guiados más por las emociones que por una supuesta evaluación punto a punto de los argumentos. Como decía David Hume hace 250 años, la razón nos sirve para identificar las distintas ideas, pero es la emoción la que motiva la acción, la que nos lleva a tomar una decisión o a apoyar una de esas ideas y no otras.

Al final, tendemos a unirnos a “equipos políticos que comparten narrativas morales”, escribe el psicólogo Jonathan Haidt en La mente de los justos. Y el hecho de que seamos de izquierdas o de derechas, muchas veces depende simplemente de si nuestra familia o nuestros amigos de la adolescencia y primera juventud eran de izquierdas o de derechas.

Por supuesto, hay muchísimos casos en los que esto no es así, pero lo que prácticamente nunca se da es que nosotros con 15 años nos pusiéramos a evaluar los pros y contras de cada ideología. Hay algo muy instintivo, muy emocional. Tomamos partido por unas ideas y luego vamos construyendo un armazón para intentar defenderlas.

Este armazón es menos racional de lo que creemos. Como dice también Haidt, adoptamos patrones o matrices morales con las que interpretamos todas las cuestiones sociales y políticas. Por ejemplo:

Si nos consideramos de izquierdas, es muy probable que estemos a favor de la separación entre iglesia y estado, de una ley del aborto abierta y de una educación y sanidad públicas, por ejemplo.

En cambio, una persona de derechas muy posiblemente defienda la labor social de la iglesia, considere que el aborto es un crimen y crea que las empresas deberían tener más flexibilidad para despedir a sus trabajadores.

Son packs que se aceptan casi en bloque, no analizando las ideas una por una. Y lo hacemos ignorando las posibles contradicciones internas. En Elogio de la duda, Victoria Camps habla de estos marcos mentales que actúan a modo de filtros de la percepción de la realidad. Son prejuicios que nos proporcionan refugio en formas de pensar comunes y prefabricadas. Nos dan la seguridad de pensar que estamos en el bando correcto, con los buenos.

Jaime Rubio Hancock, Crítica de la razón chaquetera, Filosofía inútil 15/02/2023

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