La realitat alternativa de la cultura de la cancelació.





Hay una parte del mundo, la nuestra, donde no tanto el poder sino la propia sensibilidad del individuo genera un orden despótico y una reescritura de la realidad. Lo novedoso, en las sociedades democráticas estables, es que ya no se lucha de manera violenta e incluso sangrienta para cambiar una realidad impuesta a los sujetos —como en otros tantos puntos del planeta—, sino que se borra esa realidad y se la resetea y reformula para adecuarla a una blanda sensibilidad indignada. Todo lo que no encaja con esa hipersensibilidad de la ofensa vestida de exigencia moral es denunciado, perseguido, hecho desaparecer, cancelado.

Actualmente, la sentimentalidad sustituye al andamiaje teórico, no se busca un cambio social sino un resarcimiento de la identidad herida. No se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla también retrospectivamente, y forzar el asentimiento público y legal de esa depuración: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la corrección política.

La cultura woke realiza la siguiente traslación: me siento ofendido, luego hay una verdadera ofensa (salto del sentimiento a la objetividad), toda disensión es una muestra de odio (se rechaza la argumentación), luego quienes así me ofenden merecen ser cancelados (yo no odio, reparo la injusticia, se dice el cancelador).

Asistimos a una omnipotencia del deseo que borra a quien no demuestra la corrección requerida, y, por otro lado, a una manipulación de la culpa. Nunca podremos estar a la altura de quien pertenece a un colectivo oprimido —o intenta mostrarse como tal—, su herencia de humillación hace que cualquier palabra pueda reabrir la herida, no cabe hablar, razonar, sino solidarizarse con su opresión, hacernos perdonar el pertenecer al grupo de los opresores.

Además de los dramas personales que pueden sufrir los “cancelados”, me parece importante señalar una consecuencia sustancial: la cultura cancelada, y, más allá de ello, la cultura falseada. Todos aquellos libros y películas que dejan de recomendarse porque contienen elementos ahora prohibidos. Y aún más: por ejemplo, no solo HBO quita de su catálogo Lo que el viento se llevó, sino que, traicionando la historia, elige una actriz negra como Ana Bolena en su miniserie del mismo título, similar afán el de Garth Davis en su filme María Magdalena al convertir a San Pedro en un hombre de color. ¿Es ese el camino efectivo para superar el racismo? Y ante cualquier otra incorrección, ¿ocultaremos obras artísticas?, ¿resucitaremos el índice de libros prohibidos o solo reescribiremos algunos párrafos? ¿Por qué no la contextualización crítica en vez de la censura?

Lo real no importa, es imperfecto, mi deseo debe imponerse —piensa el nuevo narciso censor—. Cambiamos el pasado, los cuerpos, la naturaleza. El sentimiento genera derechos, leyes, realidad. Ese es el trasfondo de lo woke, inscrito en lo que Michel Foucault denominó el “régimen de verdad” —o de ficción— de nuestra época.

Estamos perdiendo la realidad, la historia, y convirtiendo la cultura en un cuento para niños temerosos y malcriados que no soportan el menor rasguño, pero pueden empujar a la nada a quienes no comparten su visión.

Debemos prepararnos para sobrevivir a los puñales envueltos entre algodones.

Rosa María Rodríguez Magda, Sobrevivir a la cultura de la cancelación, El País 04/02/2023

https://elpais.com/opinion/2023-02-04/sobrevivir-a-la-cultura-de-la-cancelacion.html?fbclid=IwAR1bAlMNscPs1GbAxFYAWuTvHzbwOtB95zfFdmTjg05PjgfksG1LLQhsIX0

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